México es un país violento. Esta frase sería la obviedad de la década si no fuera porque escogí las palabras con cuidado. No dije “la violencia está incontenible en México” ni “el gobierno es incapaz de frenar la violencia que hay en México”, o cualquier otra semejante.

Estas últimas implicarían, en primer lugar, que incidencia delictiva y violencia son la misma cosa (no lo son) y en segundo lugar, que quienes sufren la violencia son los mexicanos y quienes la ejercen son siempre algo más (extranjeros, extraterrestres, lo que sea).

Pero no; al decir que nuestro país es violento estoy haciendo una afirmación más antropológica que política, una que incomoda muchísimo a todos, desde los políticos populistas hasta los empresarios bien pensantes. Pero no insinúo con esto una claudicación, sino la convicción de que para mitigar la violencia, los controles sociales deben ser permanentes y deben tomar en cuenta, además, ese elemento psicológico que hace a muchísimas personas pasar del dicho al hecho sin mayor duda y sin el menor remordimiento.

Sí, toda la gente es buena, hasta que decide no serlo. Echemos un vistazo al fresco de violencia de las últimas 72 horas, eso basta. En Poncitlán, un pequeño municipio de Jalisco, un degenerado mató a balazos a una madre y su hija, que además era su pareja y madre de sus hijos, dentro de la agencia del ministerio público a la que entraron a denunciarlo, por violencia familiar. Lo detuvieron un día después.

Aunque hubiera sido peor que no lo detuvieran, en términos del daño causado no hace ninguna diferencia, porque su propósito era privar de la vida a sus víctimas y lo hizo. Dentro de las instalaciones de procuración de justicia, que en el imaginario deberían de ser el terreno más seguro, el más controlado por la autoridad.

El fiscal dijo que en ese momento no había ni un solo policía en la agencia del MP, porque todos estaban “haciendo investigación de campo”. Puede sonar a mal chiste, pero esconde una realidad añeja y preocupante, la de la enorme insuficiencia del número de policías en el territorio nacional, sobre todo a nivel municipal.

Lo más probable es que en el municipio donde ocurrieron los hechos, no haya más de 50 policías municipales, si acaso. Aunque la información no está disponible en su portal, es un municipio de 48 mil habitantes, y no es una de las cabeceras municipales ni ciudades de alta importancia económica.

La vacuidad policial en la que se encuentran sus pobladores en la cotidianidad, refleja la de otros cientos de municipios en todo el país. Esto va más allá de una queja de sobremesa. México tiene una extensión territorial inmensa, y si bien hay una asimetría enorme entre las áreas densamente pobladas y los centros de actividad económica, todo el territorio es una zona potencial de comisión de delitos, y de ocultamiento de cuerpos.

Por eso el tema de los desaparecidos en México es más complejo que en otros países, porque hay 2 millones de kilómetros cuadrados, más de la mitad de ellos en despoblado, que son potencialmente blanco de fosas clandestinas. La noche anterior, bloqueos y balaceras en varios municipios de Guanajuato.

Como siempre, la explicación se repite estructuralmente, cambiando los nombres: “es una pelea de los cárteles por la plaza, porque agarraron al Patricio, que es la mano derecha del Esponja, que a su vez está peleado con El Calamardo”. Ok. Lo que esto no deja ver es que la precariedad de las policías locales, hace que el arraigo de las fuerzas de seguridad municipales en una demarcación sea casi inexistente, y el riesgo de que un policía municipal mal pagado, mal armado y sin sentido de pertenencia a un cuerpo digno se convierte en informante o franco colaborador del crimen organizado, es altísimo.

Y aunque las fuerzas federales lleguen rápido, no son las que mejor conocen ni la gente ni el terreno, puesto que la guardia se desplaza rápidamente entre lugares de acuerdo con las prioridades del momento y las órdenes centrales. Reitero la necesidad de mantenernos en un nivel analítico, en lo posible, y no emocional.

No es indignación lo que pretendo provocar con estas observaciones, sino la dificultad estructural de contener la violencia en un país de las características de México, y en la insuficiencia de la respuesta en un modelo de seguridad que obedezca a criterios castrenses sin crear una policía de proximidad con arraigo local, con todo y los riesgos de corrupción que ello implica.

Si reconocemos tres niveles de gobierno, no podemos renunciar a que uno de ellos se desentienda de sus funciones básicas.

La peligrosidad del feminicida sólo podía haberse prevenido y percibido por quienes viven en ese municipio, en ese barrio. Así el lienzo, parcial y de 3 días.