Al pan, pan, y al vino, vino.
REFRÁN
“A los narcos se les dirá emprendedores, hermandades a los carteles y asperezas a los ajustes de cuentas. ¡Ya está! Ah qué Andrés…”
VÍCTOR TRUJILLO
Un nuevo glosario
Llamémosle a las cosas por su nombre: tenemos un país roto por el crimen, donde un buen porcentaje de la población sufre por la inseguridad y la violencia. Esta, en no pocas ocasiones, cobra vidas.
No basta, entonces, con cambiar el nombre de los hechos para que estos cambien. Las denominaciones, concedidas por la gente a partir de una realidad —a veces chusca, otras veces atroz—, superan a las que se imponen por decreto. Las verdaderas se mantienen o cambian en función de lo que sucede, no por cuanto a lo que se dice.
Pero López Obrador razona de modo infantil; su pensamiento es primario. Es más fácil decir que no hay desabasto de medicamentos, equipos y tratamientos —”o me dejo de llamar Andrés Manuel”—, a ponerle fin a la escasez; decir que se terminó con la práctica del huachicol, a de hecho erradicarla; decir que el Tren Maya solo talará algunos árboles, a proteger la selva (flora y fauna de la península yucateca); decir que la estrategia de seguridad del gobierno es adecuada, a reconocer que la curva/tendencia de homicidios en el país sigue siendo positiva/a la alza.
La hipocresía que conlleva cambiar denominaciones se convierte en inmoral cuando el deber del mandatario es cambiar realidades.
El Triángulo Dorado
Más aberrante cuando lleva de la mano echarle flores a los narcos. Tal cual.
En el bastión del cártel de Sinaloa, López Obrador dijo que le molesta le llamen el “Triángulo Dorado” a una región que comprende parte de Durango, Sinaloa y Chihuahua. Él propone un cambio en el glosario: llamarle “el triángulo de la gente buena y trabajadora” o “la región de la buena vecindad”.
Como quiera llamarlo, no quita que es la tierra de mayor influencia de El Chapo; tampoco el hecho de que el presidente se apersonó en Durango para influir en las elecciones del próximo domingo 5 de junio. Y lo peor: un cambio de nombre no modifica el que llamemos las cosas por su nombre y levantemos la voz para evidenciar que López Obrador ha ido más veces al pueblo de Badiraguato (en esta ocasión, el tabasqueño se comprometió a terminar el camino que comunica a Badiraguato con Guadalupe y Calvo; un camino que no será artesanal, sino una construcción neoliberal que, al parecer, durará mucho tiempo) que a visitar heridos, víctimas o los deudos de estas después de distintas tragedias que han ocurrido en el país desde que ha sido presidente (la de la Línea 12 del Metro capitalino siendo una de ellas).
Los divorciados
Llamemos las cosas por su nombre: a López Obrador le enoja que a la norma se le llame norma y que a la ley se le llame ley y que, como tal, haya que hacerlas cumplir.
Llamemos las cosas por su nombre: finge espantarse y denuesta a los divorciados —poco importa que miembros de su equipo más cercano sean divorciados, entre ellos: Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard, Hugo López-Gatell; mismo la esposa de su hijo también es divorciada…—.
Llamemos las cosas por su nombre: hay quien cree que ponerle el cuerno a su cónyuge es menos inmoral, más ético y menos destructivo del tejido social que los divorcios. ¡Habrase visto tanta hipocresía!
Porque si a esas vamos, llamemos las cosas por su nombre: lo moral, lo ético, lo legal es la figura del divorcio (en México, en el 2020, por cada 100 matrimonios, ocurrieron 27.6 divorcios). Miserable el mal predicador; el que supone que llamar a las cosas con otro nombre o tergiversar los principios y compromisos éticos y legales, lo convierte en símbolo de pureza, honestidad y honorabilidad.
Las nuevas industrias
Llamemos las cosas por su nombre: los seres humanos somos todos, no solo los criminales, pero López Obrador privilegia velar por la integridad de estos últimos, no por la de todos a quienes gobierna.
Llamemos las cosas por su nombre: un grupo de ‘gente buena y trabajadora’ del ‘Triángulo del financiamiento electoral de la 4T’ — adscrita al programa “sembrando amapola y mariguana” para impulsar la economía de la región—, usa como herramienta cuernos de chivo para detener al convoy de periodistas que cubrían la gira proselitista de López Obrador por tierras sinaloenses.
Cambiar el nombre —o hacerse oídos sordos, diciendo “no pasa nada”— no cambia la situación por la que atraviesa el Triángulo Dorado o las zonas de huachicol. Es más un burlarse de la verdadera gente de bien, la que trabaja honestamente (empezando por los oriundos de la mencionada región); de los que pagan impuestos y que producen de forma honesta bienes de consumo para el país y el exterior.
¡Al carajo!
La Cuarta Transformación pretende recetarnos a diario la falsa moralina del habitante de Palacio; un ser con un pensamiento muy pueblerino (con el perdón de los pueblerinos), muy hipócrita y cargado de manipulación.
Llamemos las cosas por su nombre: si todo fuera cambiar de denominación para que los eventos y las circunstancias fueran distintas, López Obrador sería un estratega y no un pésimo gobernante. No sería un hombre tan, pero tan primario, que no falta el que muchos lo tomen por listo… El relevo generacional no recaería en diputados que requieren con urgencia clases de español antes de emitir su opinión (como la diputada federal de Morena, Andrea Chávez, quien confundió los términos “varón” y “barón” durante la discusión de una reforma federal ¡en materia de lenguaje incluyente!).
Así que, ¡al carajo con la falsedad de AMLO! y su afán de cambiar conceptos y términos.
Llamemos las cosas por su nombre y quedémonos con lo que es verdaderamente necesario: que el país sea presidido por un hombre de Estado, no por un demagogo que solo sabe dividir al país y estar en eterna campaña.