Ha quedado claro que en México existe una izquierda radical; un movimiento político representado por hombres y mujeres que buscan emular en nuestro país el modelo existente en países como Cuba, Venezuela y Nicaragua

Hemos visto el fin de semana pasado a Gerardo Fernández Noroña y a miembros de Morena viajar a Caracas para reunirse con el impresentable presidente Nicolás Maduro. Increíblemente, a pesar de la tragedia conocida en Venezuela en términos del hundimiento económico y la violación sistemática de las libertades de los venezolanos, un grupo de políticos mexicanos aún miran hacia este país sudamericano como modelo de desarrollo.

La izquierda radical busca establecer un régimen caracterizado por una lucha abierta contra las libertades individuales, en favor de la persecución política, la intolerancia, la guerra religiosa, el hundimiento de la educación, el adoctrinamiento político, y en suma, todo lo que resulta perjudicial para el desarrollo de una nación.

Miremos hacia lo que ocurre hoy en Nicaragua, donde el presidente Daniel Ortega encabeza una guerra religiosa contra la Iglesia católica; una persecución política contra sacerdotes opositores al régimen. Nos recuerda, sin duda, a la Guerra Cristera, en la cual el gobierno mexicano combatió a la facción católica durante las primeras décadas del siglo XX.

Noroña, quien no ha vacilado en elogiar a personajes como Díaz-Canel y Nicolás Maduro, ha declarado sus intenciones de buscar la presidencia de México. La buena noticia es que difícilmente la izquierda radical llegará a la presidencia de México. Primero, deberán hacer frente a la “izquierda moderada” (si efectivamente le podemos llamar izquierda, y enseguida, si podemos llamarla moderada) representada por otros miembros de Morena como Marcelo Ebrard y Claudia Sheinbaum.

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Y en un último acto, la izquierda intolerante tendrá que verse las caras contra el electorado mexicano. A pesar de las múltiples carencias educativas que existen en México, los mexicanos saben bien que nuestro país no sería capaz de soportar un régimen al estilo nicaragüense o venezolano. Una “primera madurez política” alcanzada tras décadas de gobiernos del PRI, seguidas de dos gobiernos panistas, y luego, tras el paso de AMLO, hará posible que cualquier personaje surgido de la izquierda radical sea rechazado en las urnas.

En suma, sí que resulta escalofriante que un aspirante a la presidencia de México (léase, Gerardo Fernández Noroña) a pesar de sus escasas posibilidades de triunfo, se entreviste con Nicolás Maduro. Sin embargo, el arribo de radicales a la presidencia de México se antoja como un sueño castrista difícilmente realizable. El electorado mexicano sería, en última instancia, quien evitaría que nuestro país siguiese los destinos de Venezuela o Nicaragua.