En el contexto de una crisis estructural y militar muy severa de la URSS (la guerra en Afganistán desangraba la economía y no se veía cómo pudieran ganarla), surge el anuncio de Ronald Reagan de que EU la superaría y anularía todo su arsenal nuclear mediante una plan militar de alta tecnología llamado Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE) que alarmó a los septuagenarios dirigentes soviéticos (Yuri Andropov y Konstantin Chernenko, que antecedieron a Gorbachov) y plantearon una respuesta “simétrica” que conllevó un esfuerzo descomunal de financiamiento de nuevas armas nucleares por mar y tierra que desquició las muy apremiantes finanzas del Estado: elevaron su presupuesto de defensa desde 18%-20% a 30% del PIB. Una locura, acelerando los graves desequilibrios: estancamiento económico (habían proliferado mercados ilegales de bienes y servicios “oficiales”, la economía criminal y la corrupción) que se convirtió en depresión económica y en gran turbulencia política al interior del grupo gobernante.

Gorbachov llegó (1985) y planteó una política de reformas que constituían un nuevo paradigma sobre la realidad del socialismo soviético: las promocionó como “Perestroika” (reestructuración) y “Glasnost” (transparencia en el quehacer del gobierno). En realidad, la URSS desfalleciente debía reformarse en cinco áreas estratégicas:

  1. La economía centralmente planificada, los mecanismos de decisión y la agricultura que arrastraba un déficit alimentario mayúsculo, así como abrir al mercado los sectores económicos más atrofiados.
  2. La redistribución interna del poder en dos niveles: hacia dentro del aparato de Estado (partido, órganos legislativos, ministerios, ejército, órganos de inteligencia; y al interior de la estructura organizativa, deliberativa y de decisión de la Unión de Repúblicas, hacia las nacionalidades, dándoles poder de determinación, autonomía relativa, control de recursos naturales y soberanía parcial, capacidad de decisión en el Soviet Supremo, no independencia.
  3. Reformar especialmente las finanzas del Estado y reestructurar al ejército, era insostenible el presupuesto de defensa, los gastos de la guerra en Afganistán, e indispensable la modernización del ejército.
  4. Para lo anterior había que replantear la articulación de la URSS con Occidente mediante un ambicioso acuerdo de desarme general que diera mayor seguridad a todos los europeos (incluida la URSS), así como abriendo segmentos de la economía soviética a la inversión occidental, previo tratamiento de shock, que resultaría costosísimo, y liquidar la guerra en Afganistán que lo había enemistado con todo el mundo islámico y que no podría ganarse.
  5. Reformular sus relaciones al interior del campo socialista, aflojando la centralización de las decisiones, el predominio soviético, otorgando mayor capacidad de decisión propia y anulando la “Doctrina Brezhnev” de la “Soberanía Limitada” que legitimaba la intervención abierta militar en los países aliados ante “la amenaza imperialista”.

Era realmente inmensa la agenda de la “Perestroika”. Una renovación completa del socialismo (no se cuestionaba la esencia del sistema soviético, la propiedad estatal de los medios de producción, la conducción del PCUS, la organización unificada de las Repúblicas Soviéticas, las alianzas con los otros países socialistas, la ayuda y cooperación con el “Tercer Mundo”, la planificación centralizada, la agricultura cooperativa y colectiva, y otros). Pero era necesario flexibilizar todos los excesivos controles de poder centralizado y burocratizado por una “nomenklatura privilegiada” superpuesta a toda la sociedad y a las estructuras sociales y políticas formales del Estado.

Esta gran complejidad fue la que enfrentó el proyecto político de Gorbachov. No admite simplicidades falsarias él conocía el sistema, surge de él, vivió dentro de él y su programa era transformarlo, renovarlo y darle una nueva faz hacia finales del siglo XX en el que surgió la URSS, se desarrolló y llegó a su clímax. Los “seudo-análisis” que parten de un principio “anticomunista”, o anti igualitarista” o “anti-soviético” o cuya pretensión es vanagloriar al capitalismo no tienen nada de análisis, no esclarecen nada, son simple denostación y regocijo del colapso final de la URSS. Está bien para los propagandistas. No para académicos serios, líderes políticos reales, parlamentarios profesionales o prensa verdaderamente especializada, que huye de la banalidad. Son plumas llenas de veneno. No aportan. Sirven de muy poco o nada.

Para muchos simpatizantes en el mundo del socialismo, la gran oportunidad de ir a esta renovación total había sido cuando el prestigio del socialismo era muy grande en el mundo, finales de los años 50 y principios de los 60, luego del triunfo sobre la Alemania nazi y los logros industriales y técnico-científicos, del desarrollo, de la expansión del socialismo y de la “desestalinización”.

En la segunda mitad de los años 80 se ensayó esta enorme renovación en condiciones extremadamente críticas, lo cual la hacía muy difícil de lograr, e incluso, se auguraba su colapso. Pero no había otra alternativa que adentrase al proceso. Se requerían muchos recursos financieros justamente para financiar esta reconstrucción multinacional. Gorbachov había solicitado durante su participación en la reunión del G-7 (julio, 1992) un crédito de $20,000 millones de USD a los países que lo formaban. Le dijeron que “tal vez”, pero nunca llegó. Se adelantó el golpe de Estado para detener todos los cambios en curso, desde el sector de “línea dura del partido” y del “sector privilegiado e inflexible del ejército” con el apoyo tácito de Occidente. Ello aceleraría el derrumbe del poder reformista que lideraba Gorbachov.

En tales condiciones sumamente críticas, adoptó dos medidas desesperadas para retomar el control de la situación, del complejo y amplísimo proceso: por Decreto disolvió al Partido Comunista Soviético (PCUS) y se retiró un fin de semana a su casa de campo a planificar los siguientes pasos a concretar. Allá fueron a arrestarlo junto a sus colaboradores y su familia y a exigirle la renuncia los golpistas. Estaba preparando un nuevo Tratado para la Unión que concedería un nivel de Soberanía a las Repúblicas, se estaba planeando también una reforma monetaria para el rublo (no era convertible con otras monedas) que pretendía incluir un proceso de liberalización económica parcial en etapas y ciertos sectores con inversión privada, ajustándose a las exigencias del G-7 para acceder al crédito.

Cuando regresó a Moscú había perdido el control del poder, de las decisiones, de los espacios públicos donde estas se procesaban. El integrante del Comité Central del Partido Comunista y Presidente del Soviet Supremo de Rusia (había sido destituido de otros cargos en el partido en 1987) el Ing. civil Boris N. Yeltsin, se había puesto al frente de la resistencia al golpe militar, una parte del ejército se había adherido a los manifestantes en rebeldía y los seguidores de Yeltsin culpaban a Gorbachov del golpe mismo organizado en el que participaron algunos colaboradores de su gobierno conspirativamente sin que él lo hubiera detectado.

Estaba más aislado que nunca, perdió todos los apoyos inicialmente logrados y su liderazgo. El golpe militar y el caos que siguió, debilitó como nunca el poder del centro soviético. El 12 de junio de 1991 Yeltsin fue electo como Presidente de Rusia (ya disuelta la URSS) derrotando a uno de los colaboradores importantes de M. Gorbachov Nicolau Ryzhkov.

La Perestroika en el sentido amplio aquí reseñado, había fracasado bajo el peso de sus propias contradicciones irresueltas en el curso del proceso de su avance, y de los inmensos adversarios que la misma movilizó, así como de la apuesta de Occidente que no tenía realmente intenciones de apoyar la reestructuración, sino de ser testigo de su colapso completo, como sucedió, guiado por el Club Bilderberg (1954) como detalla Daniel Estulin (2011).

Los líderes occidentales maniobraban para acelerar la caída: aparentaban colaboración con Gorbachov pero:

“el empeño se dirigía en realidad a llevarse grandes cantidades de dinero del país. Según un memorándum interno del FBI escrito por el agente especial Philip Wainwraight (….) Existía la posibilidad de una jihad económica orquestada en privado …para aplastar los poderes gobernantes comunistas por medio de la destrucción de su inestable rublo. En otras palabras a la Unión Soviética (…) iban a arrebatarle todos sus activos. La estrategia pretendía que el país cayera en la anarquía hasta el punto de que Rusia no pudiera combatir las operaciones militares de Estados Unidos que se aseguraría el control de las reservas de petróleo y gas de Asia central. Avalanchas de bienes muebles salieron de la URSS (… ) Saquearon hasta 500,000 millones de dólares. También participó la CIA cuyo principal objetivo era destruir la moneda soviética”. (pp. 39-40) No fueron necesarias las armas.

Boris Yeltsin traía un proyecto de liberalización política y económica completa e inmediata que se convirtió en una brutal depresión económica y social a lo largo de los años 90 y en una anarquía en los territorios de las nacionalidades no rusas integradas en la URSS, quienes declararon unilateralmente su independencia una tras otra.

El proyecto de renovación completa del socialismo fue sustituido por otro de transición salvaje al capitalismo y desintegración del Estado soviético y la URSS. Lo más dramático: el saqueo posterior de riquezas nacionales, operado por los líderes occidentales, las mafias rusas y europeas, algunos de los que luego -a partir de ello- se convirtieron en los “nuevos oligarcas rusos”, provenientes del primer círculo de allegados a Boris Yeltsin.

Un saqueo, el más grande de la historia contemporánea, de riquezas acumuladas en más de 70 años por la URSS y naciones unificadas en torno al modelo soviético. En ese momento de caos, los activos soviéticos estaban en “tierra de nadie”.

Pero cuáles fueron los logros conseguidos por Gorbachov y su equipo de colaboradores con su proyecto de transformaciones?

Lo abordamos en la próxima y última entrega.