Irreverente

Les platico: Hay un restaurant en Nuevo León al que la gente va -más que a desayunar, comer, merendar o cenar- a mirar y a ser mirado.

La otra vez, un amigo se topó con un examigo mamón que se hizo como que no lo vio para no saludarlo.

Ese examigo no se dio cuenta de que mi amigo sabe que el primero tiene cuentas pendientes, personificadas en un estado de cuenta suyo de un banco que da cuenta de ciertas triquiñuelas a las que se prestó en los últimos meses del gobierno de Peña Nieto, específicamente en Pemex, siendo director general José Antonio González Anaya.

Barbacoa feliz feliz feliz

Volviendo al restaurant de marras, los domingos en que se les acaba la barbacoa, sus meseros y pinches de cocina salen en tropel a hacer “redadas” entre los puestos de tacos que se ponen en los alrededores, y les compran toda la barbacoa que se atraviesa en su camino.

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Así, de pronto los mamones como el ex amigo de marras que se las da de gourmet y conato de chef, pero que ni a pinche llega… de cocina, claro, no se dan cuenta en sus comelitonas, que se están desayunando, comiendo, merendando y cenando, “deliciosos” tacos de carne de equinos felices, que felizmente venden los encargados de los puestos de la periferia.

Los más felices son los taqueros, porque se los dejan ir 20 veces más caros.

Son tan descuidados algunos de los comensales, que varios de los meseros se han convertido en informantes de algunos medios, gracias a las anotaciones que recogen de las mesas, escritas en servilletas.

Por eso y otras cosas...

Al susodicho restaurant no voy desde aquel diciembre de 2016, en que a ese ex amigo y a otro mamón igual que él se les ocurrió invitarme a comer para presumirme ambos sus andanzas en el nauseabundo mundo de la política gubernamental y de la universidad.

Como que me dejó marcado tan nefasta experiencia.

Inmediatito después de semejante incidente, ambos cayeron en desgracia, por lo cual, la crítica política local y la grilla universitaria perdieron a dos de sus “mejores” baluartes.

Desde entonces no voy por otra razón importante: cuando desayuno, como, meriendo o ceno, no me gusta mezclar semejantes rituales culinarios con pláticas de cualquier índole.

Las que más detesto son las mal llamadas “comidas” de trabajo, que terminan siendo ni comidas ni trabajo.

Y de esas de ese tipo presume el citado restaurant, alardeando en sus decires propagandísticos como centro político donde se dan cita todos aquellos que quieren mirar y ser mirados.

¿De qué restaurant les platico? Del que está en el cruce de las avenidas Constitución y Venustiano Carranza, en Monterrey.

¿Y de que restaurant son las fotos que acompañan a este artículo? Del de Fidel y Virginia Oyervides, que se llama igual al de Monterrey y que opera a la orilla de la Laguna de Sánchez, a una altitud de 1,700 metros sobre el nivel del mar en la sierra del municipio de Santiago, Nuevo León, y seca desde el año 2009.

La diferencia es que en el de la familia Oyervides, se come delicioso a todas horas, y en el otro, los políticos, empresarios, similares, anexos y conexos que asisten a mirar y ser mirados, se comen deliciosamente a los personajes de sus menús y agendas personales.

CAJÓN DE SASTRE

“Buen provecho”, remata la irreverente de mi Gaby.