Certeza, ese es el verdadero costo que hoy enfrenta México en materia de inversión y crecimiento. Se presume que vivimos récords históricos de capital foráneo, pero ese “récord” es un espejismo: la gran mayoría no es recurso fresco que llega al país, sino utilidades que las empresas ya instaladas deciden no repatriar. En el primer semestre de 2025, más del 80% de la IED fue reinversión de utilidades y apenas alrededor del 9% correspondió a nuevas inversiones. El nearshoring no se consolida con dinero que ya estaba aquí, sino con proyectos nuevos que apuesten a largo plazo. Y hoy, el mensaje que México envía al capital que duda en instalarse es justamente el contrario: un entorno jurídico cada vez más impredecible, con menos árbitros independientes y más riesgos operativos.
La inseguridad funciona como un impuesto silencioso. A la violencia criminal se le suma el crecimiento de la extorsión, delito que afecta directamente a las empresas. El primer semestre de este año registró máximos históricos en número de víctimas. Según encuestas empresariales, más de la mitad de las compañías en México consideran que la inseguridad afecta su operación y distribución. Eso se traduce en costos adicionales, retrasos logísticos y primas de riesgo que encarecen cualquier proyecto productivo.
En paralelo, el país estrenó la elección popular de jueces y magistrados. El gobierno lo vende como democratización del Poder Judicial, pero lo que se percibe es incertidumbre sobre la imparcialidad de quienes deciden controversias económicas. Voces internacionales, como la del embajador de Estados Unidos, han advertido que se trata de un riesgo mayor para la democracia y la confianza de los inversionistas. El contexto agrava la alarma: México ocupa posiciones rezagadas en los índices globales de Estado de derecho, con calificaciones muy bajas en ausencia de corrupción y seguridad.
La reciente reforma a la Ley de Amparo suma otra capa de desconfianza. Al restringir el interés legítimo y limitar las suspensiones, se reduce la capacidad de ciudadanos y empresas de frenar actos arbitrarios de autoridad. Incluso se llegó a proponer que la reforma aplicara retroactivamente a juicios en curso, una señal que preocupa a cualquier capital extranjero que busque certezas jurídicas. La propia Presidencia reconoció que debía corregirse ese exceso, pero el mensaje ya quedó sembrado: el gobierno está dispuesto a apretar la válvula de seguridad.
A ello se añade la desaparición de órganos constitucionales autónomos. Reguladores como el INAI, la COFECE, la CRE o la CNH fueron absorbidos por dependencias del Ejecutivo. Para sectores intensivos en permisos como energía, telecomunicaciones y competencia, perder árbitros técnicos independientes significa elevar la discrecionalidad regulatoria y multiplicar la incertidumbre.
Todo esto se cruza con la revisión del T-MEC en 2026. Estados Unidos ya abrió consultas públicas para evaluar el desempeño del acuerdo y México no quiere aparecer como un caso de debilitamiento institucional. El problema es que el paraguas arbitral bajo el nuevo tratado es más estrecho que bajo el viejo TLCAN: en muchos casos se exige litigar primero en tribunales nacionales. Si esos tribunales se perciben como politizados, lentos o inseguros, el costo de invertir en México se dispara.
La paradoja es clara. El capital internacional quiere venir: tenemos geografía privilegiada, mano de obra competitiva y acceso al mercado más grande del mundo. Pero al mismo tiempo se observa un país donde se eligen jueces por voto popular, se recortan facultades al amparo, se eliminan reguladores y crece la extorsión. El resultado es que los indicadores de inversión extranjera marcan récords, sí, pero récords de reinversión defensiva. El dinero nuevo sigue esperando señales de certeza y mientras no las haya, seguirá mirando desde fuera.
México está a minutos de convertir el nearshoring en crecimiento sostenido o en oportunidad perdida. Los récords de inversión no nos salvarán si el árbitro deja de ser imparcial y la cancha se vuelve más peligrosa. No hace falta golpear a nadie en particular, basta con restaurar la certeza perdida. Solo así llegará el capital fresco que necesitamos; de lo contrario, seguiremos sumando reinversiones y restando futuro.


