Es una afirmación polémica decir que el pueblo cubano ha resistido el bloqueo económico de los Estados Unidos, pues quien decidió tal resistencia fue el gobierno y, al hacerlo, arrastró al pueblo a un sacrificio extremo, injusto y desproporcionado, frente al que, con nobleza y sin alternativa posible, ha actuado con heroicidad y estoicismo.
En efecto la Constitución cubana, reformada hace apenas dos años, coloca al partido comunista en la conducción de la política del país caribeño, tal y como ha sucedido en los últimos años; es por tanto un régimen de partido de Estado y de corte totalitario, de modo que, en tales condiciones, no se puede decir que el pueblo cubano haya resistido el bloqueo, sí se puede decir que lo ha sufrido, sin opción alguna a evitarlo.
El pueblo padece el bloqueo y paga los costos de una decisión que no tomó y que, además, no puede rechazar, pues no hay forma de hacerlo. La Revolución cubana tuvo como origen la deposición de la dictadura de Batista, pero, triunfante, terminó por instaurar, sorpresivamente, un régimen comunista; en ese momento y en el marco de la guerra fría representó la ilusión de rechazo al capitalismo y la generación de una alternativa que recreara las condiciones de desarrollo, vendría el hombre nuevo con una visión distinta, fuera de la destrucción que significaba la explotación del hombre por el hombre.
La revolución cubana atrajo la simpatía de los sectores de izquierda de Latinoamérica y llegó a significar la alternativa anhelada; se sumó en esa vía el socialismo chileno y la visión progresista uruguaya, que fueron desmanteladas por sendos golpes de Estado. Vinieron las dictaduras militares de derecha y emergió el rostro dictatorial del régimen cubano que ante la crisis de la entonces Unión Soviética y con un bloqueo sin contrapeso, quedó expuesta abrirse o a endurecer el racionamiento y limitaciones a su población; se decidió por lo segundo.
Criticable el bloqueo que aqueda como reminiscencia de la guerra fría y de un endurecimiento de la política norteamericana hacia un país comunista, muy a pesar de que con otros de ese tipo de régimen mantiene una posición distinta. Sin duda, no al bloqueo es una posición digna, es un reclamo justo; pero lo es también, lo debe ser, demandar el fin de la dictadura para dar paso al ejercicio de las libertades, y de una democracia que se refleje en un sistema plural de partidos, donde exista la oposición, el debate, se impulsen los acuerdos y se respeten los disensos.
México tiene mucho que decir en esa materia, pues su historia, como un país que también pasó por una revolución, se edificó a partir de la existencia de un partido hegemónico, cuyo predominio no sólo dejaba mal parada su calificación democrática, sino también lo colocaba en riesgo de caer en las redes del autoritarismo. México construyó una vía peculiar, pues con el predominio asegurado de un partido -el PRI- se encaminó a un traslado por la vía de la pluralidad y la alternancia en el poder; lo hizo de forma pacífica y mediante reformas electorales que construyeron esa transición.
Conforme a su experiencia e historia, México debería demandar sí el término del bloqueo a un país tan entrañable como es Cuba, con quien existen lazos construidos a través de una historia de hermandad y de vínculos nodales, escritos a través de largas páginas entre ambas naciones; pero también plantear el necesario corrimiento hacia el régimen democrático que, si bien no brinda una respuesta automática a todos los problemas, permite un mecanismo de acuerdos básicos para definir destino.
Con el régimen democrático sería viable cancelar la absurda resistencia del gobierno y el doloroso sacrificio del pueblo a un bloqueo que se le impone, y que paga como un impuesto alevoso e injusto. En México se sabe que el autoritarismo es una opción, pero que, sobre él, la democracia es la opción; no sólo como un dilema intelectual, sino como un camino cierto para profundizar el fructífero vínculo entre ambos países y sus personajes, sus trayectorias y destino.
Entre la dictadura cubana y el populismo venezolano, México poco puede hacer, pues la vía que es posible afirmar es necesariamente democrática, a menos que se pretende una vuelta torcida de tuerca. Alentar un futuro democrático para América Latina se inscribe como la mejor ruta para el fortalecimiento de la patria grande. El camino alterno, que se ubica entre la dictadura y el populismo, niega esa posibilidad.