Joe Biden y su administración están más preocupados por sostener una guerra imposible de ganar en Ucrania que por mejorar mínimamente la calidad de vida de los cada vez más pauperizados ciudadanos comunes norteamericanos.

Aún con la oleada de propaganda oficial que se hace pasar por información “veraz” en cadenas cómo CNN, MSNBC y un largo etcétera, la realidad es que la vida diaria de los estadounidenses se ha deteriorado rápidamente durante el casi año y medio del régimen Biden.

Una pandemia sin control de Covid-19 y sus eternas variantes, aparición de viruela del mono y una “inexplicable” avalancha de casos de hepatitis infantil (no tan inexplicable si consideramos los estragos que las reinfecciones del coronavirus causan en los sistemas inmunes), inflación rampante, aumento en precios de combustibles... todo eso le está costando caro a Biden y a los Demócratas rumbo a las elecciones intermedias a fines de este año.

Según la última encuesta de The Associated Press (AP), apenas un 39 por ciento de los encuestados aprueban la gestión de Biden. Son números catastróficos, mismos que Donald Trump alcanzó durante la peor parte de su gobierno, la recta final de su cuatrienio, cuando la aparición del virus acabó con su espejismo económico.

Biden tocó fondo y los ciudadanos norteamericanos, furiosos y atrapados dentro de la falsa democracia “bipartidista” seguramente elegirán representantes republicanos para dar una mayoría a dicho partido cuya único plan de gobierno es seguir controlando los derechos reproductivos de las mujeres y discriminando personas racializadas.

Estados Unidos se encuentra en medio de una espiral descendente cada vez más acelerada y cuyas catastróficas consecuencias, esperemos, no terminen en un intercambio termonuclear que signifique el fin de la civilización humana sobre la tierra.