Si seguimos hablando del mismo tema después de varias semanas, es porque el reportaje, pruebe o no un delito, sí conectó un fuerte golpe a la piedra angular de Palacio Nacional, un golpe que hizo tambalear a todo el proyecto de la 4T. Y es que aunque muestren los contratos, justifiquen sus pagos, y se deslinden legalmente de cualquier responsabilidad, la “Casa Gris”, al igual que en su momento fue la “Casa Blanca” para Peña, es un símbolo de que los tiempos no han cambiado, de que los privilegios siguen presentes, y de que nuestros gobernantes viven mejor, mucho mejor que sus gobernados.
Si para el mismo Peñismo, que siempre se mostró insensible con las causas sociales y que nunca hizo mucho por ocultar el estilo de vida de sus funcionarios, el escándalo de la Casa Blanca fue un parteaguas que lo distanció tremendamente de la ciudadanía y que terminó por dilapidar cualquier proyecto de sucesión que tenían; para este gobierno, el de López Obrador, la Casa Gris es (lo quieran o no aceptar), un devastador golpe a su credo, a su supuesta ideología de gobierno y a la credibilidad de lo que por años, mañana a mañana, se le ha intentado vender a la ciudadanía un modelo social en donde teniendo menos, pueden ser más felices.
¿Pero qué viene después de este escándalo? ¿qué viene después de la Casa Gris de José Ramón López Beltrán? Para Morena, a más de la mitad del sexenio, hay dos vías que se pueden recorrer.
La primera, es la que aparentemente se esta imponiendo: radicalizarse aún más. Descalificar, agredir, ofender, echar toda la fuerza del estado en contra de todo aquel que exhiba la incongruencia entre lo que se pregona y lo que desde el gobierno, los funcionarios y sus familiares hacen. Tratar de convencer a sus seguidores de que existe un complot en su contra, que es perpetrado por quienes perdieron sus privilegios. Seguir esta ruta, podría quizá blindarlos de futuros escándalos que seguramente van a salir, sin embargo, habrá un porcentaje de la población que les haya dado el beneficio de la duda en 2018, pero que no los seguirá por esta ruta. Radicalizarse podrá refrendar la lealtad de sus cercanos y convertir a los que les queden como seguidores en prácticamente sus incondicionales sectarios; sabiendo que perderán votos, pero que quizá con los que mantengan ya blindados, les alcance para ganar la sucesión.
La segunda vía es la de la conciliación. Tratar de disminuir la percepción de riesgo que varios grupos han visto en su gobierno, intentar que la ciudadanía apartidista no vea una amenaza tan grande como para que sientan la necesidad de activarse y unirse a un proyecto ciudadano que los saque del gobierno. Empezar a ceder en ciertas áreas y sectores para quitarle futuros apoyos a sus opositores. Dejar el tema por la paz, y dedicarse a gobernar y presentar resultados que sostengan la conveniencia de su proyecto de transformación. Una vía que requiere más esfuerzo, más autocrítica, apertura, conciliación y logros; una vía que se ve difícil que quieran y/o puedan recorrer.
Para la oposición no hay mayor ruta más que la de la unidad, pero una no basada únicamente en sacar a Morena del poder, sino sustentada en las coincidencias que se tengan para poder construir en conjunto, un proyecto incluyente en el que las militancias de cada partido y la sociedad civil se sientan integradas. Un proyecto que haga a un lado los intereses personales y de grupo, y que vaya impulsando perfiles ciudadanos que generen la empatía suficiente con la ciudadanía para poder competir frente a cualquier candidato que Morena les ponga enfrente. Candidatos serios, con experiencia y que tengan muy en claro desde hoy, que lo más importante para competir es sumar y dejar de dividir.
La Casa Gris marcará una antes y un después en este gobierno, dependerá de cada frente, adaptarse y/o sacarle provecho a esta nueva coyuntura. ¿Sobrevivirá la 4T al escándalo? Solo si la oposición se lo permite.