En este mes de septiembre, en el que celebramos la Independencia nacional, conviene hacer conciencia de que esta no significa un hecho histórico aislado sino una lucha constante por transformaciones que son recurrentes y acumulativas.

Lo mismo desde su inicio en 1810 y su consumación en 1821 que en los tres decenios subsecuentes; igual entre la Reforma de 1855 que en los decenios siguientes; otra vez durante la Revolución de 1910 y su desenlace final en 1929; o bien, durante toda la transición democrática que se extendió de 1968 hasta 2018, las luchas por la libertad, igualdad y justicia social e intercultural han sido constantes.

Las independencias para fundar, defender, construir y consolidar el Estado Mexicano se han logrado en contra, sucesivamente, de la Corona avasallante, la Iglesia conservadora y la Espada militarista.

Ahora, en nuestros días, el proceso dialéctico de independencia se endereza en contra del poder de las metas-burguesías endógenas y exógenas que junto con sus aliados políticos han colonizado el mundo de la vida pública sometiéndolo –de nueva cuenta– a sus intereses particulares compartidos.

En cada ciclo de independencia las clases más anchas de la sociedad han demandado y conquistado el derecho fundamental a su inclusión en el estado y el mercado en condiciones más libres y justas.

La historia aporta suficiente evidencia de que cada vez que se deja a la economía y la sociedad en manos del mercado desregulado la desigualdad se enseñorea absorbiendo la energía y libertades reales de la mayoría popular.

Una vez que ese proceso se torna intolerable y riesgoso para la integridad del propio sistema social, entonces se reactiva la pugna para romper las nuevas cadenas de la injusticia, contrarias, por cierto, al sentido profundo del constitucionalismo moderno y contemporáneo.

Así pues, el impulso por la Independencia no es solo de ayer sino de hoy y mañana. Empero, está claro que habremos de ver y protagonizar más eventos y coyunturas difíciles antes de que los viejos y nuevos fueros y privilegios terminen de ceder ante las legítimas demandas de las mayorías vulneradas por la recurrencia de los abusos de una minoría.

Todo el esfuerzo democrático y constitucional, bien apreciado, avanza y debe correr en tal sentido.

Aun así, cuando ese tiempo llegue, siempre incompleto, nuevas luchas y otras independencias habrán de tener lugar.