Con la pérdida de registró del PRD se termina una era del sistema político mexicano que poco a poco, se reconfigura para orientarse al bipartidismo entre las derechas, agrupadas bajo el eje del PRI y el PAN, frente a las izquierdas, conglomeradas con Morena, compitiendo solas en algunos lugares para crear mayorías artificiales sin la categoría legal de sobrerrepresentación pero aliadas, junto con el Partido del Trabajo y el Partido Verde.

La crisis opositora también ha alcanzado un hito significativo con la inminente extinción del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Tras 35 años de historia, la falta de un respaldo electoral nacional del 3% en las últimas elecciones lo coloca al borde del abismo político. Este evento marca un cambio monumental en el paisaje político mexicano, llevando consigo implicaciones que podrían definir la radicalización hacia la derecha de los actores que han quedado en la oposición con posturas como la de América Rangel o Kenia López Rabadán.

El PRD, una vez un bastión de la izquierda mexicana, ahora se encuentra en una encrucijada ideológica. Su deriva hacia posturas más cercanas al priismo antagónico ha dejado a muchos de sus seguidores desencantados, mientras que su incapacidad para mantener una base electoral sólida ha acelerado su declive. Esta transformación, combinada con la emergencia de Morena como el nuevo referente de la izquierda, ha consolidado aún más la definición política en México. Lejos se han quedado los ideales, pues el PRD se convirtió en una franquicia electoral con la que un puñado de viejos políticos hacían negocios, vendían reformas y remataban apoyo.

La posible extinción del PRD no solo refleja su propia crisis interna, sino que también arroja luz sobre la dinámica más amplia del sistema de partidos en México. Con el surgimiento de un bipartidismo aparente entre el Partido Acción Nacional (PAN) y el Partido Revolucionario Institucional (PRI), las opciones políticas se simplifican aún más para los votantes. Los más progresistas de aquellos partidos ya se han refugiado en Movimiento Ciudadano que parece acercarse cada día más a Morena. El hecho es que la pérdida de registro es síntoma del rechazo ciudadano.

Durante las elecciones presidenciales anteriores, en muchas comunidades se pensaba que el PRD era el mismo partido que López Obrador abrazó; hoy el fenómeno de abandono y desprestigio les obligará a definirse como militantes de una derecha que se conforma a partir del rechazo al obradorismo. Dice su dirigencia que harán un nuevo partido junto con la Marea Rosa, pero las cifras reflejan otra cosa: con todo y la efervescencia de la defensa al INE, respecto de los votos obtenidos en 2018, el PAN perdió un 3.7% de electores, el PRI perdió un 25.5% y el PRD se desfondó perdiendo el 30.2% de las preferencias anteriores. Bien dice la frase: “tonto es quien piensa que el pueblo es tonto”.

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Además, la reforma política y electoral que se avecina agrega una capa adicional de complejidad a esta situación. Si bien es necesario fortalecer las instituciones democráticas, las medidas que podrían surgir de esta reforma podrían tener consecuencias de restricción y elevación de porcentajes para obtener y mantener el registro. Los partidos más pequeños podrían ser los más afectados, lo que limitaría aún más la diversidad ideológica en el espectro político mexicano pero sería un sinónimo de austeridad por la simple idea de que no habrá más financiamiento a partidos “rémoras”.

Sin embargo, la extinción del PRD no marca el fin de la participación política de la izquierda en México, representa la honestidad popular que ha dejado de elegir a quienes son todo menos izquierda. Morena ha surgido como una fuerza dominante, reuniendo a gran parte de la base progresista del país bajo su bandera, a pesar de que en funciones de gobierno ha teñido posturas conservadoras frente a la legalización de las drogas, el aborto y las comunidades LGBTTTIQ.

En última instancia, la crisis del PRD y el posible advenimiento de un bipartidismo en México plantean un gran acto para desenmascararse.

Para bien de las finanzas públicas, el PRD ha perdido el derecho a recibir prerrogativas o recursos públicos para la organización de las fuerzas políticas. El INE ha mandatado que esta administración interina se dedique a pagar nóminas, impuestos y servicios mínimos para garantizar su mantenimiento durante 6 meses, incluyendo liquidaciones. En el proceso, se nombrará a un interventor que deberá elaborar un informe, que tendrá que ser aprobado por la autoridad electoral, para la liquidación del partido. Si quedan recursos remanentes tras esa liquidación, pasarán a las arcas de la Tesorería Federal, de acuerdo con la ley. También se ha impuesto la prohibición de celebrar contratos, compromisos, pedidos, adquisiciones u obligaciones.

Aunque en la Ciudad de México el registro se mantiene, vale la pena preguntarnos: ¿A quien representa el PRD? ¿Qué causas acompaña o qué papel juega ahora? No es necesario abundar demasiado para entender su fusión y disminución hacia el priismo más rancio, del que alguna vez se emancipó y ahora, vacío, vuelve a su origen con una única victoria: haber sido el semillero del movimiento de izquierda más exitoso electoralmente hablando.