La presidenta Claudia Sheinbaum y el régimen obradorista se jactan a diario de llevar a México a ser “el país más democrático del mundo”. Mienten, quizás lo saben, o tal vez no. Son demagogos.
Según les dicen a los mexicanos todos los días las elecciones del poder judicial del próximo 1 de junio serán un ejercicio democrático en el que el “pueblo” elegirá a sus juzgadores. Ellos se pavonean del hecho mismo de que habrá elecciones; como si los comicios fuesen, por sí mismos, signos de una democracia. No lo son.
La democracia electoral existe cuando los ciudadanos, en pleno ejercicio de sus derechos, acuden a las urnas informados sobre a quién votar. Sea por un partido de derechas, de centro o de izquierdas, el votante se siente identificado con un candidato en particular y/o una corriente ideológica que se llevará su voto.
Veamos rápidamente el caso de las elecciones al poder legislativo en México. La inmensa mayoría del electorado mexicano desconoce los nombres de sus representantes. Sin embargo, el color y el partido de su preferencia recibe su voto, no a través de una identificación personal con un hombre o mujer, sino con un grupo político.
Ahora bien, las elecciones al poder judicial no tendrán nada de eso, sino que serán una burda simulación democrática en la que cientos de nombres de individuos desconocidos serán presentados al votante en papeletas electorales. El votante deberá escoger números a ciegas.
Los votantes no tendrán pues ni la menor idea sobre quien merece su voto. No se tratará de un ejercicio democrático, sino de un laberinto interminable de nombres, apellidos y papeletas de colores cuyos beneficiarios no serán otros que los que cuenten con el respaldo de la movilización oficialista desplegada en los estados gobernados por el régimen oficialista y por el crimen organizado.
La farsa está en proceso de consumarse. Es un fraude en toda su expresión; una tomadura de pelo que deberá hoy y siempre ser denunciada.