Pemex ha sido un símbolo de la soberanía de México desde 1938 con la nacionalización del petróleo decretada por el presidente Lázaro Cárdenas, fue retomada románticamente por la izquierda mexicana y hoy es una obsesión de la 4T.

La base de la estrategia energética de la secretaria de Energía Rocío Nahle es el petróleo y la capacidad del Estado de producirlo, distribuirlo y procesarlo, tal como si estuviéramos en los años cuarenta o setenta y sustentada en una equivocada idea de defensa de la soberanía nacional.

Durante el siglo XX, la economía de México estuvo ligada a la suerte que corriera el petróleo. Era la principal fuente de ingresos y algunos gobernantes llegaron al extremo de depender 100% de esos ingresos.

Una economía “petrolizada”

En México la industria del petróleo surge durante el proceso de transición energética ocurrido a principios del siglo XX. Algo como lo que estamos viviendo ahora con el paso a energías más limpias, pero en ese momento se pasaba del carbón al petróleo. Toda la industria alrededor del mundo migraba al hidrocarburo, la automotriz, aeronáutica, naviera, la generación de energía eléctrica, las industrias de la transformación, en fin, toda la producción de bienes y servicios.

La industria del petróleo en nuestro país tuvo su origen en 1887, en la ciudad de Tampico, cuando se estableció Waters Pierce Oil company, propiedad de la familia Rockefeller, una empresa destinada a la refinación.

En los años siguientes llegaron al país 17 empresas canadienses, holandesas, francesas, inglesas y alemanas que explotaron petróleo del Golfo de México, en una zona conocida como la Faja de Oro entre Tamaulipas y Veracruz.

Para 1938, dos factores impactaron la consolidación de la industria petrolera: la Segunda Guerra Mundial donde los países productores de petróleo, México entre ellos, se convirtieron en naciones estratégicas y, aunque México era poseedor de grandes reservas petroleras, éstas eran explotadas por unas 15 petroleras extranjeras que registraban jugosas ganancias y no retribuían nada al país lo que llevó al gobierno a tomar importantes decisiones.

Fue entonces que, con una gran visión de Estado, el presidente Cárdenas nacionalizó el petróleo y creó a Pemex, cuyos principios básicos eran salvaguardar la soberanía nacional en medio de la guerra y que el usufructo de la explotación del petróleo se quedara en el país.

El ‘boom’ petrolero llegó después, en 1971, cuando se descubrió la existencia de uno de los yacimientos marinos más grandes del mundo: Cantarell, con una reserva de más de 40.000 millones de barriles. Fue en las administraciones de Luis Echeverría y particularmente con José López Portillo, quien acuñó la frase: “Hay que acostumbrarnos a administrar la riqueza” e hizo que México se convirtiera en mono exportador de petróleo cancelando todo impulso a la industria manufacturera.

López portillo invirtió todo el dinero de las reservas y préstamos internacionales en Pemex sin considerar que la única garantía que ofrecía era el precio del petróleo.

El resultado fue catastrófico. Al final de su administración, se presentó una de las peores crisis económicas del país y el presidente lloró como un “perro”. La deuda se disparó al infinito al igual que la inflación y hubo una devaluación de la moneda sin precedentes, que se tradujo en pérdida de la soberanía nacional y nos convirtió en un país dependiente.

Después de eso, México tuvo nuevos yacimientos y un crecimiento que permitió que se colocara entre los países con mejores estrategias financieras y de explotación, pero las cosas no duraron mucho, los principales yacimientos empezaron a declinar y el costo de extraer petróleo en aguas profundas era extremadamente caro, situación imposible para el Estado mexicano.

Se tuvo que repensar entonces la estrategia de Pemex y retornar a la idea original del General Cárdenas, que Pemex se asociara con otras empresas para compartir riesgos y gastos, garantizando buenos dividendos y manteniendo el control soberano de la producción.

Una nueva oportunidad

Al igual que con Cárdenas, hoy vivimos un proceso de transición energética, pasamos del petróleo a las energías renovables. Este cambio es importante y no lo podemos ignorar, México, como en 1938, vuelve a tener una posición estratégica por su clima y situación geográfica, si aprovechamos esta oportunidad, los beneficios políticos y económicos no tendrían precedente.

Lo lamentable es que actualmente el gobierno de la 4T apuesta todo a los ingresos petroleros y para financiar sus programas, decidió invertir en una refinería, la de Dos Bocas, que de entrada nadie la quería, incluso el exsecretario de Hacienda, Arturo Herrera, se atrevió a decir que era inviable.

Para su construcción se presupuestaron inicialmente ocho mil millones de dólares, pero su costo será superior a los 12 mil millones de dólares y en lugar de inaugurarse en 2022, si bien va, será en 2023.

Un barril sin fondo

La 4T ha inyectado infinidad de recursos públicos a Pemex y no está dando a ganar nada, un verdadero barril sin fondo y, como sucedió con López Portillo, la deuda crece a la par de la ineficiencia.

Lo que hace falta, es actuar con una visión de Estado como en su momento lo hizo el General Cárdenas y “apropiarnos” la transición energética, migrar a las energías renovables y ¿por qué no? crear una empresa estatal de renovables, siguiendo la visión cardenista.

Esperemos que se corrija a tiempo esta situación y que el secretario de Hacienda, Rogelio Ramírez de la O, no permita que se repita el fracaso de 1982.