“La necedad de vivir sin tener precio”, dice la canción de Silvio Rodríguez que este vocalista dedicó a AMLO en el Auditorio Nacional.

“El necio” es una linda canción que sirve para entender al presidente López Obrador. Ignoro si el artista cubano se inspiró en el Elogio de la necedad, de Erasmo de Róterdam, pero, en cualquier caso, la obra del humanista neerlandés resulta de mucha más ayuda para entender el valor de un necio.

Ya sé, el ensayo de Erasmo se ha difundido en español como Elogio de la locura, pero creo que su título original, Morias Enkomion,—que es un juego de palabras relacionado con Tomás Moro— tiene más que ver con el concepto de necedad, e inclusive con el de majadería, que con la noción de locura.

En fin, no sé griego ni soy experto en Erasmo. Pero sí entiendo, como este pensador, que la necedad consiste en “dejarse llevar, cegarse, alucinarse con los defectos de los amigos y el sentir afición y admirarse por alguno de sus vicios manifiestos como si fuesen virtudes”.

Dejarse llevar, cegarse, alucinarse con los amigos, sí, pero también con algunas causas ideológicas o políticas. Esta última es la necedad a la que hace referencia Silvio Rodríguez; la de un necio como Fidel Castro, quien soñó un mundo distinto y fracasó —la verdad sea dicha, la Revolución cubana prometió el paraíso y terminó en un infierno—; el cantante cubano, claro está, también piensa en la necedad, mucho más democrática, de Andrés Manuel López Obrador, cuyo proyecto de cambio político, económico y social no puede, no debe fracasar en México.

El triunfo de Andrés Manuel no se logrará —no en definitiva— durante su gobierno, sino en el siguiente, que por lo visto en las últimas elecciones, a partir de 2024 será igualmente de Morena.

AMLO no debe equivocarse con su sucesor o sucesora. Su necedad lo lleva a considerar que solo poseen virtudes quienes lucen con más posibilidades de quedarse con la candidatura presidencial de Morena, que son —en orden de aparición en las encuestas de preferencias electoralesClaudia Sheinbaum Pardo, Marcelo Luis Ebrard Casaubón y Adán Augusto López Hernández—.

Diría Erasmo que Andrés Manuel se deleita hasta con las verrugas —políticas, desde luego— de Marcelo, Claudia y Adán. La necedad, que “une y conserva unidas las amistades”, lleva al presidente López Obrador a encontrar solo ligeras desviaciones de la vista en gente de su equipo que muchos percibimos monstruosamente bizca —en términos ideológicos y políticos, por supuesto—.

En el refranero la necedad se presenta como antónimo de la sabiduría. Pero, lo entendía Erasmo —lo canta Silvio—, a veces la sapiencia es producto de la más extrema cabezonería.

Dice el dicho: “Necio que sabe callar, camino de sabio va”. Afirma con frecuencia Andrés Manuel que su pecho no es bodega y que todo lo dice. Pero, desde luego, se trata de una regla que como cualquier otra tiene excepciones.

De Rafael El Fisgón Barajas aprendí que con AMLO no es conveniente caer en el juicio fácil de considerarlo un cabezota cuando se enterca con una idea que parece no tener sentido. Andrés Manuel normalmente calla lo fundamental, solo él sabe lo que hace y sorprende cuando cambia el juego.

Como Walt Whitman, el presidente López Obrador de pronto se contradice —y asombra a la opinión pública— porque contiene multitudes. Tiene mucha experiencia en ello y normalmente le funciona.

Supongo —espero— que en el tema de la sucesión cuando hable a solas con uno —subrayo lo de con uno— de los aspirantes sea, como afirma el refrán, un necio que sabe callar.

En lo personal veo política e ideológica y políticamente muy deforme la mirada de Ebrard: me parece que la del canciller no es solo una pequeña desviación de la vista —cito de nuevo a Erasmo—, sino que advierto sus ojos bizqueando excesivamente en la dirección opuesta al proyecto de la 4T.

Andrés Manuel le tendrá cariño a Marcelo y dirá que exagero. No lo creo. Por fortuna, el presidente también está encariñado con Claudia y Adán Augusto, que tienen sus defectos, sus verrugas políticas, pero que fueron al oculista o nacieron con la vista estable: sus ojos solo voltean hacia donde ve AMLO, que es hacia donde debe ir México, ya que —nos guste o no lo que ha hecho la 4T—, más nos vale terminar lo iniciado y no volver a girar bruscamente el avión llamado México, que si no aterriza en la dirección que lleva, se desplomará debido a la fuerte turbulencia generada por el empuje del propio AMLO y, sobre todo, por dos crisis como no habíamos conocido: la pandemia terrible que paralizó al mundo y una guerra en Europa que ha regresado a la economía global a los tiempos que creíamos superados de la recesión con inflación.