El senador demócrata Chuck Schumer describió espléndidamente en alguna ocasión lo que él considera debe ser la función de un gobierno: proveer los medios para que los ciudadanos cuenten con los recursos para competir en condiciones de igualdad.

Schumer hizo una alegoría. Comparó el desarrollo individual con una competencia deportiva. Se refirió a una carrera donde casi todos los participantes cuentan con zapatillas deportivas; mientras que uno está descalzo, pues sus precarias condiciones económicas no le permiten contar con lo mínimo indispensable para competir.

La función de un gobierno de izquierda liberal, o si se quiere, de un Estado que se jacta de abrazar la social democracia –parafraseando la alegoría del senador– es apoyar a los más desfavorecidos para que estos cuenten con los elementos para competir. No se trata, pues, de convertirlos en dependientes del Estado, sino de proveer las herramientas para que se inserten exitosamente en el mercado laboral.

En otras palabras, la misión del Estado es facilitar que el participante de la carrera tenga zapatillas deportivas, y que el piso esté “parejo” para que todos tengan oportunidad de explotar sus talentos para su desarrollo personal.

De vuelta en el mundo real, los programas sociales implementados por un gobierno responsable no deben estar dirigidos a resolver los problemas de los ciudadanos, y mucho menos a convertirlos en dependientes del Estado.

Estos programas no conducirán, por sí mismos, a un mejoramiento de la calidad de vida de la mayoría, sino que deben ir acompañados por otras políticas de Estado tales como acciones en materia de salud y educación.

Ahora bien, AMLO y su partido, desde el inicio del gobierno, han buscado convertir a los más pobres en necesitados del Estado. ¿No fue el propio presidente quien aseguró el año pasado en una mañanera que ayudando a los más desfavorecidos se “iba a la segura”? ¿Y que se contaba con el favor de ellos cuando se necesitaba defender la transformación? ¿Y que era un asunto de estrategia política?

Claudia Sheinbaum parece ir por el mismo camino. Sabedora de cuán popular resulta regalar dinero en efectivo, ha hecho de los programas sociales su eje de campaña.

La campaña de Xóchitl, por su parte, no se ha quedado atrás. Si bien algunos miembros de su equipo han hecho acotaciones en torno a la universalidad de los programas, como ha sido el caso reciente de José Ángel Gurría, la candidata del Frente ha hecho hincapié en que su gobierno continuaría con los mismos sin cambios ni revisiones.

En suma, con miras a la edificación de una sociedad productiva, el Estado debe mirar a los más pobres; pero a diferencia de la interpretación populista de Morena, su misión debe ser que todos los mexicanos cuenten con los medios para salir adelante gracias a sus propios méritos.