En ocasión del tercer aniversario del arribo de la actual administración al gobierno de la República, este 1 de diciembre de 2021 se llevó a cabo una celebración que consistió en un evento donde el presidente de la República dirigió un amplio mensaje en el Zócalo de la Ciudad de México, con una profusa asistencia de personas, al grado de que se colmó la plaza.
Los invitados regulares fueron quienes tradicionalmente lo han acompañado, su equipo de gobierno, la dirigencia de su partido, senadores, diputados, gobernadores y otras personalidades; el tamaño del aforo en el centro capitalino implicó que, el mayor número, correspondiera a una asistencia constituida sin nominación específica o personalizada, los cuales acudieron al evento por distintos medios y mecanismos.
Los alrededores del Zócalo estaban plagados de autobuses estacionados en espera de transportar de regreso a los pasajeros que previamente habían llevado. Se produjo una intensa movilización para cumplir la meta de rellenar el Zócalo, de modo de producir una imagen de una concurrencia que colmara los espacios que brinda la plancha del Zócalo capitalino.
Llama la atención el retorno a la escenografía destinada a mostrar capacidad, fuerza y popularidad por parte del gobierno, valiéndose de medios artificiosos encaminados a construir o inducir actitudes que después se expresen en la realidad; erigir así una imagen o buscar consolidarla, como tantas veces lo hicieron los partidos de masas que cobraron auge en el siglo pasado y que auspiciaron liderazgos de fatales recuerdos por su cimiente fascista y autoritaria.
Con el tiempo dicha práctica devino en desuso en México, se consideró vacía y artificial porque siempre reportaba el esfuerzo movilizador, la logística para reunir amplios contingentes que invariablemente han asistido por la intervención de gestores o liderazgos intermedios que los convocan y logran su respuesta afirmativa como correspondencia a los beneficios obtenidos o por obtener, así como por las facilidades que se les brinda en cuanto transporte y alimentación. De ahí que las amplias movilizaciones, cuando se trata de que el gobierno lo convoque, representa apenas un reto logístico y nada más.
Es obvio que un gobierno, cualquier gobierno, dispone de la capacidad para llenar y rellenar el Zócalo, pues cuenta con una amplia red para construir el montaje en cuestión y lograr la meta planteada; todos lo hicieron en el pasado cuando así se lo propusieron. Otra cosa es cuando la oposición u otras organizaciones pueden realizar una concentración de ese tipo; en ese sentido se recuerda la que efectuó Cuauhtémoc Cárdenas a propósito de las elecciones de 1988, pues entonces se trataba de un crítico que cuestionaba las decisiones oficiales y que, en ese carácter, logró llenar el Zócalo, más no rellenarlo, como ahora.
En efecto se rellenó el Zócalo y para qué, ¿cuál es el propósito? ¿lo es la vanidad presidencial de saberse movilizador? ¿pretende ampliar y consolidar así su aceptación y respaldo? No se sabe para qué lo hizo, pero sí que recurrió a prácticas que tienen dudosa fama y que han servido para la egolatría y el misticismo de los liderazgos que buscan ser incontrastables, únicos, sin contrapesos, determinantes y determinadores, hombres mito que se colocan por encima de las instituciones, que dominan en el poder y debilitan a la democracia, que domeñan los controles y vulneran el régimen republicano.
¿Cuánto costó y para qué se hizo? No sólo ese, pues ahora se dibuja otro auto respaldo a través de una revocación de mandato, que nadie plantea como medio para revocar, pero que se impulsa desde el gobierno para ratificar. ¡Egolatría pura! Otro gasto cuantioso para el autoelogio, para sumarse a la vanagloria.