No aceptar, una vez más la voluntad expresada por el Congreso en torno a la reforma Constitucional para que la Guardia Nacional pase a mando del Ejército, es una expresión clara de su doble moral, de su inconsistencia e hipocresía.

Gobierno de un solo hombre

Desde que era un niño, a AMLO nunca le ha gustado que lo contradigan o que le digan que no a sus caprichos y berrinches, su reacción siempre está en la amenaza, la descalificación, la mentira y la venganza.

No aceptó nunca su derrota en las elecciones que perdió y ya en el poder no ha sido capaz de aceptar ninguna decisión que no convenga a su criterio y a su ambición de poder absoluto. Así ha sido con la Corte, el Congreso o cualquier otra instancia.

Siendo opositor su principal argumento era amenazar con incendiar el país si no le cumplían sus caprichos. Cuando no reunía los requisitos para postularse como jefe de Gobierno de la CDMX, mediante amenazas forzó a que se lo permitieran. Cuando violó la ley y tuvo que enfrentar el procedimiento para su desafuero armó un “pancho” del tamaño del mundo victimizándose. Cuando perdió su primera elección presidencial no lo reconoció y tomó Reforma hasta que le cumplieron algunos de sus caprichos.

Una enfermiza obsesión por el poder

Ya cómo presidente, no quiere que nadie le diga nada, claramente muestra que no tiene voluntad ni capacidad para negociar ni para dialogar y, mucho menos, para respetar a millones de mexicanos que no piensan como él.

Cuando detuvieron al General Cienfuegos, ex secretario de la Defensa Nacional, acusado por el delito de narcotráfico en los Ángeles, AMLO calificó el hecho como lamentable e inédito, en aquel momento anunció que haría “una limpia” en la Secretaría de la Defensa Nacional para evitar que cercanos al exsecretario continuaran al mando de funciones estratégicas.

Y, dando legitimidad a las autoridades estadounidenses, aseguró:

“Como en el caso de García Luna, todos los que resulten involucrados, que estén actuando en el gobierno en la Defensa Nacional, van a ser suspendidos y retirados. Si es el caso, puestos a disposición de autoridades competentes; no vamos a encubrir a nadie”.

Andrés Manuel López Obrador

Luego, por alguna razón que nunca conoceremos, salió a defender al General Cienfuegos y a todos sus lugartenientesy a decir que no permitiría que agencias estadounidenses como la DEA o la CIA intervinieran en el país.

Pero, si se trata de hablar de García Luna, quien se encuentra detenido por las autoridades del vecino país, sí son buenos, e incluso, los pone de ejemplo, porque detuvieron a su enemigo número uno.

Ahora ante otro problema, donde, además de las acusaciones que pesan en contra del gobernador electo de Tamaulipas, Américo Villarreal, ligado con las mafias del crimen organizado y con el rey del huachicol, se ha dado a conocer que su padre, exgobernador de ese estado, estuvo ligado con el líder del cartel del Golfo, Juan García Abrego, el presidente sale en su mañanera rasgándose las vestiduras y pretendiendo anteponer al pueblo para defender a los suyos, anunciando que no permitirá la intervención de las agencias de otros países.

AMLO no sabe perder

Andrés no acepta nada, ahora que el Senado no aceptó su iniciativa de la Guardia Nacional, en lo que es una violación a la ley y en pleno desconocimiento a las instituciones y a los Poderes de la Unión. Resulta que convocará una consulta que no es consulta, que la llevará a cabo la Secretaría de Gobernación y no el INE y entonces solo podemos pensar en que el resultado será el que él quiere. Regresamos a los tiempos de Bartlett donde gana el que dice el presiente.

Esta reacción de AMLO ya la hemos visto antes, como cuando el Congreso rechazó su iniciativa de reforma a la industria eléctrica y como respuesta acusó a quienes votaron en contra de “traidores a la patria”, de responder a intereses del extranjero y de dejarse sobornar por empresas privadas. Acusaciones muy fuertes, pero sin ofrecer nunca algún sustento o prueba de su dicho.

Al final, AMLO no sabe perder, no respeta la democracia ni mucho menos la voluntad popular. Su voz es la única que se escucha y su voluntad está por encima de todo y de todos, como si fuese un Dios.