Me encuentro solo, deambulo, lento, como para comprender lo que sucede, ideas que se agolpan, sentimientos que se confrontan. La avenida por la que camino parece no tener fin. El tiempo… ¿el tiempo?, ¿existe? no lo sé, si es así no está conmigo, se fue, lejos, tal vez con su amor.

De pronto alguien se cruza en el camino. Es un tipo joven, moreno, camisa gris con rayas negras, barba algo crecida, se movía de un lado para otro, parecía nervioso o desesperado. Pretendo ignorarlo, pero no, es imposible, me persigue, me envuelve, no me deja, me sacude, me grita como si me conociera, como si supiera mi dolor.

Me interroga, me asfixia, ¿qué buscas?, ¿qué quieres?

Estoy aturdido. Solo atino a gritar ¡déjame, no jodas más, vete al cabrón!

Pero él insiste, gira en derredor mío me vuelve a preguntar ¿qué quieres, a quién buscas? De forma apresurada le contesto: no lo sé, no lo sé, mi cuerpo solo es un instrumento, mi alma es quien me guía.

Como puedo salgo de ahí, corriendo, no podía ser de otra manera, pero la angustia me sigue, no me deja, es como si fuera una lapa, que por más que la ola la azote no se desprende de la roca. Un escalofrío recorre mi cuerpo, nauseas, vértigo. Ruidos extraños me rodean. Todo es confusión.

De los ladrillos de las paredes nacen brazos sin cuerpos, solo huesos que como caníbales hambrientos me arrancan las ropas, la piel, las carnes. No paro de correr. Mi pecho con un golpeteo incesante es insuficiente para mi corazón, que para entonces no corre conmigo, sino en busca de ….. Trato de alcanzarlo, tengo miedo que no regrese, pero es imposible, mis piernas no responden. El cuerpo, o mejor dicho lo que queda de él, transpira, mi boca… mi boca pide la tuya.

Sale el sol, que parece regalarme un poco de sosiego, de tranquilidad, el tipo aquel ya no está. Divago, deseo la noche, el día me lastima, sigo sin rumbo. Tengo sed. Encuentro una llave de agua, pero de ella no sale más que lama. A lo lejos escucho una voz, no le tomo atención, continuo mi andar.

Mi figura es de pesadez, el andar lento, la mirada clavada en el piso. A lo lejos alguien me observa, parece esperarme, es un tipo vestido con un traje dorado y lentes redondeados, lo miro de reojo y sigo de frente, pretendo no haberlo visto. Me sujeta del brazo y me pregunta con voz arrugada:

- ¿Qué te sucede?

- Nada, contesto sin voltear.

- Nada es lo que pareces.

- ¿Acaso le importa?

- En realidad no, ¿a ti?

Reflexiono.

- Sí, si me importa, pero sabe, me duele vivir, tengo miedo de hacerlo.

- Eso es clásico de tu edad, hay cosas a las que nunca te habías enfrentado.

- Para esto no hay edad.

- Deja adivinar, ¿acaso son problemas de amor?

- Tal vez desamor.

- ¿Qué fue lo que sucedió? Insiste el personaje.

- No lo sé, respondo sintiéndome derrotado, sujetándome a su presencia para no aventarme al vacío emocional en el que me encuentro, tal parece que no es suficiente dar todo lo que eres para recibir un poco de amor.

- Todo no es suficiente en las cosas del querer.

- Ja!

Silencio

- ¿Te ama?

- Hasta hace poco creí tener la respuesta a esa pregunta, pero hoy no, hoy solo hay silencio, silencio que nubla la mente y oprime el alma. Sus miradas, sus caricias, sus besos, su sexo me decían que sí. El amor lo transpirábamos, lo olíamos, lo lamíamos; más hoy son solo son recuerdos.

- ¿Piensas luchar?

- ¿Luchar? Acaso no me ve, me he quedado sin nada, sin piel, sin carne, sin corazón, mi estado de ánimo es inaguantable, no soporto tanto dolor, siento que en cada respiro algo o alguien me rasga el tuétano de los huesos, y no conforme con eso me suelta un puñetazo en la boca del estómago… sin ella no tengo nada, solo dolor.

- Te queda la esperanza.

- ¿Esperanza? A esa señora no la conozco, además no sé cómo me pueda ayudar.

- Sería bueno que la buscaras, que la llevaras del brazo en todo momento, hasta que lo que quede de ti deje de existir o encuentres una respuesta, cualquiera que esta fuera.

- No creo que valga la pena.

- No lo sabrás si no lo intentas.

El sujeto dio media vuelta solo para revirar y rematar diciendo:

- Solo recuerda que en la más oscura de tus tristezas, esas que te quitan hasta las ganas de soñar, cuando las fuerzas ya no te pertenezcan y la noche sea eterna, cuando el último de tus pensamientos de optimismo se haya perdido, de ese sombrío panorama, un delgado hilo de luz aparecerá para darte alivio y razón para seguir luchando.

Y aquí estoy, aferrado a la esperanza, lamiendo mis heridas para no desangrarme, acariciando el precipicio, con el deseo de que este amor que punza por ti sea suficiente para que vuelvas a mí.