El solo mencionar su nombre me llena la boca de un sabor como el que deja el dulce cuando termina de consumirse, justo donde la lengua deja de serlo; hacia adentro se vuelve insípido, pero hacia fuera el sabor permanece poco más, lo que permite la prolongación del disfrute del paladar, aunque del dulce solo quede sólo la envoltura.

Cuando terminó la clase nos dirigimos al patio a esperar la llegada del siguiente profesor, en tanto, la plática agarraba forma en torno a nuestras vacaciones y por supuesto, sobre la nueva compañera, claro está, todo fue piropos enganchados de oraciones repletas con adjetivos morbosos, de mi parte me abstuve de participar en el festín, no porque no tuviera comentarios, tenía muchos, más bien quise encontrar en la confidencialidad que brinda la noche un mejor interlocutor para expresarle el revuelo causado en mis adentros por ella; hay momentos y opiniones que solo encuentran su lugar, cuando los comentas contigo mismo y ese era uno de ellos.

Con el transcurrir de los días, sin percibirlo su figura se convirtió en un visitante asiduo en mis pensamientos, pero lo inexplicable de esto es que no la conocía, es decir, no me había presentado, no tenía la más mínima idea de cómo era la textura de su piel al estrechar su mano, ni el olor de su cabello, aunque me lo imaginaba. Pero esto en lugar de ser un obstáculo lo único que originaba era una gran inquietud por saber más de ella, tanto así que cada que llegaba al salón de clases lo primero que hacía era buscarla con la mirada, y el solo verla provocaba que naciera una alegría difícil de explicar, experimentaba una enorme satisfacción como si el simple encuentro de mis ojos con ella fuera suficiente para que el día tomara sentido.

¿Amor a primera vista? No, soy un convencido de que para que nazca el amor hace falta algo más que el gusto que provoca el ver a alguien, debe existir la mezcla de otros elementos, las palabras, el tacto, no sé. De hecho tengo la teoría, la verdad robada de mi abuelo que fue quien me la dijo y yo la corroboré, por eso la hago mía, de que el amor nace al besarla por primera vez, cuando pruebas su saliva, si te gusta como sabe, es cuando nace con fuerza el sentimiento. No te rías; está bien, tómalo a broma, solo te digo que lo pienses un poco, mira, trae a la mente a la mujer que más significado ha tenido en tu vida, por supuesto que no sea tu mamá, ahora, trae al presente el momento en que la besaste por primera vez, ¿listo? Dime entonces si me equivoqué, ¿no fue a partir de ese instante que ya nunca más salió de tu mente? No es que desde entonces es que surge la necesidad de estar con ella, de saber qué es lo que hace, de probar todos los días sus labios, de escucharla decir por lo menos un hola, de esperar con ansia el más ligero de los roces de su piel con la tuya, aunque sea por accidente, accidente que provoca la propia necesidad de la que te he estado hablando. Así que alejado de todos estos elementos, estaba digamos, solo entusiasmado por ella.

Semanas enteras pasaron para por fin romper con mi cobardía, aunque un tanto a medias, a fuerza de ser sincero. Platicando dentro del salón de clases con Alfonso sobre cómo seguía su papá, que por esos días le extrajeron un cáncer de la próstata, la conversación dio vuelta, cuando de su banca se levantó Minerva, el negro perdió el hilo de la plática al dejar sus ojos en las piernas de ella.

– Está buenona la nueva compañera, verdad- me afirmaba sin devolver la mirada a donde partió, - lástima que ya esté ocupada.

-        ¿Cómo que ya está ocupada?- pregunté en tono entre incrédulo y molesto.

-        ¿Qué no sabes? – respondió Alfonso con un acento que parecía descubrir mi emoción por ella – Anda saliendo con el nuevo, con el Enrique, con Enrique Esparza, ¡con el mamey! Insistió al ver mi cara de incógnito, que más fue de incrédulo.

-        ¿Desde cuándo?- Seguí con las interrogantes.

-        Pues tanto no sé.- Me respondió con una risa burlona.- ¿Por qué? ¿Tanto te interesa?

-        No. No. Solo es curiosidad, ya sabes, el chisme. Terminé por decir, con la tristeza puesta en mi boca y el desánimo en todo mi cuerpo. 

Te preguntarás, de manera lógica, ¿cómo es posible si estaba tan al pendiente de ella el no darme cuenta de su relación con Enrique? La respuesta, igual de lógica que la pregunta es que uno ve solo lo que le interesa ver.

Con el único consuelo de lamer mis heridas para no morir en el intento continué con la inercia de la vida diaria.

A punto estaba de dejar los terrenos escolares cuando una silueta se apoderó de mi interés, se veía descompuesta, con la cabeza apuntando al suelo, quise no prestarle mucha atención, pero con cada paso que me acercaba la figura tomaba forma conocida y lo era: Minerva. Llevaba su mochila en la mano derecha casi arrastrando, en ningún momento su mirada abandonó el piso, me quité los audífonos para correr unos cuantos pasos a alcanzarla.

Lloraba.

-        ¿Estás bien?

-        Si, gracias. Dijo entre sollozos.

-        Me parece que no es verdad lo que dices.

-        Estoy bien, sólo quiero llegar a casa. No tienes un pedazo de papel, se acabó el que traía y no quiero usar mi ropa para limpiar mi nariz­.

Por suerte llevaba unas servilletas que guardé a la hora de ir a comprar el lonche, misma que le acerqué de inmediato.

- Si no te molesta te acompaño a que tomes el camión.- le propuse, movió la cabeza en señal de aprobación. Tampoco se negó cuando le pedí ayudarle con su mochila. No caminamos mucho, la esquina donde paraba el camión se encontraba a unos cuantos pasos de nosotros, el transporte no demoró en llegar, lo abordamos, no encontramos algún asiento disponible, así que dado la molestia que representaba estar parados y con las constantes frenadas que daba el camión, opté por estar mejor callado, además Minerva no daba visos de querer decir palabra alguna. Pasadas algunas calles un par de lugares quedaban desocupados, ella quedó en el que daba a la ventanilla y por consiguiente, yo en el del pasillo.

Daba la impresión que no notaba mi presencia, su mirada no abandonaba la oscuridad de las calles. Aún cargaba su mochila, la cual utilicé para romper el silencio, regresándosela.

-Ah, perdón, se me olvidó por completo.

- No te apures, ¿ya estás mejor?

- Si- Decía vacilante.

- ¿Sí de sí o sí de no me estés preguntando?

- Sí de que estoy bien, gracias. Lo que pasa es que… ¿alguna vez has querido a alguien de tal forma que cuando no está cerca de ti, sientes que el aire te falta? Haz sentido alguna vez esa sensación de que el día no te sabe si no lo ves o ya como premio de consuelo por lo menos escuchas su voz; no te ha pasado que cuando estás con esa persona, el tiempo no es tiempo sino un cuarto oscuro que se ilumina con sus besos, con sus caricias.

No sabía si preguntaba o afirmaba, pero cualquiera que fuera el enunciado ella buscaba una respuesta, que para el caso era la misma: No.

Me miró incrédula. Regresó la vista a la calle, frunció el ceño, apretaba los labios, movía su pierna de arriba hacia abajo en signo claro de desesperación, volvió la mirada conmigo para decirme.

- Qué bien por ti, te evitas estar en condiciones como las que estoy, desecha, sin ganas de nada, sólo de él.

- Todo pasa para un bien mayor, le dije a manera de consuelo.

- No estoy segura de eso.

- Cuánto pesimismo, no siempre es de noche, dije queriendo consolarla. 

- Me siento tirada, como esos barquitos de papel que pones en las corrientes que hacen las lluvias, entero, brioso, cuando zarpa, viendo una sonrisa enorme de quien hasta hace un instante te llevaba en sus manos,  mas cada metro que avanzas vas perdiendo tu estructura, tus dobleces, hasta quedar de nuevo en la forma original del papel, solo que sin fuerza, desbaratándote, para por último caer en la alcantarilla más próxima, hecha un despojo, olvidada.

Con ese ejemplo tan clarificador estaba de más preguntar qué fue lo que sucedió.

La plática continuaba, para cuando me di cuenta ya estaba en lugares que nunca supe de su existencia, pero no era el momento de arrepentimientos, además bajo las condiciones en que ella se encontraba, lo mejor era seguirla escuchando, unas cuadras y cientos de lágrimas después, con la voz entrecortada dijo que en la esquina siguiente bajábamos, le pedí su mochila, bajé primero, la tomé de la mano para que hiciera lo mismo, cruzamos la calle e iniciaba el camino de regreso a mi casa.

- Bueno – dije - espero que la noche te dé alivio, no llores más, corres el riesgo que tus ojos pierdan su hermoso color con tanta agua que sale, además si sigues te vas a deshidratar y no creo que te agrade verte cómo pasa. Intenté hacerme el gracioso para ver si su estado de ánimo cambiaba. Una tímida mueca aparecía en su rostro, ya fue ganancia.

-        Ahora te dejo, se hace tarde y el camión que me lleva de regreso ya se deja ver.

-        Discúlpame, espero no haberte dado mucha guerra.

-        No, ninguna, al contrario, qué bueno que tuviste la confianza de contarme tu pesar, siempre es bueno que unas orejas te escuchen aunque la boca no sepa qué decir.

-        Eso a veces es más importante.

Fue lo último que dijo antes de estirar la mano para despedirse, <> me despedí para de inmediato correr a la esquina a alcanzar el camión, me trepé literalmente a él y se echó a andar, regresé la mirada intentando encontrar la de ella, pero solo encontré una sombra lejana, aquello era una imagen tan triste que por sí sola encarnaba la tristeza, la desilusión, estuve tentado en regresar, quería abrazarla, me parecía un dolor tan grande que era injusto que una sola persona cargara con ello, pero no lo hice, creí que no me correspondía.

Todo el camino pensé en ella, me preguntaba cómo era posible que el querer a alguien fuera tan dolorosa, qué extraña unión se producía en los cuerpos para que una vez roto el vínculo te deje semejante vacío, que puedas ser dependiente de otra persona para sentirte feliz, preguntas que se quedaban solo en pausa para encontrar la respuesta.

Llegué a casa, saludé a mi madre. Un vaso de leche con pan fue la cena. Ya en la cama las interrogantes no dejaban de invadirme, la principal, si ella se encontraba tranquila, pero imposible saberlo, no contaba con su número telefónico, así que me hice a la idea de mejor descansar, la noche estaba avanzada, cerré los ojos y su imagen no se fue. Dormí pensando en lo cerca que estuve de ella.

“Eres inspiración…toda tú, porque el misterio siempre lo es. Eres como esa sombra que roba el sueño, las ideas, los suspiros; la sombra que causa escalofrío cuando recorre la piel y calor cuando se cuela a la cama”.

En los días posteriores no comenté palabra alguna de lo sucedido con los del clan, me convertí en el clandestino confidente de Minerva, si quieres de una sola vez, pero sus palabras, sus actos los sentía demasiado míos como para compartirlos.

Ella se refugió en sus amigas como era lógico, ya con la poca de confianza que adquirí la saludaba a la distancia y ocasionalmente estrechaba su mano. Pero en lo personal esas pequeñeces resultaban un gran logro.