Gracias a los resultados de los últimos comicios legislativos, Morena y sus aliados no cuentan con mayoría calificada en el Congreso (ni en Diputados ni en el Senado) para llevar a cabo reformas constitucionales. Ciertamente pueden realizar cambios a las leyes secundarias y planear el presupuesto anual como mejor les parezca. Así lo hicieron contra el odiado INE, a quien le recortaron una parte importante de sus recursos, en una clara voluntad de sofocar a la autoridad electoral.

Derivado de ello, AMLO y Morena necesitan obligatoriamente los votos de la oposición, y en particular, de Alito y de su camarilla del PRI. En algunas ocasiones les ha resultado favorable como en el asunto de la militarización y de la Guardia Nacional, y en otras se han golpeado con la oposición unida que en bloque se ha opuesto a los visos autoritarios del jefe del Estado. Así fue – el lector recordará- en el marco de la iniciativa de reforma de la industria eléctrica.

Ahora veremos con la reforma electoral. Un buen amigo me contó ayer que mientras comía el sábado pasado en un restaurante en el centro de la Ciudad de México vio a Alito sentado al lado. Mi colega me relató cómo una multitud de personas se acercaba al líder del PRI y le decían “Alito, no te rajes, no apoyes a la reforma electoral”. Él, por su parte, quizá sincero o deseoso de que le dejasen de molestar, respondía continuamente “No, no apoyaremos la reforma electoral y mañana estaremos en la marcha”.

En otras palabras, los mexicanos, o al menos una buena parte de nosotros, somos conscientes de la gravedad de la intentona del presidente de promulgar una reforma que pudiese conducir a la pérdida de autonomía del INE mediante la elección, por parte de los poderes del Estado, de los consejeros electorales. Y también están bien informados de que será el PRI – desde su cúpula hasta los representantes en el Congreso- quienes tendrán el deber de defender con sus votos al INE y a la democracia.

El PRI, por su parte, no se ha distinguido por valores éticos o democráticos, sino por un pragmatismo que les ha conducido a velar únicamente por sus intereses personales y partidistas. Es por ello que suena aterrador pensar que la democracia mexicana en su vertiente electoral depende del PRI.

Sin embargo, es lo que hay. Esperemos confiados que Alito y el PRI honren su palabra, y que defiendan en el Congreso lo que han prometido proteger con el resto de la oposición. Todo está en juego.