El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, con especial énfasis, ha culpado al neoliberalismo de los males que aquejan al país: bajo crecimiento, desigualdad, pobreza y corrupción. Su efecto devastador – señala – fue material y ético: concentró incesantemente la riqueza; relegó a millones de personas a la pobreza; desvirtuó el servicio público a favor de unos cuantos; provocó la violencia, el saqueo y el crecimiento de la delincuencia; polarizó al país y destruyó a las familias. El neoliberalismo, así visto, es el peor de los males.
Más allá del cuestionamiento de nuestro presidente, vale la pena analizar qué es y cómo surgió el neoliberalismo.
Las secuelas del debate Keynes versus Hayek
Keynes muere el 21 de abril de 1946, pero su obra no; por el contrario, se materializa en el mundo en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. Existió durante ese tiempo el consenso ético: la economía no puede desvincularse del bienestar de las mayorías. El enfoque y la conducción económica no podía soslayarse de los derechos humanos y por ello el esfuerzo de las políticas públicas se encaminó en forma prioritaria a fortalecer el sistema de protección social. Económicamente, ello significó ampliar el gasto con fines sociales y la provisión de bienes y servicios públicos, así como la configuración de políticas anticíclicas para propiciar, en lo posible, el pleno empleo.
La rectoría económica le correspondía al Estado y las fluctuaciones de mercado no podían sobreponerse al bienestar colectivo; más claramente, se tenía, ante todo, que garantizar la seguridad social: el empleo (seguros contra el desempleo), las pensiones y la salud; así como los servicios sociales: educación, cultura y vivienda, entre otros. Mientras mayor fuese la provisión en la seguridad social y en los servicios públicos más grande era, en teoría, el avance de las democracias capitalistas.
Se afirma que Keynes no abogó por una continua intervención estatal, que sólo debería servir coyunturalmente para garantizar el uso pleno de los recursos económicos o para impedir la distorsión del mercado laboral (el desempleo); empero, en realidad, la inmensa mayoría de los gobiernos mantuvieron en forma creciente el gasto público. Los Estados fueron erosionando, así, su capacidad fiscal, lo que significó en muchos de los países un reemplazo en forma ilimitada a la inversión privada.
La intervención de los gobiernos no se circunscribía a la lógica de su rectoría, esto es, no se limitaba a complementar a la inversión privada para propiciar los ajustes en el mercado de trabajo o en el nivel de vida de los habitantes. La interpretación keynesiana se desvirtuó porque la intervención del Estado no era anticíclica y en muchos sentidos tenían un uso de control político.
¿Cómo se iba a sostener a un Estado que continuamente gastaba más allá de sus ingresos? ¿Con más deuda o con más emisión monetaria, o recurriendo frecuentemente al déficit fiscal? La resolución parece no ser sencilla, sólo pocos países fueron prudentes fiscalmente, entre ellos, México, sólo durante el periodo del desarrollo estabilizador.
Friedrich Hayek muere en 1992, es decir, 46 años después del fallecimiento de Keynes. ¿Por qué es importante seguir a Hayek? Simplemente porque él (y con ello, la escuela liberal austriaca) es el máximo exponente del neoliberalismo. Cuando Margaret Thatcher asumió su puesto como primer ministro del Reino Unido, en una reunión política con los dirigentes de su partido, se dice que con un libro golpeó la mesa y mostrándoselos les dijo: ¡Esto es lo que creemos! El libro era “Fundamentos de la libertad” (1960), de Hayek.
Desde finales de los años veinte y prácticamente durante toda su vida, Hayek fue un gran propulsor de sus ideas, que se materializaron como programas de gobierno hasta los años setenta del siglo XX. Los soportes económicos del liberalismo económico austriaco se tradujeron en las premisas del neoliberalismo, por lo que son importantes exponerlas:
- Metodológicamente lo importante son los individuos, son ellos los que tienen ideas y actúan; por lo tanto, los que propician la racionalidad de todo sistema económico.
- El conocimiento está disperso entre millones de personas, las decisiones no pueden centralizarse a riesgo de limitar la inteligencia y las decisiones racionales de los individuos. En consecuencia, todo debe provenir de un factor: el mercado, o más bien, del deseo de competir; siendo el camino para la innovación, “para el descubrimiento de lo nuevo”.
- Los individuos, en este ámbito de la competencia, tienen que ser libres para usar su conocimiento y hacer valer sus capacidades creativas y críticas; esta es la base para que el conocimiento evolucione en propuestas y alternativas, para encontrar las mejores soluciones.
- El mercado y más concretamente el sistema de precios, es una información relevante para los individuos que se encuentran dispersos: “los precios pueden servir para coordinar acciones separadas de personas diferentes”. Lleva a que todos tengan noción sobre los productos que se venden y su escasez; a definir procesos productivos que se pueden generar a un menor costo y a determinar las preferencias en el consumo a partir de la suma de decisiones racionales de los individuos. “El mercado, así, posee una particular sabiduría que se expresa en el sistema de precios y es la guía para que se invierta en lo que hace falta, en lo que más valor tiene”. (Fernando Escalante Gonzalbo, “Historia Mínima del Capitalismo”, El Colegio de México, 2016).
- La gran sociedad, que es la suma racional de las acciones e ideas de los individuos puede ser solidaria con los más débiles y puede serlo más entre más rica sea. La sociedad debe ser competitiva y eficiente. El expresidente estadounidense Ronald Reagan resumió de una manera sencilla esta idea: “el modelo neoliberal es aquel que está diseñado para que los que saben generar riqueza lo hagan, esperando que los beneficios vayan goteando hacia las clases de abajo”.
- El Estado no puede garantizar la redistribución con el criterio de justicia social, su papel consiste simplemente en establecer las reglas para el intercambio.
Hayek, desde los años cuarenta, concebía que sus ideas y conceptos tenían que ser realizables. En 1947 convocó a 37 intelectuales para definir cuál era el destino del liberalismo en Mont Pelerin, Suiza, entre ellos, a Karl Popper, Ludwig von Mises, Milton Friedman, Ronald Coase y Gary Becker. Como resultado de esta reunión se formó la “Sociedad Mont Pelerin” bajo la óptica, conforme a estos intelectuales, de preservar los derechos humanos, mismos que se encontraban amenazados por la presencia en el mundo de ideas relativistas o hegemónicas relacionadas con el poder del Estado.
El deseo de ver culminadas sus ideas en el mundo real se cumple en los años setenta del siglo pasado: primero, con el modelo económico chileno y en la década siguiente, con la llamada revolución conservadora encabezada por Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Es en Chile donde Hayek comete, tal vez, su mayor pifia, al declarar a pregunta expresa del diario chileno “El Mercurio” (12 de abril de 1981) lo siguiente:
“…estoy totalmente en contra de las dictaduras, como instituciones a largo plazo. Pero una dictadura puede ser un sistema necesario para un período de transición. A veces es necesario que un país tenga, por un tiempo, una u otra forma de poder dictatorial. Como usted comprenderá, es posible que un dictador pueda gobernar de manera liberal. Y también es posible para una democracia el gobernar con una total falta de liberalismo. Mi preferencia personal se inclina a una dictadura liberal y no a un gobierno democrático donde todo liberalismo esté ausente…” (Cita tomada de Adrián Ravier, “Hayek, Pinochet y la Democracia Ilimitada”, Punto de Vista Económico, mayo de 2011).
El dilema entre una dictadura liberal y un gobierno democrático como opción carece de razón. La falta de libertad no puede sacrificarse para que el mercado funcione correctamente; no es posible sobreponer la libertad económica, cuando se suprimen con violencia las libertades civiles y políticas. Eso es contrario a toda razón humanitaria. La libertad de mercado vista así, sería un monstruo al servicio de un Estado que devora los principios más elementales de la dignidad humana. La lógica de Hayek se desvanece, menos estado, sí, (y eso quien sabe); pero un Estado represor, ¡nunca!