En el momento de la publicación de esta columna habrá tenido lugar la coronación del rey Carlos III del Reino Unido. Se trata, sin duda, de un evento histórico que merece atención. El lector recordará que fue su madre, la reina Isabel II, la última monarca coronada en el siglo XX.

Es importante destacar que la coronación no tiene efectos jurídicos por sí misma, pues Carlos III, de acuerdo con el derecho consuetudinario británico, se convirtió en jefe de Estado desde el fallecimiento de su antecesora. Sin embargo, en tanto que jefe de la Iglesia Anglicana, liderazgo religioso heredado desde la reforma protestante y del rompimiento de Enrique VIII con la Iglesia católica, la consagración, de manos del obispo de Canterbury, conlleva un simbolismo religioso.

A pesar de que existen en el Reino Unido crecientes movimientos antimonárquicos, de acuerdo a los sondeos, la popularidad de la monarquía británica permanece en niveles razonablemente aceptables en Inglaterra, con menores números en Escocia, Gales e Irlanda del Norte.

El rey Carlos, golpeado en el pasado por su divorcio y por los escándalos protagonizados por la princesa Diana, ascendió al trono en medio de una crisis económica marcada por la inflación y el costo de la vivienda, provocados, en buena medida, por la incapacidad de los sucesivos gobiernos conservadores de resolver los efectos del Brexit.

Por otro lado, han resurgido recientemente las reivindicaciones independentistas en Escocia. Si bien la mayoría de los escoceses votaron a favor de la permanencia de su país en el Reino Unido en 2014, el Brexit parece haber cambiado radicalmente los vientos políticos. El Partido Nacionalista Escocés, bajo el liderazgo de Humza Yousaf, ha prometido promover en Westminster un nuevo referendo, lo que podría conducir a la separación definitiva del país, y con ello, la disolución del Reino Unido.

Otra crisis institucional ha sido provocada por el príncipe Harry, duque de Sussex y quinto en la línea sucesoria. Quizá extraviado por su rebeldía, ha buscado incansablemente dañar la estabilidad de la monarquía y la reputación de su padre y de su hermano William, príncipe de Gales y heredero al trono.

Carlos III, a sus 74 años de edad, tiene numerosos desafíos: consolidar la unidad de la monarquía británica, trabajar en favor de la permanencia de Escocia en el Reino Unido y reafirmarse como símbolo de cohesión en su país y en todos los países que forman parte de la Commonwealth.