Si tuviera que reducir la actual administración a una palabra, sería a cacofonía. No es la primera vez que lo digo. Y lo sostengo: este gobierno ha sido, sobre todas las cosas, ruido incesante; la autoproclamada transformación no ha logrado trascender a la insistencia y terquedad de repetir de manera constante y sistemática un mensaje sostenido en falacias, tales como la de falso dilema, ad hóminem, ad populum, ad verecundiam, entre otras. Es por esto que yo llamo mitocracia al lopezobradorismo devenido poder.

La barahúnda falaz continua ha tenido como consecuencia una polarización sin precedentes. La perenne cantinela matutina se ha apropiado de la narrativa nacional y su enunciador ahora funge como transcriptor de la agenda pública. La grilla, cual Leviatán lingüístico engulló al debate, y el criterio y la inteligencia se diluyeron en el mar de popularidad de a quien se le rinde culto a la personalidad en México.

No son tiempos fecundos para la lucidez ni el discurrimiento en el país. Ni serán si se sigue ponderando al aplauso por encima de la argumentación; o a la mano alzada sobre el diálogo. Los prestidigitadores del verbo han monopolizado a la verdad. Por eso no quedan espacios ni para la discrepancia ni para el intelecto. Los resultados del triunfo de la ignorancia son notorios: contradicción de ideas; hipocresía; incongruencia; malabares deductivos; y un festín sexenal donde únicamente se sirven sapos.

La única cura a este cáncer que ha enfermado a nuestra armonía nacional es un relevo presidencial disruptivo. Esto no necesariamente quiere decir que la oposición derrote al oficialismo. No. Simplemente se necesita que quien quiera que ocupe la titularidad del Ejecutivo federal en 2024 deberá despolitizar el ambiente y gobernar de forma política; y no a través de politiquería. Afortunadamente existen ese tipo de perfiles, tanto dentro del oficialismo como entre los opositores. Y pienso que quien ocupará la presidencia después de López Obrador será uno de éstos.

Hay esperanza frente a este oscurantismo temporal. Porque si la elección presidencial fuera mañana, creo que quien saldría vencedor de la jornada electoral sería la actual jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum. Pronosticar a largo plazo en política es jugar a la ruleta. Consecuentemente, supongo que realizar hipótesis que abarquen mayor temporalidad es un riesgo.

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Sheinbaum Pardo me parece una persona técnica, académica y científica. No es el estereotipo del animal político. Durante su gobierno se ha atendido a las principales inquietudes de la ciudadanía y se le han brindado resultados. Por supuesto que el patriarcado selvático empaña la imagen de la mandataria capitalina; y las esquirlas del discurso polarizador han lastimado su imagen, pues los detractores del oficialismo se ofuscan para juzgar con objetividad cualquier cuestión, persona, gestión o aspecto que se vincule con el presidente de la República.

La falocracia lopezobradorista confunde a propios y a ajenos, ya que ambos insisten en que un eventual gobierno encabezado por Claudia Sheinbaum acabará por simbolizar una extensión del actual. Es decir, se infiere desde el machismo que Andrés Manuel instauraría con Claudia un nuevo Maximato y gobernaría a través de ella.

Se equivocan. La Dra. Sheinbaum jamás traicionaría su lugar en la historia en caso de ganar la presidencia. La responsabilidad sería más grande que cualquier lealtad política. Porque sería la primera presidenta de la historia de México. Su triunfo materializaría el triunfo de la emancipación femenina en el país. No habría cordón umbilical político. Cuando mucho prevalecería la gratitud. Y nada más. Hay ocasiones que el contexto sociopolítico es más grande que cualquier conjetura.

Ahora bien, la salud de la República no depende únicamente del relevo presidencial. Para nada. Considero que para ir realmente sanando y reconciliándonos se necesitan recuperar contrapesos al poder, volver a acotar debidamente la separación de poderes y reconstruir las instituciones que la vorágine populista y autoritaria dilapidó.

Así las cosas, resulta fundamental que la distribución política del país vuelva a equilibrarse. Consecuentemente, es imperativo que la oposición empiece el 2025 gobernando por lo menos la Ciudad de México, el estado de México, Nuevo León, Jalisco, Puebla, Veracruz, Querétaro, Coahuila, Chihuahua, Yucatán, Durango, Aguascalientes.

Si se logra esto, estoy convencido que volveremos a recuperar el camino. Que quede claro que no son mis deseos. Simplemente mediante este conato de disertación se pretende esbozar une escenario que sin dejar de ser optimista, sea realista.