“Toda forma de desprecio, si interviene en política, prepara o instaura el fascismo”, Albert Camus
Fascistoide es la palabra adecuada, aun cuando sea un término que tenga una connotación peyorativa. Los indicios son claros: se vive ahora ante la amenaza de un gobierno con una ideología vulgar de extrema derecha que ensalza la idea de la supremacía orgánica de una nación sobre las demás del planeta; que busca privilegiar al segmento minoritario blanco de su población; que, por ende, rechaza los beneficios que trae consigo el esfuerzo y la convivencia pluricultural y pluriracial; y que se ha entronizado a partir del mito demagógico de hacer renacer a una nación que se encontraba postrada tras un periodo de decadencia, presidido por demócratas, a los que ahora se les califica de izquierda. ¿Será que Clinton, Obama y Biden sean de izquierda?
Esa mentalidad se ha extendido y ha catapultado a la derecha radical o a los que están convencidos con la idea de que vivíamos dentro de una democracia liberal. En México, parecen decir que todo pasado fue mejor y así añoran a lo que fue el viejo PRI y a los gobiernos más recientes del PAN. Publican reiteradamente sobre contextos vacíos, como si no existiera memoria histórica. Así. Héctor Aguilar Camín insiste en la idea – refiriéndose a los gobiernos de Morena – de que:
“La dictadura política no necesita ser militar ni sanguinaria. Basta con que destruya las libertades políticas, ahogue la pluralidad, la división de poderes, la competencia democrática, los derechos de las minorías, las garantías ciudadanas”.
Su comentario parece razonable, queda una duda sobre el pasado: ¿se vivía en una democracia cuando millones de mexicanos, en los hechos, ni siquiera tenían el derecho a una vida digna, condenándolos a la pobreza? Lo que se vive hoy es fiel resultado de la ausencia de una democracia efectiva en el pasado; es decir, de la prevalencia de una sustancia política elitista ajena a los intereses del pueblo.
No se puede hablar de democracia cuando se vivía en una sociedad desigual en todos los ámbitos concebibles: me estoy refiriendo al pleno ejercicio de la libertad, que sólo se puede generar con la mejora continua en los ingresos de la gente (de la clase trabajadora) y al balance débil que se genera en la impartición de justicia, cuando los más viven con carencias elementales; sin dejar de señalar que la pobreza generalizada destruye los cimientos naturales que soportan todo tipo de justicia.
Pareciera que nuestra derecha sólo fuese una caja de resonancia de lo que quiere y dice Trump. Inconscientes ni siquiera se dan cuenta que estamos ante unas de las mentalidades más perversas, por frívolas, que ha existido en la historia contemporánea de la humanidad. Hay quien cree en el discurso de los aranceles como la mejor forma de retomar un pasado glorioso, sustentado en la inversión preferente hacía Estados Unidos, lo que lo llevaría a una nueva industrialización, eliminando sus rezagos productivos y tecnológicos.



La ausencia de memoria otra vez: se olvida que en los años treinta del siglo pasado cuando Estados Unidos subió sus tarifas se hundió el comercio global, realineando los hilos conductores que llevaron a una terrible depresión. No hubo inflación, si una reducción drástica de la demanda que llevó a una deflación que hizo caer al suelo las tasas de ganancias de las empresas, lo que provocó una desinversión creciente. La Ley Arancelaria Smoot-Hawley elevó las tarifas en 20%, en promedio; ahora con Trump se estiman en 22% y de hacer efectivas sus amenazas, rondarán a partir de agosto en 30%.
Más absurdo es pensar que una recesión corrige los problemas inflacionarios, como si la inflación fuese únicamente un fenómeno monetario. Hemos dicho que los aranceles traen consigo un costo que se verá reflejado en el precio que pagan los consumidores finales, mismos que incluyen a un buen número de bienes de la canasta alimentaria; es decir, sí habrá un impacto inflacionario, que se verá cada vez más mitigado por la caída natural que se dará en la demanda, más si existe el indicio de una recesión que pudiera, incluso, ser perversamente provocada.
¿Por qué se preocupa la derecha mexicana sobre la preeminencia que debe tener Estados Unidos en el mundo? Está la idea de que China, un país comunista, se está apropiando del comercio global, existiendo el riesgo de que se convierta en la principal potencia económica del mundo (algunos análisis no convencionales indican que ya lo es). Los demócratas liberales no podrían estar en contra del libre mercado porque este restringe el poder autoritario del Estado y abona hacia el derecho pleno de las garantías individuales, pese a ello poco critican el proteccionismo de Trump. A la derecha recalcitrante y a los demócratas liberales de México les une la idea del mayor mal que se le pueda ocasionar a un gobierno con el que no coinciden por ser de izquierda, convirtiéndose en una especie de caja de resonancia que tiende a magnificar todo.
Los ataques del gobierno de Estados Unidos han ido creciendo y su letalidad es cada vez mayor, poniendo en tela juicio el sano funcionamiento de nuestro sistema financiero. Hablar de una alta corrupción en nuestro sistema de pagos, significa crear la sospecha de una alta vulnerabilidad contable ante la presencia de actividades ilícitas. El impacto de un sistema financiero contaminado por la corrupción - no debe olvidarse - llevó a México a una crisis en los años ochenta del siglo pasado que se resintió por casi 20 años y cuyo estropicio todavía lo seguimos pagando. Esa es la herencia del gobierno zedillista.
Se pueden manejar cifras tan arbitrarias como uno quisiera, como la que ofreció el gobierno estadounidense de que en México se lavan alrededor de 44 mil millones de dólares al año. La paja en el ojo propio y no la viga en el propio: ¿Por qué no dicen los voceros del gobierno de Estados Unidos que en su país se lavan anualmente 300 mil millones de dólares (casi 7 veces más que el dato de México) y que pudiera ser una cifra que se quede corta, si se considera que el FMI calcula este negocio sucio en 2 billones de dólares anuales, siendo el país norteamericano el principal mercado de drogas y de opioides del mundo? Sólo un dato más: se calcula que el dinero corrupto que fluyó en las instituciones financieras de Estados Unidos en la década de los noventa del siglo pasado, ascendió a 5 billones de dólares, sin que exista a la fecha una corrección fehaciente de las capas del blanqueo del dinero.
Les encanta a los opositores de derecha que Estados Unidos nos pretenda castigar por todo, hasta por reubicar las operaciones de las aerolíneas de carga del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México al Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA). No quieren entender que se trató de una decisión soberana sustentada en la prudencia de garantizar una mayor seguridad aeroportuaria; ¡ah! y vuelven a lo mismo: que esto es el resultado de no haberse construido el aeropuerto en Texcoco. Carece de sentido volver a explicarles sobre los altos costos y la poca sustentabilidad que significaban construir un aeropuerto en terrenos frágiles y arcillosos; además de que la prioridad en una zona tan congestionada como la metropolitana siempre será ampliar el capital ecológico; no reducirlo, menos destruirlo.
Ahora se expande en las redes sociales, particularmente, en la red “X”, la eventualidad de que grupos criminales ataquen con explosivos lanzados por drones a Estados Unidos. No es que les preocupe estos ataques, lo que quieren es que uno de estos ataques provoque una intervención militar de Estados Unidos en México, que sea hora de nuestra soberanía y que se remueva por la fuerza a un gobierno elegido masivamente por el voto ciudadano. Bajo esta maquinación fascistoide, repiten como loros que el país está sometido a las decisiones de grupos criminales y que, por ello, incluso, está en riesgo nuestra continuidad histórica.
Otra vez sin memoria histórica quieren ignorar que el peor síntomas de un narcogobierno se dio en el periodo del presidente Calderón, o, acaso no es evidente que su Secretario de Seguridad Pública se encuentra encarcelado en una prisión de máxima seguridad en Estados Unidos. Cierto que en el gobierno del presidente López Obrador no se atacó a la mafia criminal vigorosamente; se escogió el camino del mal menor, tal vez, no existiendo la capacidad para afrontar su poderío bélico, impulsado por el tráfico de armas de Estados Unidos a México. Se optó por una conducción pacifista, en lugar de prolongar el cruento derramamiento de sangre que llevaba más de una década.
Ahora la presidenta Sheinbaum –más metódica y enérgica– ha afrontado con inteligencia y con el poder del Estado a los grupos criminales. Los resultados han sido sobresalientes en materia de incautación de drogas y de hidrocarburos y en la disminución de los grandes flagelos que traen consigo la criminalidad, como lo son los homicidios dolosos. Ha dejado en claro -así lo ha declarado- que no va a proteger a figuras políticas asociadas con el crimen organizado y que todo debe provenir de las evidencias encontradas en las investigaciones delictivas. Estoy pensando, sí, en Adán Augusto López, pero también en los exgobernadores de Tabasco que mantuvieron en la nómina durante más de 30 años a Hernán Bermúdez Requena, acusado de ser el jefe del cártel “La Barredora”, además del caso de la empresa huachicolera de Ernesto Ruffo Appel.
El daño que se le ha querido hacer a México es enorme y parece servir como un distractor para opacar los casos de pederastia de Epstein en el que muchos aseguran participó Trump; o se usa como capital político para los votantes blancos, que conciben la supremacía de su país y el supremacismo de su propia raza como razones naturales de las condiciones políticas y humanas que deben prevalecer en el mundo. El destino manifiesto se forjó desde hace más dos siglos y ahora es más peligroso por la obnubilación fascista que existe tanto en el gobierno de Estados Unidos, como en importantes capas de su población.
Pese a estos embates, nuestro país ha mostrado resiliencia económica: lejos se está del desempleo masivo; se prevé que la tasa de inflación de la primera quincena de julio vuelva al rango objetivo del Banco de México (mañana lo sabremos); se continúa con la política de disminución de la tasa de interés; nuestra moneda ha adquirido un nuevo punch, hasta situarse por debajo de los 19 pesos por dólar; las reservas internacionales alcanzan un récord histórico de 242 mil millones de dólares; se sigue con una política coherente de consolidación de las finanzas públicas y de saneamiento de Pemex, cuyo derrumbe llevaría al país a un tsunami financiero impredecible.
Quien encabeza nuestro gobierno es una gran mujer, cuyo conocimiento sistematizado, sensatez y congruencia la ponen muy por arriba de las perturbaciones fascistas que se registran en Estados Unidos y en México.
Ojalá y vuelvan a sus cabales los demócratas liberales, quienes deben de entender que Trump y su gobierno poco los representa: el proteccionismo suprime libertades y la democracia nace de lo que dicta el pueblo soberano, no de los subterfugios de un régimen imperial que quiere imponer su orden natural a toda costa. Sólo el voto ciudadano puede remover a sus gobernantes, en su caso, tienen que insistir en los métodos democráticos de revocación del mandato.