José Ángel Gurría Treviño, mejor conocido internacionalmente como Ángel Gurría, reveló el jueves pasado, en entrevista con Joaquín López-Dóriga, su deseo de buscar la candidatura de la alianza opositora en 2024, y con ello, ser el próximo presidente de México.
No hay duda de que Gurría es uno de los mexicanos más destacados. Sus credenciales académicas y profesionales le posicionan como un funcionario plenamente competente para desempeñar el cargo de mayor responsabilidad pública en el país.
Se desempeñó años atrás como Secretario de Relaciones Exteriores y Secretario de Hacienda, y en últimos años, como Secretario General de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Desde su oficina en París, en el grandioso castillo de la Muette, en el decimosexto distrito de la capital francesa, Gurría fue capaz de ejercer un liderazgo indiscutible en el seno de una organización caracterizada, por un lado, por su rigor técnico, pero a la vez, por el jaloneo político entre las grandes potencias miembros del organismo.
Gurría, a pesar de ser originario de uno de los países miembros de la OCDE con menor poder de cabildeo político, hizo posible su reelección por consenso a lo largo de quince años al frente de la OCDE. Y no fue tarea sencilla, pues los gobiernos de países como Estados Unidos, Francia o Alemania jugaron sus bazas para que uno de sus ciudadanos, preferentemente surgidos de las filas del partido en el gobierno, fuese electo secretario general.
Desde entonces, y tras su paso como secretario general, Gurría consolidó su imagen pública – e internacional – como un funcionario competente, honesto y con una visión de Estado centrada en la confianza depositada en la evidencia empírica. A diferencia de un gran número de políticos que guían su quehacer público en sus instintos, Gurría, fiel al espíritu de la OCDE, es un mexicano comprometido con la puesta en marcha de políticas públicas que contribuyan al mejoramiento de la vida de los ciudadanos.
En adición -como comentario personal- cercanos colegas y amigos que han sido funcionarios de la OCDE describen a Gurría como un mexicano ejemplar, sencillo, culto, instruido y cercano a la gente y a las necesidades de los mexicanos.
Sin embargo, sus probabilidades de alcanzar la presidencia de México son bajas. Por un lado, ha estado lejano de la política nacional. Durante la presidencia de Peña Nieto, tras los escándalos protagonizados por miembros de su administración, medios nacionales especularon en torno a una supuesta invitación hecha por el presidente para que Gurría se integrase como secretario de Hacienda. En todo caso, está hoy lejano del PRI, y aun más, al liderazgo del PRD y PAN, mismos que decidirán el nombre del abanderado de la alianza.
Y más importante aún, la percepción existente de su distanciamiento con la mayoría de los mexicanos. Recojo las palabras de Federico Arreola en su columna de ayer: “A Gurría le sobra mundo, pero le falta pueblo”. Sin duda. El dominio de lenguas extranjeras, su experiencia como funcionario público y su indiscutible reputación internacional no le habilitan como un candidato capaz de llenar las plazas públicas y de conquistar la voluntad de las mayorías.
Por el contrario, le pintan como un tecnócrata imbuido de las ideas neoliberales que tanto han dañado -AMLO dixit- al interés general del país. Gurría sería, pues, un candidato sobremanera débil para hacer frente a la maquinaria populista de Morena y a la narrativa lopezobradorista.
En suma, José Ángel Gurría es un buen mexicano que pondría en alto el nombre de nuestro país. Sin embargo, no cuenta con la fortaleza para ser electo. Es una pena.