El presidente Andrés Manuel López Obrador y el panista Diego Fernández de Cevallos se han enzarzado nuevamente en una retahíla de acusaciones y respuestas, luego de que el jefe del Estado le acusase  de haber participado en una actividad ilegal relacionada con una empresa refresquera. Esta escena tuvo lugar, huelga recordar, en el espacio de matutino del presidente de la República.

Luego, Fernández de Cevallos, quien jamás se ha caracterizado por su paciencia y por su suavidad argumentativa, envío una carta al presidente por la cual le exhorta a que le convoque en Palacio Nacional para un mayor intercambio de acusaciones, y para que el panista tenga, a su vez, oportunidad de responder a ellas. Se trató de una nueva provocación de Diego, sin duda.

“Ay nanita”

AMLO, por su parte, aprovechó la ocasión mañanera para burlarse de Diego. “Ay nanita” expresó el mandatorio, con esa mexicanísima manera de describir irónicamente un evento que pueda generar terror.

¿Entiende Fernández de Cevallos que él no se encuentra a la estatura moral del presidente según opina el propio AMLO? En este sentido, Diego ha representado para López Obrador el símbolo de aquella vieja clase política corrupta que durante años solapó las tropelías del PRI.. como si el propio AMLO perteneciese a una renovada pléyade de iluminados que nada tienen que ver con el pasado priista.

AMLO, autodefinido como el personaje responsable del renacimiento de México y de la renovación de la vida pública mexicana, no debiera inmiscuirse en querrellas mediáticas con personajes tan abominables como Diego Fernández de Cevallos. O al menos, ese sería el pensamiento de un individuo ensimismado de la estirpe de alguien como López Obrador.

¿Necesitado de votos?

Sin embargo, sí que AMLO lo hace; quizá derivado del conocimiento de que él es un político más, y que, a pesar de su inmensa popularidad, forma parte del mismo círculo de hombres que durante años se disputaron el poder en nuestro país a través de las clásicas maniobras electoreras.

En suma, la querella con Diego pinta a AMLO de cuerpo entero; como un político más, necesitado de votos, de reflectores, y que su estatura moral parece medirse a la par de sus contemporáneos panistas y priistas. De lo contrario, ni Diego ni otros viejos – viejísimos- adversarios merecerían una mención en unos discursos mañaneros que deberían estar plenamente dirigidos a informar sobre el quehacer del gobierno.