“La flecha de mi vida ha clavado sus rumbos en tu pecho y esquivo entre tus brazos el acecho de las cien rutas que mi paso olvida.”

ERNESTINA DE CHAMPOURCÍN

“La burla, de la realidad

Y el corazón me suplicó

Que te buscara y que le diera tu querer

Me lo pedía el corazón y entonces te busqué

Creyéndote mi salvación

Y ahora que estoy frente a ti

Parecemos ya ves, dos extraños

Lección que por fin aprendi

Como cambian las cosas los años

Angustia de saber

Muerta ya la ilusión”

PEDRO LAURENZ / ADRIANA VARELA

Triste. Para el 2024 se perfila un gran, grandísimo ganador.

No será Morena (ni ‘Juntos Hacemos Historia’); ni el PRI, el PAN o el PRD. No hablo tampoco de Movimiento Ciudadano.

Como van las cosas, el apabullante vencedor es y seguirá siendo el partido mayoritario en México, también conocido como el de los abstencionistas.

Y uso el término ‘abstencionistas’ y no ‘abstencionismo’ porque ya va siendo tiempo de que como sociedad mexicana nos demos cuenta que el abstenerse de votar no es una entelequia, algo abstracto o anónimo, sino una falta de compromiso, de valor cívico, de responsabilidad ¡de casi la mitad (50%) de los ciudadanos en edad de votar y con posibilidad de hacerlo! Individuos cada uno bien identificado por nivel educativo, región geográfica, sección electoral, nivel socioeconómico, etcétera, gracias al inmenso trabajo que ha hecho Mexico BigData durante ya algunos lustros (en otras entregas ahondaré en estos aspectos).

Esos abstencionistas, y no los que votamos por algún partido político, fueron los verdaderos ganadores en las elecciones federales del 2018 (de la participación por partido respecto a la lista nominal, 28% votó por Morena; 11% por el PAN; 9% por el PRI; 4% por el PT; 11% por otros; ¡y 37 por ciento no votó!), así como en las intermedias del 2021 (de la participación por partido respecto a la lista nominal, 18% votó por Morena; 9% por el PAN; 9% por el PRI; 4% por MC; 13% por otros; ¡y 47 por ciento no acudió a votar!).

En el 87% de las casillas y en 291 de los 300 distritos federales los abstencionistas superaron al partido ganador (Morena).

En México hay muchos elefantes en la sala de los cuales nadie quiere hablar ni atender. El tema de la violencia rampante que no cesa. El paupérrimo nivel educativo de la población (un asunto que en lo personal está muy cerca de mi corazón). La carestía en los bienes de la canasta básica y una inflación que se come cualquier aumento al salario, son algunos de ellos. Pero en el terreno electoral, el vacío el cual nadie atiende ni procura, es el de los abstencionistas.

Son el partido más grande de nuestro país; es multitudinario y —¡lo que son las cosas!— ni siquiera tiene ideología. Ahí caben los afines a la Cuarta Transformación —y ni tanto— y los que despotrican contra esta —y ni tanto tampoco—.

Los de izquierda, de derecha y ciertamente los “templados”.

Todos ellos militan en la comodidad de sus hogares y en la decisión de no participar votando.

Algunos otros números:

• En las elecciones intermedias de junio de 2021, 44 de 94 millones de electores potenciales decidieron no ir a las urnas.

• 8 de cada 10 ciudadanos NO eligieron a Morena.

• 9 de cada 10 NO votaron por el PAN ni por el PRI.

• 2 millones de quienes votaron por primera vez en el 2018 ya no fueron a las urnas en el 2021.

• 10 millones de votantes no primerizos que sí sufragaron en el 2018 no lo hicieron en el 2021.

• Hay bastantes más abstencionistas en el norte del país que en el sur. Llegaron a ser el 62% en Baja California, por ejemplo.

• Lo que es peor, el cohorte de edad (20-34 años) que representa el 35% de la lista nominal de votantes es el que menos vota; de ese grupo, ¡el 60% se abstiene de votar!

Algunos dirán que esto es normal… sin embargo, quedarse con esa lectura demuestra que no estamos entendiendo la fuerza y el arraigo que tiene la abstención entre los mexicanos: cómo han incrementado la desidia, el desinterés, la apatía, el hastío en estos últimos años.

Me refiero a ciudadanos que pueden opinar en redes sociales, en las sobremesas con amigos o hasta subir los decibeles de su voz, pero cuando se requiere su participación mediante el voto, simplemente no plasman su voluntad a través del acto ciudadano más importante y representativo del quehacer cívico.

De un tiempo a la fecha, pero sobre todo desde que “la oposición” le arrebató a Morena una buena parte de la CDMX, grupos políticos, formadores de opinión, columnistas —muchos de ellos genuinamente preocupados por la realidad nacional— hablan de la importancia de escuchar a la sociedad civil (de hacerla partícipe) para a través de ella alterar las tendencias electorales que hoy en día preponderantemente favorecen a la Cuarta Transformación.

No obstante, se les escapa un detalle sumamente importante: describen las formas para que la oposición (los partidos políticos en general) “se robe” el voto del universo de los que de por sí votan (particularmente los que lo hacen por Morena). Nunca se refieren, en cambio, a atraer el voto de los que no acuden a votar. Dicho de otro modo, críticos, simpatizantes, oposición, morenistas, nos concentramos en dilucidar nuevas formas de repartirnos el pastel de los que ya de por sí votan (ese 53% al que me referí antes) en lugar de agrandarlo, de hacerlo crecer.

¿Cómo no caer en esa trampa? Centrándose, fundamentalmente, en dos cuestiones:

(1) movilizar —desde la ciudadanía misma (de preferencia partiendo de un nivel muy local) y NO desde los partidos políticos— a los abstencionistas. Sé perfectamente que nuestro sistema político-electoral se compone de partidos y que este gira alrededor de ellos. Pero el movilizar, concientizar o construir ciudadanía debe partir del accionar de la gente y no de las estructuras partidistas.

Sí, desde la sociedad, pero no vista como un ente colectivo, amorfo, nacional, sino como una suma de infinito número de microcosmos. Cada pequeña asociación, cada interés específico, cada círculo poblacional, cada colonia. En otras palabras, el lograr alentar a que los abstencionistas voten, inicia con que  “vecinos” de casa, de proyectos, de intereses, de dificultades, los hagan conscientes de la ventaja de “atender” estos distintos asuntos a través de la elección de autoridades que verdaderamente los representen.

(2) Una vez movilizados (ciudadanizados, concientizados) por sus pares, los partidos políticos, todos sin excepción, deberán encontrar la manera de representar LAS CAUSAS e inquietudes de ese nuevo universo de personas que antes no ha votado.

La salida al enredo de este laberinto (cantaría Juan Carlos Cáceres), ese que compartimos los mexicanos, lo que lleva a la construcción y no a la destrucción democrática, a la verdadera equidad en las contiendas, radica en recomponer la calidad y la dimensión del pastel electoral. Representar causas de la ciudadanía abstencionista en lugar de construir ideologías o proyectos políticos para luego ir a la caza de votos. Atraer, así, a los que nunca han votado y a los que en algún momento se cansaron de votar.

He ahí la gran debilidad de la competencia electoral, el grave error del sistema político en México: enfocarse en el 53% que hace vida participativa, mientras que ni una sola de las acciones, mensajes, estrategias o visiones políticas contemplan al otro 47% de los ciudadanos.

Verán ustedes, estimados lectores, el elefante está sentado en nuestra sala, pero nadie le dirige la palabra.