IRREVERENTE

Les platico que también quise titular a este artículo como “el hervor del fervor y del honor”.

La anécdota de Winston Churchill es demoledora y de ella surgió todo lo que ocupará el siguiente espacio con el que arrancamos octubre. Arre!

Primera anécdota

El taxista londinense no reconoció al primer ministro cuando al llegar a su destino éste le preguntó si lo podía esperar para llevarlo de vuelta.

“No puedo. Es que quiero escuchar por la radio el mensaje que dará Churchill al país.” Después de disfrutar flemáticamente semejante elogio a su ego, el mandatario inglés le ofreció £10 y esta fue la respuesta del taxista:

“Que se joda Churchill; tárdese lo que quiera. Aquí lo espero”, mientras tomaba el dinero.

Con esto en mente me pregunto: Quién le dio tanto poder al dinero para hacerlo capaz de volver esclavos a los hombres?

En esos años de guerra y en estos que vivimos hoy en día -también de guerra- el dinero compra dignidades y honores.

Pero… sirve para comprar camas, más no sueños.

Compra posesiones, bienes, muebles, tierras, pero divide y hace pelear incluso a los hermanos entre sí.

El dinero vuelve a la codicia connatural al ser humano. Y ahora, la…

Segunda anécdota

Hace un buen de tiempo, fuimos invitados a comer por un joven emprendedor aspiracionista al restaurante donde trabajaba como gerente.

Su personal nos atendió opíparamente y cuando pedí la cuenta, un pariente suyo que nos acompañaba a la mesa casi me arrebató la mini carpeta donde en los lugares elegantes se suele colocar eso, la cuenta.

Ante tal despliegue de “generosidad”, no opuse resistencia y “me rendí”.

Le di el gusto de pagarla, recordando que un amigo me enseñó a no pelear en estos casos, como suele ocurrir cuando los amigos o los familiares se pelean por pagar la cuenta. “Yo, yo, yo la pago!”, es el grito de los bravos guerreros que se matan entre ellos por querer pagar la cuenta.

De risa, pero aprisa se dan a veces tan absurdas batallas, que harían caer por los suelos mi teoría sobre la forma en que el dinero empobrece al que pelea por él.

La irreverente de mi Gaby le pidió al familiar de marras ver la cuenta para calcular el monto de la propina que dejaríamos para los meseros.

Pero el familiar volvió casi a arrebatársela diciendo que no iba a aparecer ahí el monto de la cuenta.

Pero los ojos de mi irreverente esposa alcanzaron a ver que la cuenta estaba en ceros, producto de la generosidad del joven emprendedor aspiracionista que nos había invitado.

Luego, al familiar aquél le di las gracias y le dije: “te debemos una”.

A lo cual respondió: “ya me deben dos”.

Qué sucedió ahí? Pues que el mentado familiar le quiso quitar mérito al gesto del joven, producto de otra de las peores debilidades del ser humano: el ventajoso oportunismo.

Conclusión:

Codicia, malicia y amor al dinero, es lo que campea entre los más altos mandos y rangos de las fuerzas armadas mexicanas.

Estamos siendo testigos del hervor al que es sometido el honor y el fervor del Ejército.

Fui educado a cederle al paso y saludar con alto respeto a los soldados y lo sigo haciendo todavía.

Pero reitero, a los soldados, pues por la naturaleza de mi trabajo soy testigo cercano de la forma vil en que los más altos niveles del Ejército doblan y agachan sus lealtades al poder presidencial, que los ha comprado con prebendas y contratos inimaginables.

Tengo manera -y lo hago con auténtico fervor- de calar el sentir de la tropa, del soldado de infantería, y puedo decirles a cabalidad que ellos, los del pueblo uniformado de a pie, están encabronados diamadre.

Las vilezas de los altos mandos son cada día más infames y se están llevando entre las patas de los caballos, de los tanques y de las tanquetas, el proverbial honor del Ejército.

Toleran -por sus propias conveniencias- el deshonor que manda el jefe supremo de las fuerzas armadas, de tratar a los criminales como los seres humanos que son.

Que vaya el presidente a decirle eso a los padres de los hijos que han sido asesinados por las bandas de delincuentes.

Que vaya a decirles eso a los hijos o hermanos de los desaparecidos, de los secuestrados.

El presidente contribuye así al demérito del Ejército, y los altos mandos que están ahí por la riqueza que el gobierno les regala, deshonran a la tropa.

CAJÓN DE SASTRE “Los más altos mandos del Ejército son hoy por hoy una barata versión de ‘muestras gratis’; viven su pobreza moral en medio de su riqueza material. Pobres”, remata la irreverente de mi Gaby.