Lo que sucedió en Nuevo León es deleznable o divertido, depende a quién se le pregunte y depende qué tan consciente haya estado en las épocas de autoritarismo grosero, abierto, y que se acabaron (al menos se tuvieron que cambiar las formas) en la década de los noventa. Debemos partir de algunos principios que, aunque todos dicen conocer, rara vez se asimilan en sus alcances: a) el poder tiende a corromper a quien lo detenta; b) la esencia de la política es el poder, no el derecho; c) el derecho es, en la cotidianidad, el límite más eficaz del poder; d) en las situaciones donde el poder se percibe realmente amenazado, el derecho es mucho menos eficaz, y se vuelve una variable más en la lucha de fuerzas y el escenario resultante.

Aunque la opinión pública tiene una percepción más o menos clara de los cargos políticos que están en primer, segundo y tercer nivel, esta es engañosa y cualquiera que sepa del asunto sabe que, aunque dos personas tengan el mismo nivel, no son iguales, porque los detalles lo son todo; me explico. No es lo mismo la subdirección de vinculación de alguna secretaría de estado, que la subdirección de adquisiciones de Pemex. No es lo mismo la presidencia municipal de algún municipio pequeño y pobre del sureste, que la presidencia municipal de un gigante industrial como Tlanepantla. La diferencia radica en la clase de intereses que se juegan en uno y otro supuesto, y el calibre de actores con los que se relaciona y a quien puede hacerle favores (o negárselos) quien ostenta el cargo.

Lo mismo pasa en las gubernaturas, y es un hecho conocido que Nuevo León es, en términos absolutos, el estado más rico de México, no en lo más importante (que es nuestra gente) pero sí en lo que sirve para comprar cosas, que es el dinero contante y sonante. Las disrupciones económicas no han hecho más que acentuar su posición como destino privilegiado de la inversión, y el hoy el destino más codiciado de los grandes capitales para el nearshoring. La proporción en la que esa entidad contribuye al PIB nacional y a la recaudación impositiva es desproporcionada, y aunque hoy causa risa, hay ahí dentro voces que se pronuncian (hoy inofensivas, pero serias) por el separatismo.

Valga lo anterior para dimensionar que, lo que se juega en la política de Nuevo León no es poca cosa, y eso ayuda a explicar porqué tanta alharaca por la designación de un gobernador interino que sólo va a gobernar (en principio) 6 meses. ¿Qué tanto puede hacerse, bien o mal, en 6 meses? Resulta que mucho, y el gobernador con licencia lo sabe. Por eso alguno de sus asesores, que sí son mayores de edad, desempolvaron el manual de política sindical de los años setenta y aplicaron el tradicional portazo y toma física del congreso, con jaloneos, escudos humanos y todo. Un clásico.

Ahora bien, lo que no es tan comprensible en términos ajedrecísticos es que hayan convencido a García de postularse a la presidencia, porque no tiene mucho que ganar haciéndolo. De hecho, pase lo que pase (que no sea ganar la presidencia, para lo cuál tiene, hoy, una probabilidad como de ganar el melate a la primera), esta crisis constitucional, generada por no aceptar el mecanismo constitucional de nombramiento de gobernador interino, seguro causará rupturas y resentimientos entre su propio grupo y entre la clase política estatal, difíciles de cicatrizar.

Creer que la clave para ganar la presidencia es participar muchas veces hasta que se logre, como lo hizo AMLO, es dejarse llevar por la anomalía fuera de la curva. Eso sólo lo ha hecho en nuestro país él, y debido, entre otras cosas, a condiciones políticas y de erosión de confianza en las élites tradicionales, en 2018. Normalmente lo que sucede a quienes participan para perder, sabiendo que van a perder, es que quedan debilitados y exhibidos, cuando no empobrecidos. Aguas ahí.