Corresponde al gobierno y a su partido entender que se reconstruyó la correlación de fuerzas en el Congreso, a favor de una mayor pluralidad; evadir ese hecho implicará adoptar una tendencia que irremediablemente mirará hacia el autoritarismo porque conducirá a eludir la sujeción o los frenos al ejercicio del poder.

La diferencia con respecto al trienio anterior es que, si bien la mayoría del partido en el gobierno se reiteró, también es cierto que ésta se delimitó para el nuevo período. Se supone que tal hecho debiera trasladarse a nuevos hábitos de interrelación del gobierno con las distintas fuerzas política; pues se trata de condiciones que cualitativamente fueron modificadas por el propio electorado. Lo que dice la ciudadanía es que quiere un gobierno fuerte pero más acotado.

Los primeros intentos de negociación que se realizan para conformar la nueva legislatura dan cuenta de una intención por parte del partido en el gobierno, tendente a no asumir su nuevo acomodo, de resistir su delimitación y de intentar tomar un dominio que el voto no les otorgó.

El problema, más allá de poner en evidencia un afán desmedido de poder, se relaciona con la gobernabilidad; si se rechaza que el electorado se pronunció a favor de construir nuevos equilibrios en el Congreso por la vía de ajustar la mayoría del partido en el gobierno, la respuesta será un alejamiento de los acuerdos, un ambiente de creciente tensión y una confrontación constante.

Es evidente la pretensión de Morena para lograr, a toda costa, el control en LXV legislatura de la Cámara de Diputados. Pretende tener la presidencia de la Junta de Coordinación Política y la Presidencia de la Mesa Directiva, cuando la Ley Orgánica del Congreso señala que si ningún partido tiene la mayoría absoluta – como es el caso – la junta de Coordinación recaerá, de forma alternada, en los coordinadores de los tres grupos parlamentarios con mayor número de diputados.

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Por caminos aviesos se anuncia que Morena busca mantener los tres años la Junta, pero independientemente de que lo logre, el registro que dibuja el rostro de la LXV legislatura de la Cámara de Diputados es de confrontación y encono. Tales rasgos habrán de definir pautas de entendimiento o de pugna y amenaza de ruptura; se irá delineando el estilo y las condiciones de desempeño del Congreso y de su papel como poder, respecto del propio gobierno. Más allá de los desacuerdos y de los acuerdos que naturalmente habrán de ocurrir, está en juego la posibilidad de que se construyan reglas satisfactorias en la interrelación de las fuerzas políticas, para hacer posible un fluido ágil del proceso legislativo y de intercambio de opiniones.

Siempre viene al caso la frase de Clausewitz referente a que la política es la continuación de la guerra por otros medios; pero si esas otras vías son fracturadas o interrumpidas, lo que queda es la guerra a cecas, la confrontación brutal, la intimidación, la violencia en su vertiente verbal, pero con efectos desbastadores en la sociedad.

Cierto, la confrontación y las relaciones hostiles en el Congreso, que incluso han llegado a los golpes y hasta los balazos, son hechos que trascienden sus paredes, pues se transmiten a la sociedad, a los grupos en conflicto y de ahí a sus leales, lo que acaba generando situaciones de alto riesgo, al tiempo que desquebrajan la cultura democrática y la expectativa de resolver los problemas sociales por la vía de la política.

La guerra como símil de la política, es lo peor que puede ocurrir; tal metáfora requiere, en efecto, que sean los otros medios que rompen ese vínculo, los encargados de hacer clara la distinción entre la guerra y la política. La ruta del entendimiento y del desentendimiento civilizado es el camino por recorrer, pues urge mostrar que existen posibilidades de construir arreglos y soluciones, en un momento donde la violencia y la inseguridad amenaza a todos. Ahora se utiliza una frase que es aplicable…hechos no palabras.