“No llames virtud, a lo que te hace perder la salud.”
Refrán
“Pero el dinero, reunido gracias a un cuidado excesivo, estrangula a muchos.”
JUVENAL
Cada día más lejos de Dinamarca. El sistema de salud pública en México languidece. Malas decisiones, doctores que se sienten divas —aunque la mayoría son verdaderos héroes— son castigados apenas alzan la voz para denunciar la falta de insumos. Médicos, enfermeras y todo el personal del sector salud merecen reconocimiento, no ser encapsulados ni invisibilizados.
La falta de material es apenas una entre miles de consecuencias derivadas de los recortes presupuestales en salud. Los estragos están por todas partes.
Los más evidentes —y dolorosos— son las muertes y el deterioro crónico de la salud. Miles de mexicanos padecen en espera de analgésicos que no llegan; cientos más jamás accederán a una cura debido al desabasto de medicamentos. No se vislumbra solución, por más que desde la Presidencia se insista en lo contrario.
Aunque el problema no estaba resuelto del todo en épocas anteriores, lo cierto es que con la llamada Cuarta Transformación en el poder, la crisis se ha agudizado. Siete años viviendo un falso dilema: combatir la corrupción (nunca del todo probada) ha servido como pretexto para justificar un desabasto que sí es generalizado. Como si una cosa estuviera peleada con la otra. Esa falsedad ha sido normalizada por Morena y sus autoridades, cuando no hay nada de natural en ella. Y lejos de resolverse, el problema ha crecido: ahora en manos de los allegados al régimen. El desabasto, por desgracia, sigue aquí.
Como si todo lo anterior no fuera suficiente, ahora se propone eliminar y fusionar programas de atención a la salud para el próximo año, bajo el argumento de que así se lograrán procesos más eficientes. ¿Qué lo garantiza? Nada. Con base en los antecedentes, lo más probable es que los problemas solo aumenten. Sí, aún puede empeorar.
El panorama ya es, por sí solo, alarmante. El presupuesto de la Secretaría de Salud se redujo de 193 mil millones de pesos en 2022 a solo 66 mil millones en 2025. En apenas tres años, el financiamiento de una de las estructuras más importantes del país —crucial para los sectores más vulnerables— se desplomó casi un 66%.
¡Qué diferencia con la CNTE! O con los médicos cubanos contratados por el gobierno. El personal de salud en México no está pidiendo aumentos salariales (aunque bien merecidos y estancados en el Senado), sino los insumos necesarios para atender de forma digna y eficiente a sus pacientes.
Esto nos lleva a la nueva Estructura Programática del presupuesto 2026, presentada por la Secretaría de Hacienda ante el Congreso y avalada por el propio secretario de Salud. El mismo que, irónicamente, fue director de uno de los institutos más prestigiosos del país: el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán”. Resulta incomprensible que hoy respalde los recortes que está impulsando.
Eliminar programas de salud por “austeridad” —como los dirigidos al combate de la obesidad (en el país con mayor índice de sobrepeso a nivel mundial), al VIH o a la vigilancia epidemiológica (en medio de brotes de sarampión)— no solo es una pésima decisión: tendrá consecuencias mortales.
¿Deben mejorarse estos programas? Sin duda. Pero reducirlos de 27 a 16, con el pretexto de la eficiencia, parece más un recorte arbitrario que una estrategia bien fundamentada. Es, en los hechos, un abandono tanto al personal de salud como a los pacientes que dependen del sistema público.
Debilitar el sector salud, lejos de una política de izquierda y “humanista”, parece un acto de corte neoliberal: se empuja a la población a abandonar los servicios públicos y a buscar atención médica privada.
Agrupar la atención de enfermedades crónicas, transmisibles, no transmisibles y de transmisión sexual bajo un mismo rubro podría suponer ahorros, pero también invisibiliza las particularidades de cada una de ellas, sus tratamientos y necesidades específicas. Hasta ahora, no se ha aclarado si estos cambios implicarán despidos, fusiones administrativas o eliminación de áreas especializadas con experiencia invaluable.
La Vigilancia Epidemiológica, por ejemplo, quedará absorbida por una genérica “Política de prevención y control de enfermedades”. Una categoría demasiado amplia que no garantiza el monitoreo y control específico de enfermedades potencialmente mortales como el sarampión, dengue, tosferina, el gusano barrenador o el Covid-19. La vigilancia epidemiológica es esencial para analizar datos, detectar brotes y ofrecer información precisa para proteger a la población. Sin ella, el país queda desprotegido ante emergencias sanitarias.
Más grave aún: la atención directa al paciente empieza a desaparecer mientras se buscan recortes presupuestales.
Y por si fuera poco, el programa “Salud casa por casa” no depende de la Secretaría de Salud, sino de la Secretaría del Bienestar. Los supuestos profesionales contratados para implementarlo ya denuncian falta de pago. Este año se le asignarán 5 mil millones de pesos, de los cuales 2 mil serán desviados del presupuesto de la Secretaría de Salud, y el resto, del IMSS.
¿No debería depender un programa de salud, precisamente, de la Secretaría de Salud? Que sea administrado por otra dependencia sugiere que se trata más de una estrategia electoral que de una mejora al sistema sanitario.
La salud pública en México está en crisis. Recortar presupuesto, eliminar programas y sostener un esquema ineficiente no es una solución. Es asfixiar, estrangular la salud nacional. Y eso no se vale.