La agenda prioritaria de los gobiernos termina siendo coyuntural, porque los casos concretos son los que erosionan el capital político de un presidente y de un partido, por eso lo que nos viene a la mente de cada sexenio son nombres de casos (Atenco, Luz y Fuerza, Ayotzinapa), y no de programas estructurales. Empero, quieran o no, los que gobiernen en 2024 tendrán que lidiar de alguna forma con estos problemas específicos:

  • Soberanía alimentaria (que hoy no se liga a plataformas ideológicas aislacionistas sino a la inflación general)
  • Violencia e incidencia delictiva (la primera la resuelve la paz, la segunda la política criminal; no es lo mismo)
  • Tensión financiera del sistema de pensiones y seguridad social
  • Suficiencia energética.

En el ramo de la energía, mientras más se estudia la historia reciente, hay más incógnitas, y tampoco importa la postura ideológica de romantizar lo que sea (ni el petróleo “que es de todos”, ni la inversión extranjera “que es lo que permite el desarrollo”). Hasta los países más comprometidos y los más hipócritas, como Reino Unido y Suecia, han tomado medidas que permiten inferir el enfriamiento de su optimismo progresista. El primero ha aplazado la prohibición de fabricación de nuevos autos de gasolina hasta 2035, y la segunda ha reducido las exenciones fiscales relacionadas con energías limpias. Son acciones como estas, y no discursos woke, las que revelan la prospectiva real de los países sobre la viabilidad de sustituir los combustibles fósiles en el corto plazo: prácticamente nula.

A nivel doméstico, Pemex es la petrolera más endeudada del mundo, y eso conlleva a que los gobiernos nacionalistas le avienten todo el dinero que pueden, sin resolver ninguno de sus problemas de fondo. Pero los críticos dicen que “ya hay que dejarle de dar dinero a Pemex”, y privatizar, vender o refundar lo que convenga. Pero ninguna calificadora internacional, área de análisis de banco ni consultora internacional ha publicado documento de trabajo alguno donde analice la ruta crítica real para dejar morir a Pemex, ni los escenarios que sobrevendrían. De entrada, la calificación de deuda país está ligada a la de Pemex, así que las calificadoras han mandado recomendaciones contradictorias sobre el mismo tema, a veces en el mismo documento, es ridículo.

El tema de las energías renovables y limpias versus los combustibles fósiles ha sido simplificado en aras del objetivo final, que es loable; a saber, la extensión de vida del planeta como hábitat viable para los seres humanos. Empero, también ha provocado que la discusión no tome en cuenta ciertos aspectos complejos, como, por ejemplo, los costos hundidos de las energías renovables y la imposibilidad real, en el mediano plazo, de sustituir los fósiles con pura voluntad política y presión de los países ricos y poco poblados. Y no estamos hablando del simplismo de los guerreros de latte venti que, desde su smartphone con batería de litio extraída por infantes en minas, se quejan del petróleo. Va más allá.

El costo de la unidad de energía eléctrica (lo que cuesta generarla para, a su vez, producir otra cosa o consumirla directamente) varía tanto por la hora en la que se produce (tiene horas pico y horas desahogadas, donde cuesta menos); y en el ejemplo de una de las notas, construir una planta nuclear cuesta más caro que una de gas natural, pero los gastos de la primera son en su mayoría fijos, y de la segunda variables, por lo que depender de la última sería mucho más incierto, tanto en términos de capacidad generadora como de precios finales del energético.

Varios expertos están cayendo en cuenta de que lo verdaderamente sustentable sería una mezcla de fuentes energéticas, por diseño, por ejemplo, con energía nuclear cubriendo la base mínima de demanda de un país, el gas o la hidroeléctrica entrando a cubrir la demanda intermedia, y el resto de fuentes (las limpias) complementando la demanda faltante. Este no es un discurso que se pueda vender fácilmente a los progresistas ni a los ambientalistas, pero no hay mucho para donde hacerse.