No hay duda que uno de los principales desafíos para los jefes de Estado y de Gobierno en el mundo es gobernar en sociedades profundamente polarizadas. Esto ha sido consecuencia de fenómenos como la pobreza, la desigualdad, la migración incontrolada, el terrorismo, la irrupción de la delincuencia organizada, el maltrato contra las minorías y la heterogeneidad de la población, entre otros. Pocos países reflejan esta realidad tan claramente como México y los Estados Unidos.
A la luz de los resultados de las elecciones intermedias en el vecino del norte, el Partido Demócrata ha sido capaz de conservar el Senado apenas con el respaldo del eventual voto de calidad de Kamala Harris como presidenta pro tempore de la Cámara Alta. En la Cámara de Representantes, la cual encarna la soberanía popular, la mayoría republicana se hizo presente con apenas un puñado de escaños de ventaja sobre sus adversarios. Según resultados preliminares, el Partido Demócrata tendrá 210 escaños, mientras que la derecha estará representada por 218 parlamentarios.
Un fenómeno similar tuvo lugar en las elecciones estatales. El Partido Demócrata ganó 18 estados, mientras que el Republicano hizo lo propio en el mismo número – o aproximado- de entidades federativas.
Estos resultados reflejan que la sociedad estadounidense, al menos en materia electoral, sufre de una polarización rampante marcada por el extremismo de la derecha encabezada por Donald Trump, y por el otro lado, por la apertura ideológica del Partido Demócrata y por la “radicalización” de algunos de sus miembros en materias como la migración o el aborto.
Ello ha conducido a que los sectores conservadores se refugien en la derecha radical, y con ello, impulse a personajes como el expresidente o el gobernador Ron De Santis a buscar abanderar estos movimientos marcados por el extremismo, la intolerancia y el desdén hacia los ciudadanos que no comparten su visión o suscriben sus ideas.
En México la situación política no es distinta. AMLO y Morena, dispuestos a azuzar a sus bases electorales, han menospreciado el peso político de la oposición y de las minorías que votaron por ellos y que hicieron posible su triunfo en 2018. El presidente hoy día, en un claro desafío a las clases medias (una torpeza política, desde mi punto de vista) no mira hacia las minorías y gobierna exclusivamente hacia sus “bases duras”. Quizá el presidente no ha caído en la cuenta de que el candidato de Morena, para ganar en 2024, deberá galvanizar a la clase media que le llevó a la presidencia en 2018.
En suma, los desafíos presentados por la polarización a la clase política les obliga a gobernar para todos, con el propósito de promover el bienestar general, la paz social y la unidad nacional, mismo si ello conlleva la pérdida de puntos de popularidad. Mientras en Estados Unidos Trump y De Santis han anunciado su entrada en la carrera presidencial, AMLO y sus comparsas planean una estratagema política que servirá para desunir aun más a los mexicanos, lo que se traducirá en ganancias para los impresentables en el poder y en perjuicios para la nación mexicana.