En las últimas semanas, voces que habían estado ausentes del debate nacional como Ernesto Zedillo, Felipe Calderón, Enrique Peña Nieto y Vicente Fox, han regresado a la escena pública. Esto no es casual, responde a la necesidad de establecer un contrapeso histórico ante la estrategia de polarización promovida por el expresidente López Obrador, y ofrece una oportunidad para que Claudia Sheinbaum construya una narrativa de Estado, no de facción.
Desde antes de asumir la presidencia y durante todo su sexenio, AMLO mantuvo una agresiva crítica hacia sus antecesores. En sus mañaneras los señalaba, descalificaba y, en algunos casos, acusaba sin presentar pruebas, especialmente por corrupción, complicidad con grupos de poder económico o político y vínculos con el crimen organizado.
Polarización y división, pilares de su discurso político
Su narrativa siguió la lógica de “divide y vencerás” y su estilo, la máxima atribuida a Maquiavelo: “el fin justifica los medios”.
AMLO construyó su poder deslegitimando a sus adversarios y movilizando su base social a través del antagonismo. Simplificó el debate público en un esquema binario: el “pueblo bueno” contra una “élite corrupta”, “la mafia del poder”, los “traidores a la patria”, sus adversarios.
Pretendió reescribir la historia, borrando o distorsionando episodios incómodos, mientras se erigía como depositario del concepto “pueblo” y único intérprete legítimo del sentir nacional.
Al concluir su sexenio, AMLO dejó una herencia marcada por los vicios que alguna vez denunció: opacidad, centralismo, militarización y exclusión y su desdén por la técnica y las instituciones. Más grave, heredó un país dividido y con serios problemas de gobernabilidad.
Un hecho inédito: expresidentes por la unidad nacional
Desde Carlos Salinas hasta Enrique Peña Nieto y más allá de sus diferencias, estilos o errores, hoy convergen en una preocupación común: la urgencia de defender la democracia, las instituciones y restaurar la unidad nacional.
Con mensajes directos o a través de sus colaboradores más cercanos, como Liébano Sáenz, exsecretario particular de Zedillo, o Aurelio Nuño, exjefe de la Oficina de la Presidencia con Peña Nieto, se pronuncian por fortalecer el Estado de derecho y advierten sobre los riesgos de continuar por la vía populista de la confrontación.
Ernesto Zedillo expresó críticas precisas al autoritarismo latinoamericano y una firme defensa de las instituciones.
Felipe Calderón, desde el ámbito internacional ha señalado el debilitamiento de la justicia y la seguridad.
Vicente Fox, con su provocador estilo, ha mantenido presencia en redes sociales con llamados a la participación ciudadana y defensa de las libertades.
Aunque formas y tonos varían, comparten una misma convicción: México no puede reducirse al “pueblo bueno” contra los “enemigos del régimen”.
Lejos de ser un acto nostálgico, su reaparición debe leerse como un gesto republicano.
Como jefa del Estado mexicano, Sheinbaum enfrenta un gran dilema: seguir bajo la sombra del líder del movimiento que la llevó al poder o marcar su propio rumbo.
El desafío de gobernar para todos
Los límites del obradorismo ya se evidencian y comienzan a aislar a Morena de los sectores moderados: presiones internacionales derivadas de investigaciones por lavado de dinero, crisis estructural de Pemex, roces con Estados Unidos, y descontento social en temas como la gentrificación o la militarización.
Fortalecer la unidad nacional solo es deseable, es urgente. Y ello implica tender puentes, incluso con antiguos adversarios políticos.
Sheinbaum tiene la oportunidad histórica de reivindicar la política de altura y enviar un mensaje con visión de Estado: el país se construye con y para todos, no desde el rencor ni desde trincheras ideológicas.
La polarización, aunque rentable en el corto plazo, a la larga resulta devastadora. Eso lo entendió López Obrador y lo explotó con habilidad, pero sus consecuencias ya son inocultables. La división social, debilitamiento institucional y confrontación, aunado a una narrativa que excluye a todo aquel que no se alinee, tienen al país en vilo y a él, muy lejos del pedestal de la historia donde ambicionaba quedar.
Lo alcanzó la realidad y ahora busca defenderse generando más caos y enfrentamiento. Es ahí, donde la reaparición de los expresidentes, con sus luces y sombras, cobra sentido: son el recordatorio de que la democracia se construye desde el disenso civilizado, no desde la imposición de una visión única.
Si por encima del cálculo faccioso, Sheinbaum apuesta por la unidad nacional, su gobierno aún puede inaugurar un nuevo capítulo; pero, si se deja arrastrar por la narrativa binaria de su antecesor, su presidencia pasará a la historia como una simple prolongación del obradorismo.
México no necesita de caudillos ni de una cruzada contra fantasmas del pasado. Necesita una presidenta que gobierne para todos. Si los expresidentes reaparecen para recordarlo, pues bienvenidos sean.
X: @diaz_manuel