En México, la violencia contra las mujeres se ha convertido en una crisis humanitaria de proporciones alarmantes. Más de 11 mujeres son asesinadas diariamente, cifra que refleja la profunda falla del sistema de protección y la urgente necesidad de una respuesta integral.
Con asombro y profundo enojo leí el informe semestral 2025 de la Red Nacional de Refugios (RNR) que, hay que decirlo, pinta un panorama desolador. La falta de recursos, la ineficacia institucional y la impunidad se combinan para perpetuar un ciclo de violencia que deja a miles de mujeres y sus hijos en una situación de vulnerabilidad extrema.
Y el horno no está para bollos. A cada momento somos testigos de la violencia feminicida en nuestro país. Mueren a manos de su agresor y el Estado no tiene dinero para salvar esas vidas. Muy lamentable.
Los datos son crudos: Entre enero y mayo de 2025, se registraron 369 presuntos feminicidios y 1387 homicidios dolosos de mujeres. Estas cifras, aunque escalofriantes, no reflejan la realidad completa. La RNR atendió a 7399 personas sobrevivientes de violencia durante el primer semestre del año, la mayoría mujeres jóvenes con sus infantes. El 76% de ellas sufrió violencia familiar, y en el 87% de los casos, sus hijos e hijas también fueron víctimas del mismo agresor. El 2% sobrevivió a un intento de feminicidio. Estas estadísticas revelan la magnitud del problema y la necesidad de una intervención inmediata.
Los refugios son la última línea de defensa para muchas mujeres y están operando con presupuestos insuficientes, personal sin remuneración completa y una incertidumbre presupuestal constante. La ausencia de la segunda convocatoria del Programa de Refugios por parte del gobierno federal ha dejado a muchos espacios de protección sin recursos, debilitando aún más la capacidad de respuesta ante la violencia feminicida.
El informe de la RNR revela un patrón sistemático de violencia, donde el 66.6% de los agresores eran parejas o exparejas, y un significativo porcentaje (29%) tenía vínculos militares o políticos. Esto asusta, además de saber que agravantes como el uso de armas de fuego y los antecedentes penales de los agresores nos demuestran la gravedad y la premeditación de muchos de estos crímenes. De todo esto nos enteramos siempre con los resultados de las investigaciones, cuando el feminicidio se llevó a cabo, pudiendo, de un modo o de otro, evitarse.
La violencia vicaria también juega un papel devastador. El 44.8% de los hijos de mujeres en situación de violencia no pudieron ingresar a los refugios con ellas, dejándolos expuestos a la violencia de sus agresores y perpetuando el ciclo de abuso. ¿Volverán a ver a sus pequeñas y pequeñas? Quién sabe. ¿Los infantes están a salvo lejos de su madre y al cuidado de un agresor? Lo dudo.
La situación es crítica. La vida de las mujeres y sus hijos e hijas no puede seguir esperando.
Este viernes nos conmocionó la noticia de lo ocurrido en Tlajomulco, Jalisco, cuando un sujeto asesinó a los dos hijos de su expareja, de tres y cinco años y después se suicidó. La madre de los pequeños vivió un infierno fuera del homicidio donde ocurrió la tragedia, mientras la policía intentaba controlar la situación, pues el homicida los recibió a balazos. Casos así de infames puedo mencionar varios, pero me abstengo.
Es imperativo que el gobierno federal, junto con la sociedad civil, tome medidas urgentes y efectivas para combatir la violencia feminicida, fortalecer los refugios y garantizar la protección de las mujeres y sus hijos.
Ya no queremos ser testigos de más tragedias.