La movilidad urbana es mucho más que transporte: es una condición indispensable para la equidad, el desarrollo económico y la calidad de vida. En una ciudad como Monterrey, con una expansión territorial tan acelerada y una robusta base industrial, un sistema de transporte público eficiente es, literalmente, el motor que puede sostener —o frenar— su crecimiento. Por décadas, Nuevo León arrastró una crisis de movilidad que parecía insoluble. Hoy, sin embargo, la administración estatal está reescribiendo ese capítulo con una estrategia ambiciosa, integral, basada en resultados y con miras a movilizar a los millones de turistas que visitarán la entidad durante la Copa Mundial de Fútbol.
La llegada de los nuevos trenes MM-25 a la Línea 1 del Metro, el despliegue de más de mil 800 camiones ecológicos, la construcción de nuevas líneas (como la Línea 4 y 6, que serán las más extensas del continente), y la modernización del sistema TransMetro son señales inequívocas de una transformación profunda como la han implementado otras grandes urbes del globo. Tokio, por ejemplo, moviliza más de 8 millones de personas diarias con puntualidad y cobertura amplia. Seúl integró trenes y autobuses logrando una reducción del 30% en el uso del automóvil desde el año 2000. En Londres, el metro y el peaje urbano redujeron el tráfico en el centro en más de un 15%. Lo que Nuevo León está haciendo hoy —en términos de flota nueva, infraestructura y planificación— lo acerca a las decisiones estratégicas que han cambiado la movilidad en grandes ciudades globales.
Sí, el aumento gradual de tarifas ha generado críticas, algunas justificadas. Nadie quiere pagar más por un servicio que aún no es perfecto. Pero este incremento está acompañado de una renovación tangible, no de promesas al aire. Pagar por un transporte con camiones nuevos, aire acondicionado, botones de pánico, seguridad y wifi (pronto habilitado) no es lo mismo que pagar por unidades viejas, inseguras y poco frecuentes. En Medellín, por ejemplo, el sistema integrado metro-cable permitió a sectores históricamente marginados acceder a oportunidades económicas con viajes más cortos, seguros y confiables. Eso es lo que se busca en Monterrey: que el transporte sea un puente, no un obstáculo. La tarifa, como en Ciudad de México o Nueva York, debe reflejar una mejora continua del servicio.
Quienes han querido empañar este proceso con protestas han encontrado eco sólo en parte de la ciudadanía. Sí, hay descontento —y debe ser escuchado—, pero también hay avances que deben ser reconocidos. Manifestarse es un derecho legítimo, pero cuando se recurre a la violencia, a la manipulación política o al sabotaje, ese derecho pierde legitimidad. Y más aún cuando los liderazgos detrás de las protestas están vinculados a partidos que por décadas concesionaron el transporte público a intereses privados sin rendición de cuentas. No se puede construir futuro con quienes apuestan al deterioro, ni con quienes confunden causas sociales con cálculos electorales.
En paralelo, obras como el Viaducto Elevado Morones Prieto abren nuevas rutas a la ciudad. Conectará puntos críticos, reducirá hasta 20 minutos los tiempos de traslado y permitirá separar el tránsito local del de largo recorrido. No es un fenómeno menor: hablamos de una infraestructura capaz de mover a más de 3 millones de vehículos al año. París logró reducir un 30% su contaminación al combinar metro eléctrico con restricciones a los autos diésel. Monterrey, con el viaducto y una red de transporte sustentable, apunta al mismo horizonte.
Por supuesto, hay pendientes. El wifi prometido en los camiones aún no está disponible de forma generalizada, y eso debe corregirse. La percepción ciudadana sobre los tiempos de espera en algunas rutas aún es negativa, y ahí hay ajustes urgentes por hacer. Pero lo importante es que hay una ruta clara, un plan maestro en ejecución, y una voluntad política que no se achica ante el reto.
Mover a Nuevo León no es solo una consigna, es una tarea monumental. Y hoy, por primera vez en mucho tiempo, parece tener destino. El gobierno estatal ha comprendido que una ciudad no se moderniza sólo con autos nuevos y avenidas anchas, sino con un transporte público que dignifique al ciudadano, que reduzca desigualdades y que anticipe el futuro. Esa es la verdadera transformación que se está gestando. Y aunque no todos quieran verla, ya está en marcha.