Ayer la Suprema Corte de Justicia de la Nación votó a favor de una interesante ponencia del ministro Juan Luis González Alcántara Carrancá, a quien auxiliaron en la tarea dos especialistas en derecho que colaboran con él, Fernando Sosa Pastrana y Néstor Rafael Salas Castillo.

Cito un boletín de prensa del poder judicial: El pleno de la SCJN “determinó separar de sus encargos y consignar” a dos funcionarios de la Fiscalía General de la República “por haber incumplido de manera injustificada una sentencia que concedió el amparo, a fin de que sean juzgados y sancionados por la desobediencia cometida”.

El segundo párrafo del boletín precisa las cosas: “Se constató que pese a todos los requerimientos que se les hicieron, las referidas autoridades fueron omisas en dar cumplimiento a la sentencia de amparo en la que se les ordenó, entre otros aspectos, llevar a cabo el desahogo de diversas diligencias probatorias, a través de las cuales la quejosa buscaba acreditar la propiedad y obtener la devolución de joyería que en su momento le fue asegurada, con un valor de más de 200 millones de pesos”.

El tema tiene que ver con las pruebas, que en los litigios son fundamentales. En mi opinión, solo la corrupción —descarto la incompetencia— puede llevar a las autoridades a ignorarlas o a ser “omisas” y no permitir “el desahogo de diversas diligencias probatorias”.

Las pruebas son básicas en el derecho, pero no solo en el derecho:

  • Las pruebas también son relevantes en las matemáticas, que necesitan de demostraciones deductivas.
  • Sin pruebas no avanzan las ciencias naturales; hablo de diligencias probatorias experimentales inclusive para verificar la existencia de fenómenos que nadie ha podido ver, como algunos descubiertos por la astrofísica.
  • En metafísica las pruebas, dificilísimas de encontrar, lo son todo. Los filósofos han derrochado talento y sabiduría buscando probar la existencia de Dios —o bien su inexistencia—.
  • 4. En epidemiología, como aprendimos en la pandemia, las pruebas PCR y las de antígenos salvaron millones de vidas en todo el mundo. Probar que no se estaba contagiado era obligatorio para salir de casa a realizar actividades productivas.

Las encuestas de preferencias electorales son valiosas en la medida en que aceptan someterse a la prueba de los resultados de una elección.

En el Estado de México fracasaron algunos estudios demoscópicos, otros no. Pasaron la prueba la encuestadora Lorena Becerra, de Reforma, y la empresa MetricsMx, que publica en SDPNoticias. Reprobaron otros especialistas, que ahora intentan justificar su fracaso con artículos indignados pero sin sentido como el de ayer en Milenio de Francisco Abundis, director de Parametría.

El señor Abundis, “pollster de profesión” —es lo que dice de sí mismo en su biografía de Twitter—, habría probado que es un profesional con ética simple y sencillamente aceptando que sus encuestas esta vez no funcionaron y prometiendo esforzarse para mejorar su metodología en el futuro; no lo hizo así: probó la decadencia de su método.

En Morena, el presidente del consejo nacional del partido deberá probar que no solo le interesa la grilla.

Un joven paisano de Alfonso Durazo, gobernador de Sonora, no tiene recursos para acudir con sus compañeros a una olimpiada de física en Japón. ¿No valdría la pena que Durazo pidiera a las corcholatas donar algunos recursos de sus campañas a cinco muchachos inteligentes, que necesitan dinero para poder representar a México en ese evento? Si lo hicieran probarían que tienen valores humanistas, es decir, que no solo los motiva la ambición de poder.

¿O pensarán las corcholatas que no es necesario hacer nada ya que supondrán que, otra vez, el cineasta Guillermo del Toro aportará sus propios recursos para solucionar el problema —lo hizo en el pasado, patrocinando a un equipo juvenil de matemáticos mexicanos para participar en una competencia internacional—?

Del Toro ha probado, sin lugar a dudas, que es un gran ser humano. ¿No podrían los políticos que aspiran a la presidencia intentar probar lo mismo?

El que probó que es un miserable es el presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Francisco Cervantes, quien dijo que los trabajadores mexicanos “no tienen llenadera” porque les gustaría que se redujera la jornada laboral de 48 a 40 horas a la semana.

La expresión “no tiene llenadera” se aplica a la gente excesivamente ambiciosa; sí, como los patrones, que trabajan poco, descansan cuando se les pega la gana durante todo el tiempo que se les antoja, son tacaños —en especial a la hora de pagar salarios— y ganan mucho.

Solo como excepción los empresarios van a la oficina sábado y domingo, suelen alejarse de la chamba desde el viernes, vacacionan como mínimo 15 días en Semana Santa, otros 15 en Navidad y un mes en verano. Y sus utilidades no disminuyen.

Pero, carajo, a los jefes empresariales les molesta que la gente aspire a trabajar 40 horas semanales durante todo el año, recibiendo salarios de ninguna manera elevados y disfrutando —es un decir— de menos de 15 días de vacaciones.

El presidente del CCE probó que es un hombre pequeño en términos morales.