“Los directores de la vida social mexicana, a partir del 70, ignoraron el sentido histórico de su época y mataron en su cuna la obra fundamental que iba a hacerse; después de la Reforma y la lucha contra la intervención francesa, que da a aquella un valor nacional, la única labor política honrada era la obra reformadora, el esfuerzo por la libertad a los espíritus y moralizar a las clases gobernantes […]; el régimen de la paz hizo criminalmente todo lo contrario; instituyó la mentira y la venalidad como sistema, el medro particular como fin, la injusticia y el crimen como arma. Ante esta acusación, en quien menos ha de pensarse es en Porfirio Díaz, ¿qué vale el error o la incapacidad de un solo hombre comparados con la incapacidad y el error de la nación que lo glorifica?”

Martín Luis Guzmán

Primera: la violencia

Una inconcebible negación —más allá de la pasividad— que mostraron Andrés Manuel López Obrador y muchos otros actores respecto a la realidad que circundó, englobó y permeó todo el proceso electoral de este año, al grado de afirmar irresponsablemente y para sorpresa de propios y extraños, que el país se encuentra en paz; que no había riesgos de salir a votar. “Estamos enfrentando el flagelo de la violencia todos los días y se puede hablar de paz y de tranquilidad”, dijo el presidente.

En general, las autoridades hicieron caso omiso a unas elecciones —y las campañas que antecedieron a estas— caracterizadas, como nunca antes en la historia democrático-electoral del país, por asesinatos, secuestros, intimidaciones y amenazas a candidatos, funcionarios, familiares y ciudadanos en general. Más de 780 agresiones, más de 90 políticos asesinados, más de 40 abanderados muertos (Etellekt Consultores).

Segunda: la tristeza

Antes, en comicios pasados, se hablaba de que la jornada electoral era un día de fiesta para la democracia. Este 6 de junio, en cambio, lo que debía haber sido una fecha de júbilo adquirió un aire de tristeza. Adicionalmente al crimen que cobija a una parte de las opciones electorales, a la necesidad de optar por los abanderados “menos malos” —aunque eso también sucedió en otras elecciones—, nos enfrentamos a la voz apagada de muchos, una gran parte del electorado, ante el autoritarismo, la manipulación y las falsedades expresadas particularmente por los hoy gobernantes.

Tercera: la superficialidad

Suspirantes carentes de seriedad; campañas sin propuestas. Lo que caracterizó todo el proceso previo a las elecciones fue la ausencia de substancia; la frivolidad que rayó en expresiones de mofa hacia el electorado. ¿Algún ciudadano puede mencionar, pensar, recordar algún planteamiento de algún candidato que no fuera chanza, patraña o superficialidad?...

Cuarta: el castigo

La polarización necesariamente llevaba al voto de reconocimiento, pero también —del lado opuesto—al de castigo. El refrendo o la señal de corrección. Ambos posibles, igual de válidos, mas no sé si igual de justos... ¿Miles, millones de electores que en el 2018 dieron su voto por el lopezobradorismo y que hoy, decepcionados, desilusionados, desesperanzados, no lo ratificaron?

Quinta: la urgencia

#VotaParaBotarlos. El sentido, para muchos, de que había que votar pues sería la última oportunidad de hacerlo; llamada urgente a crear un contrapeso, un balance de poder. De sostener el sistema democrático en México; uno que, después de todo, más del 65% de la población ve como preferible a cualquier otra estructura de gobierno (#ENCUCI del @INEGI_INFORMA).

Saber que, de lo contrario, equivaldría a condenar al país a no tener comicios ya nunca más.

Hoy, los ciudadanos citan una antiquísima frase, como última o, tal vez, única línea de defensa que le queda a la imperfecta democracia que tenemos: “si no soy yo, entonces ¿quién?; si no es ahora, entonces ¿cuándo?”.

Sexta: el lucro

Aprovecharse políticamente de la pandemia, pero sobre todo de la “solución” a esta, representada en las vacunas anti covid. Primero dosificar la vacunación para luego reforzar la campaña, precisamente a una semana de celebrarse los comicios (anunciando que al día ya finalmente se estaba vacunando a un millón de mexicanos, así como el cambio del semáforo epidemiológico en el Valle de México a partir del lunes 7 de junio sin que haya nada que sustente dicha decisión).

Ello sin considerar la raja política que le ha significado al régimen de la 4T escamotearle al INE su presupuesto y la tutela que tiene el Instituto de la responsabilidad de velar por la democracia de todos los mexicanos.

Séptima: la participación

Naturalmente, cualquier resultado que arroje este domingo comicial depende del nivel de participación de los ciudadanos; entre más electores en las casillas, mayor el juicio —positivo y negativo— a los gobernantes en turno, y viceversa.

El voto es un derecho (idealmente debiera estar ligado a un registro fiscal de contribuyentes cumplidos), pero tendría que ser también una obligación cuyo no cumplimiento fuera penalizado (como en otros países). De lo contrario, perpetuamos y normalizamos la falta de rendición de cuentas de nuestras autoridades y la ausencia de cumplimiento de las promesas de campaña por parte de los que un día fueron candidatos y hoy son gobernantes.

Octava: la intromisión

Con su intromisión, el presidente López Obrador ha despreciado al INE, al Tribunal Federal Electoral (TEPJF), a todos los ciudadanos que ejerceremos nuestro voto y hacemos posibles los comicios. AMLO pisoteando la ley electoral, desde que dijo que él sería quien vigilaría los comicios. También a partir de que llamó a suscribir un ‘Acuerdo por la democracia’ que nunca acató.

Un presidente de México que despreció una normatividad que el propio lopezobradorismo, durante años, exigió existiera y que fue producto, en parte, de la desconfianza que AMLO sembró.

Novena: ¿el reconocimiento?

El dejo de esperanza de que todo lo anterior no se traduzca en que los resultados electorales no sean reconocidos por las distintas fuerzas políticas a las que le sean adversos.

Resistir la tentación, producto de un exclusivo interés político, de impugnar, reventar o cuestionar las elecciones; de gritar fraude donde no exista. De querer ejecutar la maroma de aceptar, por un lado, resultados que les sean favorables y desconocer, por el otro, los que no.

Honestidad para reconocer que la intención del voto puede estar oscilando hacia otras opciones políticas.

Décima, los partidos:

El darse cuenta, la sociedad, de que no hay partidos que realmente la representen, esto es, que los partidos no son un sistema que funcione para la mayoría de la población.

El pragmatismo para crear micro institutos políticos en poyo a otros más grandes y el de unirse en coaliciones sin importar las ideologías o los principio que los fundaron y establecieron, hace ver que la población dejó de creer ya hace tiempo en los partidos y que el sistema no les ha generado alternativas o rutas para evitar que realmente les signifiquen algo (intelectualmente, emocionalmente, motivacionalmente) a quienes vota por ellos.

Esta crisis de los institutos políticos no es propia nada más de México, pero hora se ha hecho evidente en nuestra nación.

Décima primera: el balance

Independientemente del resultado de la elección, desde la ciudadanía y también desde la autoridad —la que repita en funciones o la que se inaugure en ellas—, abonar a la reconciliación nacional.

Construir un nuevo balance donde los roles de unos y otros cambiarán; de mujeres y hombres; de jóvenes y viejos; de instituciones y de costumbres.

Evitar la crisis del sistema político; abonar a un régimen de pesos y contrapesos, no al del país de un solo hombre.