Seré breve en mi columna porque hoy en particular me siento un tanto desolada. Me siento huérfana. Estoy huérfana. Y sí. Así es como me siento. Huérfana. Así es además porque lo soy, al haberme quedado sin mis padres. Pero este sentimiento también lo llevo como mexicana, como ciudadana.
Siento que a nadie le importamos. Que nadie nos quiere y que nadie vela por nosotros en nada.
No hay un Secretario de Salud que cuide de la salud de los niños porque dice que ni a sus nietos vacuna.
No hay una Secretaria de Educación Pública que le dé oportunidad a los niños de desarrollarse en entornos seguros al haber cancelado las escuelas de tiempo completo. Mucho menos hay una Secretaria de Educación Pública que revise los contenidos que se están impartiendo para los niños, ni siquiera les ha importado revisar si habrán adecuaciones curriculares por el tema de la pandemia y mucho menos le dan importancia a la salud mental de niños y jóvenes.
No hay un secretario de seguridad que nos provea de seguridad justamente porque pues, piensa que es mejor dedicarle tiempo a apoyar al presidente para su consulta que velar por la seguridad.
Y pues tampoco del lado de la llamada oposición, a nadie le importemos tampoco.
Los que empezaban a resplandecer como candidatos fuertes para ser un contrapeso, pues por un lado y por otro lado decepcionan, descorazonan y desilusionan.
Entonces, ¿a quién tenemos? A nadie. Simplemente a nadie. Desconfío ya fácilmente de muchos. Me es difícil creerles ya. Y eso es muy triste.
La buena noticia es que nos tenemos como ciudadanos, pero no la tan choteada llamada Sociedad Civil. En esa ya tampoco muchos creen. Nos tenemos de mexicano a mexicano, para darle la mano al de junto, para aliviarle la carga al que te pide ayuda, para ser cada día mejor como vecino, como compañero de trabajo, como jefe , como amigo.
Es lo único que nos queda. Porque de ahí en fuera, a nadie, no tenemos a nadie más .