Estuve el pasado miércoles en una reunión con gente culta. Me invitaron y asistí. Me presentaron ahí a varios juristas. En la plática con dos de ellos mencionaron a Epigmenio Ibarra. Dije, para no caer en discusiones indebidas, que Epigmenio pide que los y las periodistas de México pidan disculpas. Sí, que se disculpen por haber difundido, el pasado sexenio, la verdad histórica acerca de la tragedia de Iguala. Como quizá se escuchó raro eso de que pide que pidan, no entraron a un tema tan específico, pero sí preguntaron mi opinión sobre el señor Ibarra.

De Epigmenio Ibarra dije lo que siempre he dicho: es un hombre honesto, idealista, muy talentoso como productor de cine y TV y sin duda un pilar del movimiento político encabezado por el presidente López Obrador. Precisé que a diferencia de muchas otras personas que han apoyado a AMLO solo para llegar a los cargos públicos, Epigmenio lo ha hecho en forma absolutamente desinteresada, lo que se demuestra simplemente con la circunstancia de que no tiene ni tendrá ninguna posición en el gobierno.

Las disculpas

Después sí se metieron al tema de las disculpas. Me preguntaron, con ganas de provocarme, si yo me iba a disculpar por el asunto de la verdad histórica de Murillo Karam. “Ya me disculpé”, respondí. Lo hice, aunque no creo haber tocado mucho ese tema: lo policiaco no es lo mío.

Otra pregunta que me dirigieron: ¿Deben disculparse más periodistas, como lo pide Epigmenio? Sobre eso solo dije: “Quien en la comentocracia desee pedir disculpas, que lo haga, y quien no tenga ese deseo, pues que no lo haga. Cada quien que actúe según su conciencia”.

Un abogado me dijo lo siguiente acerca de las palabras que yo estaba usando: “Es enredado que digas ‘las disculpas que pide Epigmenio que pidan los y las periodistas’, ¿no crees? Para empezar es molesto eso de ‘los y las’ y lo de ‘pedir que pidan’ se presta a confusiones, ¿por qué no mejor decir ‘las disculpas que pide Epigmenio que ofrezcan los periodistas?’, creo que se te entendería mejor”. Le comenté que iba a reflexionar en su sugerencia y me despedí para irme a charlar con otro grupo de personas. Antes de que me retirara, alguien me dijo: “El problema con Epigmenio es su radicalismo”. Ya no expresé más, pero me quedé pensando en todo eso.

¿Epigmenio radical?

Es decir, ¿extremista en su pensamiento político? Pues sí, lo es, pero el viejo sistema obligó a radicalizarse a muchas personas. Son tantas las injusticias y tan profundas en México, que no pocas solo empezarán a eliminarse si se transforman algunas instituciones desde la raíz.

¿Comparto la ideología de Epigmenio? No, desde luego: él es de izquierda y yo neoliberal. Pero ambos creemos en Andrés Manuel. Desde hace años digo que ¡es un honor estar con Obrador! Pienso que nuestro país lo que necesitaba era un presidente absolutamente honesto, y AMLO lo es. Por cierto, para ser un gobernante tan de izquierda —tan radical o más que Epigmenio— en lo fundamental, que es la política económica, Andrés es bastante ortodoxo, casi un apasionado seguidor del neoliberalismo.

Aceptemos los hechos: en la 4T hay estabilidad y ello ha permitido inversiones que generan empleos en el terrible contexto global de la pandemia y la guerra de Ucrania. Ni siquiera ha propuesto el presidente López Obrador una reforma fiscal que incremente los impuestos a las personas con más patrimonio. Tal vez deberá plantearla el próximo presidente —o la próxima presidenta—, pero AMLO se las ha arreglado para cobrar más sin aumentar los tributos.

Disculpar, quizá. Pero ¿exculpar?

En fin, vuelvo a Epigmenio. ¿Radical? Qué bueno que lo sea. Necesitamos más gente así. No sé si ser radical implique, a fuerza, actuar con terquedad, pero Epigmenio sin duda es muy terco. Por cierto, me encanta su tozudez de insistir en que se lleve a la cárcel a Felipe Calderón. Ojalá ocurra, ya que el esposo de Margarita ensangrentó a México con su absurda guerra contra el narco cuyas operaciones encargó a un aliado de la mafia, Genaro García Luna, hoy en prisión en Estados Unidos acusado de haber trabajado para el Cártel del Pacífico.

Yo las disculpas las pido, no las ofrezco. Y creo que no me equivoco, aunque mucha gente pretenda corregirme, como los abogados que mencioné. Cito algunos textos que encontré en internet, “extraídos de los libros de Ricardo Soca La fascinante historia de las palabras y Nuevas fascinantes historias de las palabras”.

√ La palabra disculpar “aparece en castellano desde los poemas de Berceo (1230-1250) y el sustantivo disculpa, hacia 1490″.

√ “En los últimos años, se ha extendido la noción errónea de que no se debe decir ‘pedir disculpas’ sino ‘ofrecer disculpas’. El uso tradicional en castellano registra siempre ‘pedir disculpas’, y así lo ratifica el Diccionario de la Academia”.

√ “No se debe confundir disculpar con exculpar. Disculpar equivale a perdonar una culpa; exculpar es declarar que nunca la hubo”.

Es pertinente la aclaración de no confundir disculpar con exculpar. Quizá quienes tanto criticarnos a Calderón en algún momento tendríamos que disculparnos con su familia si acaso, con nuestras palabras, hemos causado daño a sus hijos, que son inocentes. Yo estaría dispuesto a pedirles disculpas, por supuesto que sí. Lo que no se puede —y lo siento por ellos— es exculpar a quien se robó la presidencia en 2006 y que, para silenciar las protestas por el fraude electoral, metió a México en una terrible guerra que nos sigue lastimando, lo que para colmo hizo poniendo el control de la estrategia bélica en manos del crimen organizado al que nunca combatió verdaderamente, y sin duda sí benefició.