La única red social de los gigantes en el mundo del Internet 2.0 en el mundo, que no acaba por encontrar un modelo de negocio que la haga equipararse a sus ‘colegas’ es Twitter. Será porque si quizás muchos que abren una cuenta ahí la usan (o intentan hacerlo) pensando que es otro Facebook, Instagram, Snapchat u otra popular red social, y más para el simple entretenimiento frívolo.
No, Twitter es una red social más seria. No por nada es el medio preferido de comunicación directa que utilizan los líderes en casi todo el mundo, o eso pretende ser, porque en una reciente columna el periodista mexicano Federico Arreola criticaba su exceso de permisividad en casos cómo, por ejemplo, el acoso (basado en calumnia) recientemente visto ahí hacía el hijo menor del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
Twitter no acaba de convencer y atraer a inversionistas en bolsa de valores por más intentos que hace, unos exitosos, otros no tanto. La empresa fundada y dirigida por Jack Dorsey bien podría comenzar a adoptar máximas japonesas en cuanto a la visión que tiene ese país sobre el CLIENTE.
Y es que, para no ir más lejos, el país del sol naciente considera al CLIENTE, en general, ni más ni menos que cómo DIOS, lo equipara a él, porque al servir al cliente se sirve a la comunidad, al bienestar común, vaya, de ahí el concepto acuñado en los 60 en ese mismo país de ‘CALIDAD TOTAL’, que dicho sea de paso, en México es algo que luce aún cómo una quimera.
Pero es que Twitter, siendo una empresa trasnacional estadounidense, no parece importarle gran cosa el cliente, SUS clientes, que no son (o somos) sino los USUARIOS, y esto lo vemos continuamente. Carecen siquiera de un “call center”, o una oficina con una ventanilla para atención al mismo. En una experiencia personal, una vez acudí al edificio que alberga sus oficinas en CDMX, cerca de la avenida Reforma, a sus recepcionistas, faltos de todo espíritu de servicio y entusiasmo, sólo les faltaba, a manera de algunas oficinas burocráticas tener una torta y un refresco en sus escritorios, al tiempo de no poder ocultar una mueca que reflejaba de entre tedio, ineptitud y soberbia.
Años después, intenté verificar mi cuenta, con la famosa palomita azul: Un viacrucis la cantidad de requisitos, los cuales cumplí con paciencia de santo, para no recibir una respuesta en cosa de dos meses; negativa, por cierto. No la vuelvo nunca a solicitar.
También no es raro encontrarnos con que Twitter ‘TUMBÓ’, sin aparentemente tener motivos de peso, cuentas a usuarios influyentes, tardando semanas (sino es que meses) en enmendar la arbitrariedad, ya sea por error de la empresa o por manos de perversos hackers.
Recientemente, se hackeó la cuenta de la internacionalmente conocida y reconocida (hasta por Yoko Ono), Angie Vázquez, con decenas de miles de seguidores por todo el mundo; la vocalista, aún no puede recuperarla. Su cuenta Twitter fue utilizada por no pocos días, para promocionar, burdamente, consolas para video juegos. Por más peticiones que ha hecho la cantante y su familia, no se le reintegra su cuenta.
Y ese es sólo un ejemplo que es bastante visible, pero casos idénticos se suceden a diario. Se le quitó la cuenta, ni más ni menos, que a Donald Trump por parte, ahí sí, directamente de la empresa, lo cuál (en lo personal) me parece un exceso que se haya hecho en forma tajante y definitiva, ya que a mi juicio, no deja de socavar el espíritu de las redes sociales, que es la libertad de expresión, pero esa es ya otra historia.
Ginés Sánchez en Twitter: @ginesacapulco