La tragedia ocurrida a migrantes guatemaltecos, hondureños, salvadoreños y venezolanos en un albergue provisional del Instituto Nacional de Migración en Ciudad Juárez fue el último eslabón de una cadena de malas decisiones en una serie continua de calamidades sociales. No fue un desdichado acontecimiento aislado sino la consecuencia última, el final terrible de un itinerario centroamericano de horror.

El neoliberalismo abandona a la suerte de los mercados internacionales a las vecinas naciones pequeñas y débiles (igual que en África); dichos países se hunden en la miseria y la violencia. Solución trágica: en lugar de buscar la integración económica de la región, las oligarquías nacionales inducen a sus pueblos a emigrar masivamente hacia el Norte.

Familias enteras, desesperadas por el hambre, la falta de empleo y la violencia, abandonan sus hogares y terruños buscando seguridad en un trayecto totalmente inseguro. Tratando de sobrevivir, la muerte los acecha en cada paso que dan. Caminan y caminan provincias y naciones; pasan calores y fríos, enfermedades y cualquier cantidad de abusos criminales y de Estado. Con niños a cuestas.

Mientras más al norte llegan, peor se les trata: son considerados como la insufrible escoria de la humanidad. El crimen organizado secuestra, roba y asesina a los migrantes; por su parte, las autoridades de migración nacionales hacen eco de la concepción neoliberal sobre las migraciones: “son desbandadas de barbarie”, musitan: así que estorban su paso exigiendo “pasaportes actualizados”, recluyendo como criminales a los indocumentados en la frontera sur, dando el pitazo a las bandas de delincuentes acerca de las rutas de camiones y trenes por donde irán esos olvidados del mundo. La ayuda es mínima, las autoridades mexicanas se ven rebasadas: son los pobres de México quienes alimentan, visten y consuelan a los descamisados del sur.

Una vez llegados a EU son devueltos a la frontera de México con la incertidumbre de ser admitidos por el sueño americano, recluidos en estaciones “provisionales” que custodian agencias de seguridad privada.

El colmo es cuando el ex panista y ahora flamante morenista presidente municipal de Ciudad Juárez aplica el mismo criterio racista, la misma solución equivocada a un problema mal abordado desde el principio: amenaza con duras medidas a la migración callejera. Solución trágica una vez más: el encierro con candado hasta que una chispa lo decida todo. Morir quemados. Como si la estrella de su condena estuviese escrita de antemano.

Discriminación de la pobreza, aporofobia de las clases medias, negligencia de las autoridades, la criminalidad al acecho contra las caravanas y una errónea colaboración con Estados Unidos para nunca jamás demostrar que se quiere solucionar el problema de raíz.

Estados Unidos se burla de los acuerdos pactados con México para invertir recursos en Centroamérica: ni un solo dólar. En cambio, para Ucrania, ¿qué tal?

México debe entender que ni Biden ni Trump, ni demócratas ni republicanos, contribuirán a resolver el problema que ellos generaron. Si “sólo el pueblo puede salvar al pueblo”, es hora de voltear a ver y hablar con los hermanos centroamericanos para buscar nuestras propias soluciones, sin depender de aquellos “hijos de la chingada”.