Hubo un tiempo —no tan lejano— en que caminamos juntos. Coincidimos en marchas, reuniones, foros y batallas electorales. Compartimos el sueño de transformar este país desde abajo, con el pueblo y para el pueblo. Nos dolían las mismas injusticias, nos entusiasmaban los mismos ideales, nos unía el anhelo de un México distinto. Por eso, lo que hoy siento no es rabia… Es una mezcla amarga de decepción y desprecio.

Durante el reciente proceso electoral en Veracruz, quedó al desnudo una fractura que venía gestándose desde hace tiempo. Compañeros que alguna vez levantaron con orgullo las banderas de Morena decidieron romper con el movimiento. Algunos se alejaron en silencio; otros, de forma más burda, se pusieron al servicio de proyectos ajenos. Lo más grotesco no fue su partida —porque al final cada quien es libre de irse—, sino el cinismo con el que intentan seguir diciendo que son “obradoristas”, que son los “verdaderos morenistas”. Vaya desfachatez.

Yo también fui crítico del proceso interno de Morena. No me trago el cuento de que todo estuvo bien. En muchos municipios se impusieron candidatos sin trayectoria, sin trabajo, sin convicción. Se cometieron errores absurdos, decisiones que dejaron fuera a liderazgos legítimos, a militantes de años que han sudado este movimiento. Pero una cosa es la crítica interna —necesaria, frontal, honesta— y otra, muy distinta, es renegar del partido, darle la espalda a la militancia y traicionar los principios que jurabas defender.

Porque sí: apoyar a otro partido o a otro candidato es traición. Punto. Así lo dicen los estatutos de Morena, pero sobre todo, así lo dicta la congruencia. ¿Cómo puedes seguir llamándote “morenista” mientras haces campaña para Movimiento Ciudadano o cobijas candidaturas de oposición? ¿Qué clase de moral esquizofrénica permite eso? Lo digo con toda claridad: quien se fue con MC, el PRI o el PAN, ya eligió. No son compañeros. No son morenistas. No hay medias tintas.

Y no me vengan con discursos de dignidad o de “coherencia personal”. Porque si de coherencia hablamos, entonces hay que tener el valor de asumir las consecuencias: si abandonas el proyecto, ya no puedes hablar en su nombre. El que cruza esa línea, no tiene derecho a volver pidiendo aplausos ni exigiendo espacios. El movimiento no es una camiseta que te pones y te quitas según tus ambiciones personales.

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Sé que este texto puede incomodar a algunos. Lo asumo. Porque también a mí me incomoda recordar los rostros de quienes hoy ya no reconozco. Me duele saber que muchos de ellos fueron cercanos, compañeros de lucha, gente con la que compartí batallas y derrotas. Pero más que tristeza, lo que me inspiran hoy es desprecio. No por irse —porque el que ya no cree, tiene derecho a marcharse—, sino por seguir fingiendo que están con nosotros cuando claramente ya no lo están.

Morena no es perfecto. Está lejos de serlo. Pero es el instrumento que construimos con años de lucha, con millones de voluntades. Y no vamos a permitir que se pervierta, ni desde dentro ni desde fuera. Nos toca defenderlo de los enemigos evidentes, sí… Pero también de los oportunistas que se disfrazan de “verdaderos fundadores” mientras hacen campaña por otros colores.

La transformación sigue, aunque algunos se hayan bajado del tren. Los que quedamos, lo hacemos por convicción, no por conveniencia. Con los pies en la tierra, pero con el corazón firme. Y con una certeza inamovible: a esta causa se le es leal, incluso en los momentos más oscuros.

Porque algunos criticamos y resistimos… Pero no traicionamos.

X: @Renegado_L