La única manera de curar este problema es con aranceles, que ahora están trayendo decenas de miles de millones de dólares a Estados Unidos. Algún día la gente se dará cuenta que son una noticia muy hermosa.”
Donald Trump
Otra vez con lo mismo, este sábado 12 de julio Donald Trump amagó a México y a medio orbe con imponerles aranceles a partir del primero de agosto con tarifas que van de 25 a 30%, aun cuando a Brasil le pretende imponer una tarifa de 50%. Ya no nos debería de sorprender, estamos ante un presidente que cambia de opinión frecuentemente y que busca atrofiar el devenir normal de las diferentes economías, según su humor, su ideología retrograda y sus concepciones económicas que datan del siglo XIX. Se siente jugando con un globo terráqueo, tal como lo hizo Charles Chaplin en el filme “El gran dictador”.
En el contexto del comercio internacional, un arancel es un impuesto que se le aplica a las mercancías que cruzan la frontera de un país, usualmente más que a las exportaciones, es un gravamen a las importaciones. Se aplican básicamente a partir de dos grandes objetivos: 1) proteger a las industrias nacionales encareciendo los productos importados; y 2) generar ingresos a los gobiernos, para cubrir el déficit fiscal y reducir la presión de deuda que trae consigo.
En la mentalidad de Trump, los aranceles son un castigo ejemplar que Estados Unidos le impone al mundo para cubrir los graves desequilibrios que tiene su economía y que fueron resultado de la estúpida bonhomía de sus antecesores. En los hechos, los aranceles son los tributos que deben pagar las naciones para sostener a una economía perezosa que gasta más de lo que produce, así como para detener su erosión productiva en relación con otras economías emergentes. Los números no mienten, la economía del país norteamericano a diciembre de 2024 mostró un déficit fiscal de 7.26% con respecto al Producto Interno Bruto (PIB), con un asombroso déficit de 1.83 billones de dólares, para aquellos que les gusta referirse a los números absolutos; en tanto, que la deuda pública al primer trimestre de 2025 representó el 120.8% del PIB con una deuda astronómica que rebasa los 36 billones de dólares, esto último de nueva cuenta para los que les gusta referir sólo cifras absolutas.
En casi todas las naciones reducir el déficit fiscal significa esfuerzo y sacrificio: por una parte, implica aumentar los ingresos propios de los gobiernos y, por otra parte, reducir el gasto público. Esa es la estrategia que ha seguido el gobierno de la presidenta Sheinbaum que ha decidido disminuir el déficit fiscal del PIB de 5.7% del PIB en 2024 a 3.9% en 2025; ello a partir de dos instrumentos básicos: ampliando la recaudación fiscal y con la austeridad republicana, que exige mantener gastos prioritarios y cualitativos y prescindir de aquellos que son superfluos e innecesarios; todo con el propósito de contar con niveles manejables de la deuda pública.
La política de Trump es inmoral porque quiere ajustar su desbalance fiscal y su presión de deuda, a partir del esfuerzo productivo ajeno, como si fuera una economía parasitaria; y atrayendo inversiones de otros países del mundo, siendo la única forma de exentar a las empresas de cargas arancelarias; en estricto sentido, esto conllevaría a reducir los montos de inversión y ampliar el desempleo y la pobreza de los países que le proveen de distintos productos. Internamente, su política fiscal se sustenta en mantener los beneficios fiscales a las capas privilegiadas de la población, castigando a un significativo segmento de su clase trabajadora –la más pobre– que contribuye en forma importante en el PIB. Es el extremo opuesto de lo que quiere hacer México y otros gobiernos con políticas solidarias. Si se quisiera hacer una analogía pareciera ser que el eslogan inconfesable del presidente Trump sería: “por el bien de todos, primero los ricos”.
Más allá de la ideología y de la ética, la gran pregunta es si la estrategia arancelaria podría rendir los frutos esperados a la economía de Estados Unidos. Reiteradamente hemos dicho que el tributo arancelario tiene un costo, mismo que se traslada a los consumidores finales. Es decir, si bien es cierto que en la mayoría de los casos los consumidores no pagan directamente los derechos de aduana, sino que lo cubren los importadores –mayoristas o minoristas– estos costos suelen repercutir en el precio final que pagan dichos consumidores. Esto significa que los aranceles tienen un impacto inflacionario, lo que ralentiza la demanda, incidiendo negativamente en la generación del PIB.
La teoría ricardiana indica que la mayor ventaja del libre comercio internacional consiste en que propicia un aumento en el poder adquisitivo de los consumidores, así como una reducción de los costes para las empresas que dependen de insumos importados. Esto es, que el libre mercado lleva positivamente a elevar la calidad de vida de millones de consumidores, porque alienta positivamente el binomio precio-calidad de los productos que adquieren.



Hay quien concibe que la consistente disminución en los precios de los productos de China lleva a una constante destrucción de las industrias de todo el mundo; diría que justo de lo que se trata es de ampliar las bases del comercio internacional con productos a bajo precio y que el efecto pernicioso se reduciría si los procesos de transferencia tecnológica se ampliaran con la mayor liberalización de las inversiones productivas de un país a otro.
El egoísmo de Trump es evidente, pareciera decir inviertan en mi imperio que yo los premiaré, sin importarle la desinversión que se produciría en el territorio de los demás países, incluso en los de sus aliados y socios estratégicos y limitando severamente las posibilidades de desarrollo –sobre todo, tecnológico– de los países pobres y los de mediano desarrollo. Desde luego, no todos los procesos productivos se pueden trasladar a Estados Unidos, su naturaleza no da para producir una variedad importante de productos agrícolas (frutas y verduras), cuyas tarifas afectan más a los consumidores de bajos ingresos, así como las materias primas que son trascendentes en esta nueva era tecnológica, como son los metales de tierras raras y en la que China acapara más de 70% de la producción mundial.
¿Por qué dice Trump que los aranceles serán pagados por los países extranjeros, si claramente son cubierto por las empresas y demás agentes importadores de su propio país? Esto sólo se daría si los exportadores (o los países exportadores) estuvieran dispuestos a reducir el precio de los productos que venden a Estados Unidos, absorbiendo el costo de los aranceles con el propósito de mantener su cuota de mercado en el país norteamericano. Entre más altas sean las tarifas arancelarias, más absurda sería esta hipótesis: un arancel de 30 por ciento llevaría a disminuir los precios de los productos en esa misma proporción, lo que podría llevar a la inviabilidad costo-beneficio en el momento mismo de que el precio de una mercancía sea inferior al costo combinado de producirla y de colocarla (costo de transporte y fletes) en el mercado estadounidense.
El nivel general de precios del consumidor en Estados Unidos no se ha ampliado, tal como lo supone la lógica económica expuesta: en julio de 2025 la tasa interanual se situó en 2.9%, por debajo del 3% observado en el mes anterior. Hay varias líneas explicativas: que las empresas importadoras han recurrido a las existencias acumuladas antes de la imposición de aranceles; que los aranceles se han aplicado en forma escalonada o que se han eliminado o reducido repentinamente; y que las cadenas de suministro requieren de cierto tiempo para colocar los nuevos productos importados, razón por lo cual los aranceles no se reflejan inmediatamente en los precios de los productos, menos si –como se dijo– se cuenta con existencias acumuladas. Todo lo anterior, como lo afirma Goldman Sachs, ha hecho que “los efectos arancelarios aún no se hayan reflejado con fuerza en los precios oficiales al consumidor”; pero hay algo más, es muy probable que exista una resequedad en la demanda, ya que Estados Unidos registró una caída del PIB de 0.5% en el primer trimestre de 2025, más alta que la pronosticada de 0.2%.
Si nos ciñéramos a la teoría económica, la pregunta clave a responder sería: ¿Será cierto que los aranceles llevarán en los próximos seis meses o en el mediano plazo a un incremento de la tasa inflacionaria? Se tendrían que consideran los elementos que hacen que se genere una mayor incidencia en el nivel general de precios: 1) la tasa arancelaria misma, 2) la elasticidad media de las importaciones, 3) la elasticidad de la oferta de las exportaciones y 4) el porcentaje de las importaciones totales en el PIB. El economista y CFA Michael Ashton llegó a la conclusión de que con una tarifa arancelaria general de 20% habría un impacto inflacionario de 0.69% en Estados Unidos; siguiendo su misma metodología, si los aranceles se situaran, en promedio, en 30%, el incremento inflacionario subiría a 1.03%.
Tiene razón la presidenta Sheinbaum cuando dice que se debe actuar con la cabeza fría, tal vez para Brasil el efecto de responder con aranceles recíprocos no sea tan pernicioso; sin embargo, nuestra economía está altamente articulada a la de Estados Unidos. Si decidiéramos responder con una tarifa generalizada de 30%, como la que amenaza con imponernos Trump a partir de agosto, habría un impacto inflacionario altamente dañino; ello según los siguientes datos obtenidos para México de diferentes ejercicios empíricos:
- Se estima que la elasticidad promedio para productos importados es de 3.37% (siendo un dato conservador porque otro estudio de la UAM la sitúa en 3.7% y otro del Colegio de México la eleva a más de 4 %).
- La elasticidad promedio de los productos exportados se calcula en 0.57% (otra vez, se utiliza un dato conservador).
- Las importaciones representan alrededor de 46% del PIB.
El análisis estadístico, con base en el mismo procedimiento de Ashton, provocaría un impacto inflacionario de 3.5 puntos porcentuales más, llevando a la inflación anual a un cercano 8%, ello si se toma en cuenta el último dato de julio de 2025. Es decir, de ningún modo nos convendría asumir actitudes revanchistas; más bien lo pertinente en términos inflacionario sería reducir tanto la elasticidad de nuestras importaciones como el alto impacto que tienen en el PIB. Esto - sin ser una ilusión - sólo se podrá lograr en el mediano y largo plazos.
Hacen falta cosas por aclarar, entre ellas, si los bienes que cumplen con las reglas de origen del T-MEC estarían exentos del gravamen arancelario de 30%; pero hay algo que es incuestionable que para mantener nuestra estrategia sustentada en la teoría del bienestar se requiere de mucha prudencia; de reaccionar, incluso, en forma contraria a lo que comúnmente se cree es lo indicado: contratacar con tarifas recíprocas. Las políticas prudenciales serán siempre el antídoto para ir en contra de la idea insensata de someter a México a planteamientos proteccionistas. Nada más grave que seguirle el juego a Trump, cuya vena autoritaria coincide con la ideología fascista de los años treinta y cuarenta del siglo pasado que condujo a la peor catástrofe en la historia de la humanidad. Dejémoslo solo, jugando con su globo.