Ricardo Anaya, aquel joven queretaro que participó en las elecciones presidenciales en 2018, es un hombre inteligente, competente y con propuestas basadas en la evidencia empírica. Lo que él propone, que suele publicar en sus vídeos colgados semanalmente en sus redes sociales, da cuenta de que el “joven maravilla” está bien enterado sobre los acontecimientos alrededor del mundo y que es consciente de los problemas que aquejan al país.

Si Anaya compitiese contra Morena en un concurso de cultura general, de historia, de geografía o de relaciones internacionales, sin duda se llevaría el primer lugar. Como he señalado, es un político culto, preparado, articulado, que sabe debatir y que habla con claridad.

En adición a ello, Anaya cuenta con buenas competencias políticas. Así lo demostró en 2018 con su aplastante victoria en la guerra fratricida sostenida contra Margarita Zavala y otros pesos importantes del PAN en su lucha por la candidatura presidencial de su partido. Si bien algunos le acusaron de haber sido el culpable de la escisión de Acción Nacional, y con ello, de la consecuente derrota estrepitosa en los comicios presidenciales (un paupérrimo 22 por ciento) la realidad apunta a que Anaya contó en aquel momento con grandes bazas políticas que le hicieron posible, desde la presidencia del partido, desterrar a sus adversarios políticos.

Uno supondría, si las elecciones fuesen ganadas por el mejor, que Ricardo Anaya tendría entonces lo mejor de lo mejor para conseguir fácilmente la presidencia de México: un hombre preparado, con buenas ideas, con visión de futuro y con buenas competencias políticas. No es así.

Desafortunadamente para México, el candidato vencedor de 2024 no será aquel que tenga las mejores ideas de futuro, quien hable a la gente sobre el crecimiento del PIB, el coeficiente de Gini o sobre la historia de la integración de la Unión Europea, sino aquel que sea popular, es decir, que sea querido por la gente y en quien la mayoría de los mexicanos vea un hermano de batalla, y que comprenda (y aparente compartir) los grandes males que aquejan al país.

No ganará, pues, el que mejor conozca la historia de Estados Unidos, o que más lenguas extranjeras domine, sino el que convoque naturalmente al pueblo de México a la plaza pública. Ello abrió las puertas a AMLO y a una pléyade de políticos de Morena que no se han distinguido por sus ideas, pero sí por su popularidad.

En suma, como he señalado, Anaya sería un buen presidente de México en términos de sus propuestas de política pública. Sin embargo, su propio tono aleccionador, la reputación que se ha ganado sobre su vida de lujo en Atlanta y su dificultad para conectar emocionalmente con el pueblo de México van a complicarle el camino. Anaya, para su mala fortuna, no es popular.