Irónico resultaba que un símbolo identitario tan importante de la urbe más grande del norte de México, el Río Santa Catarina, durante décadas, fuese tratado como terreno baldío y se usó como pista de go-karts, campo de golf, espacio de espectáculos o botadero de desechos. Su cauce, vital para la vida de la Zona Metropolitana de Monterrey, fue ignorado por décadas por gobiernos que privilegiaron los intereses de unos cuantos por encima del bienestar colectivo.
Sin embargo, esta semana el Gobierno de Samuel García en Nuevo León dio un paso firme para corregir esa historia. Declarando al Río Santa Catarina como Área Natural Protegida, convirtiéndolo en un Santuario Biológico del Estado, y brindándole frente a construcciones indebidas, basureros clandestinos y abusos de poder. Por primera vez, se articula un plan institucional, legal, técnico y participativo para restaurar, preservar y proteger uno de los ecosistemas urbanos más ricos del norte de México.
Los ríos urbanos son las venas olvidadas de nuestras ciudades. En medio del cemento y el crecimiento descontrolado, estos ecosistemas cumplen roles vitales: regulan inundaciones, albergan biodiversidad y mejoran la calidad de vida. Sin embargo, muchas metrópolis los han contaminado, entubado o convertido en cloacas, como ocurrió con el Cheonggyecheon en Seúl antes de su renaturalización. Protegerlos no es un lujo, sino una necesidad para ciudades más habitables y resilientes.
Ejemplos como Seúl, Londres, Medellín e incluso ciudad de México, aunque en sus sistemas lacustres, demuestran que revertir el daño es posible. Estas urbes han invertido en descontaminación, espacios verdes y soluciones basadas en la naturaleza, logrando reducir el calor urbano, atraer turismo y recuperar identidad cultural. El Támesis, antaño contaminado, hoy alberga vida silvestre; el río Medellín avanza hacia su renacimiento con parques lineales. Son lecciones de que la voluntad política y la participación ciudadana pueden transformar el paisaje.
El debate entre desarrollo y conservación suele plantearse como una disyuntiva: avanzar a costa de la naturaleza o proteger el medio ambiente frenando el progreso. Pero esta visión es falsa. El verdadero progreso es aquel que integra la sostenibilidad, reconociendo que el bienestar humano depende de ecosistemas saludables. Ciudades como Copenhague o Singapur demuestran que es posible crecer económicamente mientras se priorizan energías limpias, transporte verde y restauración de ríos y bosques urbanos.
El mito de que la conservación frena el desarrollo se desmonta con ejemplos concretos. Costa Rica duplicó su cobertura boscosa en 30 años mientras incrementaba su PIB. Milán, con su Bosque Vertical, y Nueva York, con su infraestructura verde, muestran cómo la naturaleza reduce costos en salud pública y adaptación climática. Como señaló el economista Jeremy Rifkin: “La tercera revolución industrial será verde o no será.”
En Nuevo León, la decisión de proteger el Santa Catarina no es sólo ecológica, sino estratégica. El estado enfrenta retos reales, producto de décadas de abandono e indiferencia: lluvias extremas, pérdida de biodiversidad, calor urbano, riesgo hidráulico. La declaratoria se acompaña de acción preventiva: monitoreo climático, 321 refugios temporales, coordinación con Protección Civil y una nueva división ambiental especializada que podrá castigar a los agentes contaminantes.
El mensaje es claro, no se trata de progreso contra conservación, sino progreso a través de la conservación. Como dijo Vandana Shiva: “La sostenibilidad es la única opción para la justicia intergeneracional.” El Gobierno de Nuevo León ha decidido actuar, escuchar a la ciudadanía y reconciliar la ciudad con su río. Y es que en este rubro el futuro no espera. Y hoy, en vez de repetir los errores del pasado, tenemos la oportunidad de demostrar que sí se puede construir un modelo de ciudad donde el desarrollo y la naturaleza convivan. Donde cada gota cuenta. Donde el río vive. Porque proteger el Río Santa Catarina no es mirar al pasado. Es tener visión de futuro.