Mi padre era un hombre muy inteligente y yo lo amaba. Para mí siempre fue mi fuerza y mi sostén, a pesar de que fue un hombre frío, distante. De pronto llegaba a tornarse violento, aunque nunca usó la fuerza física ni con mi madre ni con mi hermana o conmigo.

Fue un hombre que no tuvo nada de niño y debió trabajar desde los 15 años. Alguna vez acudió a una refaccionaria de autopartes en Bucareli a solicitar trabajo. Su padre lo había abandonado a él y a dos hermanos menores así como a su madre, diciendo que iba a la tienda por cigarrillos para nunca más volver. Así que el dueño de la reaccionaria lo miró y creyó en él; le dijo que lo ayudaría. Era judío, me contaba mi padre, y empezó a involucrarlo en el mundo de las refacciones. Le dijo que lo quería de repartidor y le preguntó que si sabía andar en bicicleta, a lo que mi padre respondió con un rotundo sí. Pero no, no sabía.

Mi padre me contaba que su jefe le dio una vieja bicicleta y le pidió empezar a hacer entregas; mi padre se montó en la bicicleta y una y otra vez se cayó, me contaba que eran caídas dolorosas y algunas graves, pero siempre sabía cómo ocultárselas a su jefe pues temía que lo despidiera.

El jefe lo encontró cayéndose muchas veces de la bicicleta y volviendo a montarse en ella, eso impresionó mucho al dueño de la refaccionaria y después lo promovió en el almacén. Tenía que aprenderse todas y cada una de las autopartes por nombres y códigos, sus características y cualidades. Así el jefe de mi padre le fue delegando cada vez más responsabilidades, hasta que le dijo que le veía mucho futuro en el mundo de las refacciones de autopartes y le ayudó a trabajar en una agencia de coches Ford.

Le dieron el trabajo de vendedor de autos, ganado múltiples premios como el mejor vendedor de su agencia. Era muy bueno vendiendo y convenciendo a la gente; era guapo y seductor, sabía cómo usar las palabras precisas en el momento correcto para que la gente no las olvidara; tenía ese talento y ese don. Así fue escalando, estudiando la secundaria y preparatoria por las noches y trabajando por el día.

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Alguien vio en él un talento arrollador para las ventas en el ramo automotriz y le ofreció trabajar en una empresa transnacional de autopartes; la condición era que supiera hablar inglés. No tenía suficiente dinero ni tiempo para tomar clases de inglés, por lo que fue a comprar un diccionario inglés-español y fue hilando oraciones, estructurando ideas, y aprendiendo la pronunciación por medio de ver muchas películas extranjeras; mi padre era amante del cine.

Aunque en realidad su pasión era otra: Debió haber sido piloto aviador, pero nunca tuvo la oportunidad. Aprendió de este modo a hablar un inglés perfecto, recuerdo que uno de sus colegas alguna vez me dijo: “Claudia, es admirable lo bien que habla tu padre inglés”, y sí, yo lo escuchaba hablar con sus clientes y amigos y simplemente me enamoraba, su pronunciación era perfecta y su nivel de conversación ágil y rápido, nunca logré algo igual.

Así fue ascendiendo peldaños hasta que lo hicieron director general de esa empresa transnacional. Viajó por el mundo y se dedicó a trabajar, por lo que tengo pocos recuerdos de él, es decir, de convivencia con mi padre, pero siempre responsable él tenía especial devoción por temas políticos y me contaba acerca de lo que creía, del presidente en turno. Sabía bien analizar cada situación y quizá quiso transmitirme eso, así que todos los días, cuando yo era adolescente, me aventaba el periódico en la cara con una mueca de risa y me decía: “Anda, léelo, ponte a hacer algo”.

Así que por gusto propio empecé a leer el periódico todos los días desde que yo era muy joven, era raro ver a alguien tan joven leyendo un periódico, pero me apasionaba y lo leía de principio a fin.

Llegaron los años y con ellos su jubilación, lo cual fue un durísimo golpe para él. Esa gente que él creía que lo quería, ya no lo quería, ya no era importante para muchos, ya no le llamaban las personas para felicitarlo en su cumpleaños. Tenerlo en casa todos los días me encantaba pero había algo raro en él que yo no entendía: empezaba a olvidar cosas, palabras o actividades que había hecho momentos antes, perdía con facilidad objetos, y dejó de manejar. Nunca nos quiso hablar de su situación y luchaba constantemente por hacernos sentir que no le pasaba nada, pero sí le pasaba y era que estaba entrando a un proceso demencial.

Cada día iba avanzando más su confusión pero no fue rápido el proceso, mas bien lento pero agónico. Su pensamiento era errático, cambiaba de tema, le costaba hilar palabras, ideas, conceptos, y recurría a hablar del pasado, era el único tema que dominaba y en donde se sentía cómodo, tan cómodo que meses antes de morir, él creía que vivía en el pasado, con una realidad pasada, con personas y eventos del pasado, ahí donde fue feliz, ahí donde se enojaba, ahí donde sufrió para obtener lo que obtuvo en la vida.

Mi padre amaba hablar de la historia de México, recordaba perfectamente fechas y datos. Se volvió terco, necio, imprudente e irritable, con su propia persona y con los demás, no entendía de razones, a nadie escuchaba, solo él creía tener la razón y contradecía a todo aquel que quisiera hacerlo razonar, se enojaba, explotaba y se volvía agresivo.

Murió mi hermana y ese día, mientras ella yacía en su lecho de muerte, mi padre chiflaba. No entendía lo que sucedía alrededor, estaba desconectado de la realidad. Meses después muere mi madre, en el mismo año, por lo que me hice cargo de él y de sus procesos de pensamiento: ya no estaban en el presente, culpaba a todos los que lo rodeaban, a las enfermeras y a mí, de robarle, de estafarlo, de agredirlo; tenía pensamientos paranoides y de persecución (soy psicóloga así que conozco perfecto los términos).

Mi padre murió hace 3 años y al menos nunca dejó de reconocerme. Hasta el último día me dijo que el “show había terminado” y que no me preocupara... Lo encontré muerto en su cama. Mi padre tenía hipertensión pulmonar por lo que no irrigaba bien la sangre a su cerebro a causa de un infarto que tuvo anteriormente, así que fue ese el motivo de su demencia, más sus pérdidas y penas, sus traumas de la niñez, el abandono de su padre, su sufrimiento, todo contribuyó.

Ha sido difícil escribir todo esto. Sólo quise compartirles lo que fue mi padre y honrarlo con esta historia. Él se llamaba Raúl y lo seguiré amando todos los días de mi vida.

Claudia Santillana Rivera en Twitter: @panaclo