Ante los retos económicos, sociales, políticos, ambientales y democráticos que enfrentamos como humanidad, las redes y plataformas digitales son una herramienta poderosa de colaboración y organización entre las personas a nivel global; por lo mismo, representan una oportunidad y una vía para la efectiva socialización y extensión de la ciencia, el conocimiento, la solidaridad y la empatía y, por supuesto, de las motivaciones de las personas en línea con causas congruentes con una cultura universal de los derechos y libertades humanas. Ejemplos de ello, abundan.

Nuestra naturaleza social, aprovechando los avances tecnológicos a nuestro alcance, nos ha llevado a construir extensiones de nuestras mentes que habitan en las nubes digitales. En estos desarrollos, que se interconectan con nuestros dispositivos móviles, tabletas, ordenadores, televisores y cada vez con más aparatos de nuestra vida diaria y que nos brindan una sensación de ubicua conectividad, depositamos y almacenamos todo tipo de información que consumimos, producimos, replicamos, difundimos y compartimos y, a través de ella, sin quererlo muchas veces o sin tener plena conciencia de ello, informamos bastante sobre nosotros y, por ende, de nuestro fuero más privado e interno.

Internet es un medio de exposición en el que todo mensaje, con independencia de su formato, tiene la intención de llegar a alguien. Su diseño descentralizado, no solo le da funcionalidad y alcances comunicativos mundiales e inmediatos nunca antes conocidos por la humanidad, sino que también incide en el prácticamente nulo control que tenemos sobre cualquier información, una vez subida o expuesta en el espacio digital.

En una economía de datos, la frase “la información es poder” ha adquirido nuevas y, muchas veces, muy negativas dimensiones que vulneran la intimidad, la privacidad y la autodeterminación informativa de las personas. A nivel macro, el perfilamiento de usuarios para la difusión de noticias falsas en casos como el Brexit, el arribo de Trump a la Casa Blanca o lo que vivimos hoy en día en el marco del conflicto entre Rusia y Ucrania nos muestran el inmenso poder que tienen las denominadas Big Techs como corporaciones, cuyas lógicas de mercado se encuentran justamente alineadas a intereses de ese mismo tipo y al margen, en ocasiones, de cualquier consideración sobre las personas.

Ahora bien, en lo individual, las consecuencias no son menos graves. El ciberacoso y la violencia digital son ejemplos claros que no requieren mayor explicación en la actualidad, si consideramos que tales conductas incluso han motivado la adopción de normativa para enfrentarlas. En este contexto, aunque indebidas, las vulneraciones de datos personales con fines comerciales que inciden en nuestra voluntad parecen claramente inocuas; aunque nunca lo son.

Todas y todos tenemos un deber de cuidado respecto de nuestros datos personales y un derecho humano a su protección. Los datos de las personas, en un mundo interconectado como este, son el mejor activo. Los análisis de macrodatos permiten a las grandes corporaciones tecnológicas extraer de dicha información que compartimos, mucha otra que no expusimos voluntaria y conscientemente, pero que se relaciona con quiénes y cómo somos en lo íntimo y en lo privado.

Si consideramos lo anterior, me parece que más pronto que tarde debemos entender como personas y enfocar como sociedad lo digital, desde una óptica que a todas y todos deje claro lo que ya debería ser evidente: las personas, no cabemos en la categoría económica de activo.

Mtro. Julio César Bonilla Gutiérrez, Comisionado Ciudadano del INFO CDMX