Una muerte que nunca debió suceder: Dos hermanas fallecidas por una cloaca abierta cuando caminaban hacia el concierto de Zoé. La coladera estaba diluida con la oscuridad del piso y sin registro, por un supuesto robo, cerca del Metro Velódromo. Caminaban como cualquier menor de 35: con el celular en la mano y la cartera corta en el bolsillo. Pero llevar el celular las inculpó de su propio desenlace, como si Jumanji fuese la nueva realidad normalizable.

Esmeralda y Sofía lograron asistir al concierto de Zoé gracias a que su mamá trabajó, ahorró, planeó y logró pagar sus accesos. Ella criaba en autonomía, se entregaba a sus empleos (varios) y se sacrificaba por un ausente padre, o mejor dicho, un hombre abandonó a Esmeralda y a Sofía, dejó de aportar dinero a su madre, abandonó sus obligaciones y responsabilidades, evadió contribuir con la educación, rechazó ir a la escuela por ellas todos los días de su vida; renunció a paternar, a levantarse de madrugada para atender una fiebre, renunció al pago de una cuenta del Dr.Simi con sus medicinas, tampoco realizó el engorroso trámite de afiliación ante algún seguro social. Renunció a llevar a sus hijas a un concierto, ni siquiera se enteró que tal vez, necesitaban un Uber o un taxi en la noche que murieron.

Ese deudor alimentario con denuncias a cuestas, el que no se desveló y nunca conoció a ciencia cierta si a sus hijas les gustaba más Metallica que Zoé, se presentó ante las oficinas del Gobierno con el apellido que les dió argumentando merecer la indemnización. Y lo cobró. El cinismo firma antes que la tristeza pues se encuentra activo.

Ni hablar de los gastos de la escuela, los globos del 14 de febrero para estar a la moda, los boletos de cine, las comidas, los útiles, las salidas, los desvelos… mamá se quedó con el nudo ahogado de mil cosas que nunca quiso cobrar, porque lo dio con amor, mientras el Gobierno de la Ciudad de México premió al deudor que solo ante la muerte de las niñas se presentó, como si fuese su gran noticia, como si además de no deber nada, el Gobierno tuviera que compensarle la carne y sentimientos que de él no emanó. Una cobardía total, una injusticia completa sin matices, porque a la mamá no le interesa la multimillonaria cantidad que la vida de sus hijas no pueda retornar. Pero su papá corrió y como al Gobierno Capitalino nadie le notifica lo que sucede en Juzgados del Poder Judicial de la Ciudad de México, todo avanzó.

Una tragedia cómplice. Un arrullo de estrellas, demasiado afiladas. Fernanda Dudette hizo pública la irracionalidad de un gobierno que genera condiciones para la muerte de unas jóvenes y después, alcanza a premiar a su agresor. No hay muestra mayor de la incapacidad del Poder Judicial, que olvidó notificar la demanda de alimentos archivada por 13 años.

La misma omisión que permitió al deudor cobrar la carne de las hijas que nunca crío.  Una vergüenza.