La presidente Claudia Sheinbaum, su gobierno y sus propagandistas lucen decididos a continuar hablando sobre el expresidente Ernesto Zedillo. Como si sus dichos sobre la democracia hubiesen calado hasta lo más profundo de las entrañas morenistas, rehúsan olvidarse de la gran afrenta provocada por las críticas del priista.
Lo hizo de nuevo apenas el martes pasado. Sheinbaum, otra vez, se refirió al libro de Francisco Labastida, y proyectó en su mañanera el párrafo en el que el excandidato culpa a Zedillo de “sabotear” su campaña para que se entregase el poder a la oposición, de acuerdo a un arreglo –dice- alcanzado previamente con el gobierno de Bill Clinton.
Según ha expresado el propio Labastida, tanto en el contenido del libro como en distintas entrevistas, Zedillo pidió a los gobernadores que no le apoyasen, que no comunicaran en campaña el buen estado de la economía, y en suma, que no se hiciese propaganda oficial sobre los logros de ese sexenio; y con ello, narra Labastida, se limitaran las posibilidades de que se le entregase al PRI seis años más en los Pinos.
Según he interpretado, a la luz del texto de Labastida y de la referencia hecha del mismo por la presidenta Sheinbaum, Zedillo habría rehusado participar en una elección de Estado. En otras palabras, habría rechazado que los gobernadores echaran mano de la maquinaria estatal, que recurrieran a movilizaciones masivas para mítines electorales, que utilizaran las clásicas estrategias electoreras del PRI del pasado, y aun más, que se hiciese propaganda oficial sobre los éxitos de la administración de Zedillo.
El presidente Zedillo habría propiciado -infiero- que las campañas de Labastida y Vicente Fox tuviesen espacios públicos en igualdad de condiciones. De igual manera, Sheinbaum, al citar el texto de Labastida, ha reconocido que éste había pretendido cantar alegremente los éxitos económicos alcanzados entre 1994 y 2000, amén del crecimiento que resultaría inimaginable para el obradorismo.
Dicho lo anterior, lo que ha omitido decir la presidente Sheinbaum -por razones evidentes- es que Labastida buscaba en aquella lejana campaña del año 2000 hablar sobre la salud económica, cómo se había superado la crisis de diciembre de 1994 y cómo, en términos generales, Zedillo había hecho un buen trabajo; lo que contradiría, a todas luces, la propaganda oficial en torno a los devastadores daños del Fobaproa sobre las familias mexicanas.
En suma, la auto proclamada 4T, en su voluntad de sacudirse las críticas de Zedillo sobre la regresión democrática en curso, ha tergiversado tanto el texto de Labastida como el juicio histórico de la presidencia de Zedillo. El mensaje de Sheinbaum, con el ánimo de leer entre líneas, habría llamado demócrata al hoy vilipendiado expresidente de la transición.